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Hace ochenta y cuatro años, en medio de una afiebrada confusión revolucionaria, una revisión de la historia del Paraguay se convertía en fenómeno moral

Primero de marzo por segunda vez histórico

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Dijo un filósofo que a veces la tragedia de la muerte de un hombre, puede encerrar el significado de toda su vida. En el caso de la muerte del entonces jefe de estado paraguayo el primero de marzo de 1870, la muerte de un hombre creció para dar significado a toda una nación.

Una triple alianza entre Brasil, Argentina y Uruguay que tomó como fuente de inspiración y recursos materiales al imperialismo inglés, devastó moral y materialmente al Paraguay de Francisco Solano López. Escribió Jorge Luis Borges que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce, y nunca mejor aplicada la frase que a la infame victoria obtenida en esa guerra por los ganadores.

Quienes promovieron la guerra se jactarían luego de haber logrado abrir el Paraguay al libre comercio, algo que en la práctica significó despojar de su legítima producción a los paraguayos para entregársela a lejanos centros de poder. Las tierras paraguayas fueron rematadas a propietarios ausentes, así como los logros de las políticas proteccionistas que fueron el detonante de la masacre, solo por constituir un mal ejemplo en la región.

Pero el Mariscal en llamas, como lo recordó en uno de sus geniales poemas el autor paraguayo Juan Manuel Marcos, fue reclamado tiempo después para volver a alzar su voz vivo o muerto.

En 1932, paraguayos y bolivianos se enfrentarían en la guerra del Chaco, también importada por intereses extranjeros a la región, y otra generación fue sacrificada ante los altares de una nueva majestad: El dólar.

Pero la guerra tendría consecuencias que no pudieron ver quiénes eran incapaces de abrirse a los cambios que las coyunturas y la historia reclamaba. Los coroneles paraguayos, que se habían sacudido el estigma de nación vencida en la guerra con Bolivia, fueron factores de un axioma histórico que había sido enunciado por Montesquieu: “… cuando las legiones pasaron los Alpes y el mar, los hombres de guerra, obligados a permanecer durante muchas campañas en los países que sometían, perdieron poco a poco el espíritu ciudadano; y los generales, disponiendo de los ejércitos y de los reinos, adquirieron el sentimiento de su propia fuerza y no pudieron obedecer más”.

El 17 de febrero de 1936, esos coroneles interpretaron el presente de entonces como no lo pudieron hacer los intelectuales ni líderes políticos del Paraguay, y sentenciaron la caída de un partido hegemónico.

En aquel tiempo el gobernante partido liberal se enfrentaba a dos desafíos ineludibles: El primero era desmovilizar a un ejército integrado por jefes y soldados victoriosos, parte de un pueblo que como pocas veces se sentía merecedor de un destino mejor. El segundo, eran las elecciones presidenciales que inexorablemente debían terminar con el reemplazo de las autoridades vigentes, pues la constitución entonces vigente impedía la reelección.

En ambos casos el gobierno encabezado por Eusebio Ayala incurrió en vacilaciones, interpretaciones reduccionistas y soluciones simplistas.

Los gobernantes se vieron superados ideológica y coyunturalmente por los acontecimientos y su lectura de la realidad que entonces se vivía fue errónea. Ayala pensó que podría ser reelecto, y lo manifestó públicamente apelando al gastado argumento de dejar que lo decida el pueblo. Creyendo poder controlar las ansias de los desmovilizados apeló a ingenuos métodos represivos que surtieron efecto contrario y se volvieron un virulento detonante contra el orden constituido y sus estructuras políticas.

Se generó un gran escándalo con el asesinato del estudiante Salomón Sirota, luego fueron clausurados varios periódicos y enviados al exilio varios jefes militares de bien ganado prestigio en el Chaco, entre ellos Rafael Franco, bajo la falsa acusación de ser agentes soviéticos.

Poco duró el exilio de Franco, quien volvería el 19 de febrero de 1936 para asumir la presidencia provisional del Paraguay, en un avión que puso a disposición el recordado editor del diario Crítica de Buenos Aires, Natalio Botana.

Franco había compartido el exilio en la quinta de don Torcuato que también conocieron Siqueiros y Pablo Neruda.

Pocos día después, quedaron reputados para siempre como no existentes los decretos libelos contra Francisco Solano López, declarado por el decreto número 66 de la revolución como héroe sin ejemplar. Se trataba de la segunda vez que un primero de marzo se convertía en histórico en el Paraguay.

Primero de marzo por segunda vez histórico

Hace ochenta y cuatro años, en medio de una afiebrada confusión revolucionaria, una revisión de la historia del Paraguay se convertía en fenómeno moral
Luis Agüero Wagner
jueves, 27 de febrero de 2020, 10:08 h (CET)

Dijo un filósofo que a veces la tragedia de la muerte de un hombre, puede encerrar el significado de toda su vida. En el caso de la muerte del entonces jefe de estado paraguayo el primero de marzo de 1870, la muerte de un hombre creció para dar significado a toda una nación.

Una triple alianza entre Brasil, Argentina y Uruguay que tomó como fuente de inspiración y recursos materiales al imperialismo inglés, devastó moral y materialmente al Paraguay de Francisco Solano López. Escribió Jorge Luis Borges que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce, y nunca mejor aplicada la frase que a la infame victoria obtenida en esa guerra por los ganadores.

Quienes promovieron la guerra se jactarían luego de haber logrado abrir el Paraguay al libre comercio, algo que en la práctica significó despojar de su legítima producción a los paraguayos para entregársela a lejanos centros de poder. Las tierras paraguayas fueron rematadas a propietarios ausentes, así como los logros de las políticas proteccionistas que fueron el detonante de la masacre, solo por constituir un mal ejemplo en la región.

Pero el Mariscal en llamas, como lo recordó en uno de sus geniales poemas el autor paraguayo Juan Manuel Marcos, fue reclamado tiempo después para volver a alzar su voz vivo o muerto.

En 1932, paraguayos y bolivianos se enfrentarían en la guerra del Chaco, también importada por intereses extranjeros a la región, y otra generación fue sacrificada ante los altares de una nueva majestad: El dólar.

Pero la guerra tendría consecuencias que no pudieron ver quiénes eran incapaces de abrirse a los cambios que las coyunturas y la historia reclamaba. Los coroneles paraguayos, que se habían sacudido el estigma de nación vencida en la guerra con Bolivia, fueron factores de un axioma histórico que había sido enunciado por Montesquieu: “… cuando las legiones pasaron los Alpes y el mar, los hombres de guerra, obligados a permanecer durante muchas campañas en los países que sometían, perdieron poco a poco el espíritu ciudadano; y los generales, disponiendo de los ejércitos y de los reinos, adquirieron el sentimiento de su propia fuerza y no pudieron obedecer más”.

El 17 de febrero de 1936, esos coroneles interpretaron el presente de entonces como no lo pudieron hacer los intelectuales ni líderes políticos del Paraguay, y sentenciaron la caída de un partido hegemónico.

En aquel tiempo el gobernante partido liberal se enfrentaba a dos desafíos ineludibles: El primero era desmovilizar a un ejército integrado por jefes y soldados victoriosos, parte de un pueblo que como pocas veces se sentía merecedor de un destino mejor. El segundo, eran las elecciones presidenciales que inexorablemente debían terminar con el reemplazo de las autoridades vigentes, pues la constitución entonces vigente impedía la reelección.

En ambos casos el gobierno encabezado por Eusebio Ayala incurrió en vacilaciones, interpretaciones reduccionistas y soluciones simplistas.

Los gobernantes se vieron superados ideológica y coyunturalmente por los acontecimientos y su lectura de la realidad que entonces se vivía fue errónea. Ayala pensó que podría ser reelecto, y lo manifestó públicamente apelando al gastado argumento de dejar que lo decida el pueblo. Creyendo poder controlar las ansias de los desmovilizados apeló a ingenuos métodos represivos que surtieron efecto contrario y se volvieron un virulento detonante contra el orden constituido y sus estructuras políticas.

Se generó un gran escándalo con el asesinato del estudiante Salomón Sirota, luego fueron clausurados varios periódicos y enviados al exilio varios jefes militares de bien ganado prestigio en el Chaco, entre ellos Rafael Franco, bajo la falsa acusación de ser agentes soviéticos.

Poco duró el exilio de Franco, quien volvería el 19 de febrero de 1936 para asumir la presidencia provisional del Paraguay, en un avión que puso a disposición el recordado editor del diario Crítica de Buenos Aires, Natalio Botana.

Franco había compartido el exilio en la quinta de don Torcuato que también conocieron Siqueiros y Pablo Neruda.

Pocos día después, quedaron reputados para siempre como no existentes los decretos libelos contra Francisco Solano López, declarado por el decreto número 66 de la revolución como héroe sin ejemplar. Se trataba de la segunda vez que un primero de marzo se convertía en histórico en el Paraguay.

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