El pasado lunes hacia el mediodía moría en un hospital mexicano Miguel Aceves Mejia, también conocido como “el rey del falsete”. Con él desparecía el último de los tres grandes hombres de la canción mexicana. Antes, y en plena juventud lo habían hecho Jorge Negrete y Pedro Infante. Miguel Aceves Mejia había nacido en Chihuahua, coqueto como era siempre se quitó años y en sus biografías aparece como año de su nacimiento unas veces l.914 o bien 1.915, ahora su hijo ha declarado que su padre murió a punto de cumplir los noventa y tres años ya que su verdadera fecha de nacimiento era el 13 de Noviembre de 1.913. Ya le faltaba poco para cumplir los cien años a los que, en diversas ocasiones, se había referido como edad ideal para recibir a la parca.
Con él se ha ido uno de los ídolos de mi adolescencia. Con doce o trece años me compré una guitarra para aprenderme sus canciones y en las largas noches de las vacaciones estivales cantarlas al oído de las muchachitas en flor que por aquel entonces comenzaban a hacerse un sitio en mi corazón. De aquella época recuerdo temas como “Cucurrucucú”, “La cama de piedra” o “El jinete”. Todas ellas fueron rasgueadas por mis dedos en las seis cuerdas de aquella vieja guitarra que hoy polvorienta duerme desde hace años el sueño del olvido en el trastero de casa. Eran canciones llenas de pena y con un punto de machismo, como era en aquellos tiempos la vida de cualquier adolescente que empezaba a amar y que casi siempre se enamoraba de la muchacha equivocada.
El cantante del mechón blanco sobre la frente comenzó su carrera musical cantando boleros y tangos. Pero a partir de 1948 se vistió de charro y comenzó a cantar rancheras generalmente con letras de otros ya que nunca fue un buen letrista. Fue uno de los primeros en dar a conocer en España las canciones escritas por José Alfredo Jiménez y un digno sucesor de Jorge Negrete. En su haber hay que anotar casi mil seiscientas canciones grabadas algunas de las cuales han sido recogidas en los últimos años en diversas antologías. También protagonizó casi sesenta películas, alguna de ellas en España junto a Lola Flores, en la época de mayor auge del cine mexicano.
Ahora sus restos reposan en el Pabellón Jardín junto a los de Pedro Infante. Sus viejos vinilos siguen dando vueltas en el giradiscos mientras por el aire se vuelven a escuchar aquellas viejas canciones de mi adolescencia. “Yo tenía un chorro de voz”, “La del rebozo blanco” o “Gorrioncillo pecho amarillo” hacen que vuelvan a mi memoria aquellos ya lejanos años en que intentaba ganar el amor de cualquier chica de pechos incipientes con los acordes de mi vieja guitarra.