Lo cierto es que he dejado correr el tiempo adrede. Quería cobrar perspectiva. Y ya han pasado seis meses desde que se encaramó al número uno de la lista de libros más vendidos durante 2006 en España. Y no ha bajado de ahí. Allá por el mes de julio, habían caído catorce ediciones y medio millón de ejemplares. Ignoro cuántas y cuántos llevará ahora. Es, sin duda, el libro del año. Les hablo de la ‘La catedral del mar’ de Ildefonso Falcones.
Este escritor barcelonés es un primerizo en el ‘ars scribendi’. Y ha dado en la diana, puesto que ha construido un libro más que notable. ‘La catedral del mar’ es una obra que entra de lleno en eso que se ha dado en etiquetar como novela histórica (que alguien me explique cuál no lo es). La acción se sitúa en la Catalunya del siglo XIV, en el año 1320 concretamente. Y a partir de ese instante asistimos a los acontecimientos que sacuden a la familia de los Estanyol, Bernat padre, Arnau y Bernat nieto. Los hechos, anclados en la ‘Crónica’ del rey Pedro III, pretextan al autor para contarnos cómo fueron las postrimerías de la Edad Media en Catalunya y, de paso, en los antiguos reinos de la Corona de Aragón y de Castilla.
Falcones ha realizado un excelente estudio del ambiente y de los usos y costumbres del medievo catalán. Este es el principal valor didáctico del libro pues, a través de sus páginas, recordamos aspectos hoy olvidados pero que eran moneda de uso común por aquel entonces: la enfiteusis, el derecho de pernada, la convocatoria de las milicias urbanas, los siervos de la gleba, la adquisición de la condición de hombre libre, los nobles y sus prebendas, los esclavos, las diferencias entre un pagés y un villano, las juderías, los prestamistas, el Consulat del Mar, el Consell de Cent, la relación entre el poder secular y el espiritual (Corona-Inquisición), las técnicas arquitectónicas y los oficios: bastaixos, canvistes, mercaderes, agentes comerciales, negociantes, marinos, etcétera. ‘La catedral del mar’ es un libro muy rico en este sentido.
Para ser un escritor novel, que ha empleado más de cinco años en la escritura de la novela, este abogado barcelonés se maneja con habilidad en la trama y en el goteo de situaciones. Sin duda ha leído muchos ‘best sellers’, lo cual no es ningún demérito, todo lo contrario, pues ha sabido extraer de ellos lo mejor que aportan a la literatura: su capacidad para captar y fidelizar al lector. En ‘La catedral ...’ la acción no decae ni un solo instante y, cuando parece que va a hacerlo, Falcones se saca de la manga un sobresalto, que ya había anunciado quizá cien o doscientas páginas antes ― puro mérito suyo ― para seguir aferrando al lector a su lectura. Con su manera de proceder, ha conseguido que las casi setecientas páginas de la novela se digieran de un tirón, sin anestesia. Su lectura es extraordinariamente sencilla, asequible a todo el mundo ― otro puntazo a su favor ―, muy ágil y dinámica. Si en el inefable ‘Código da Vinci’, Dan Brown conseguía atrapar al lector a base de centenares de capítulos de cuatro páginas de extensión cada uno, que dotaban al modo narrativo de un ritmo vertiginoso, Falcones aquí utiliza el método opuesto: muchos menos capítulos pero más extensos. Son dos formas distintas para obtener lo mismo: entretener al lector, algo que últimamente muchos plumíferos de pro olvidan.
Resulta inevitable citar aquí también ‘Los pilares de la Tierra’ de Ken Follet, una obra de la que ya les hablé en otra ocasión, porque al leer ‘La catedral ...’ no he podido evitar su recuerdo, especialmente por la forma de concebir la historia y de narrarla. En la novela del británico, sin embargo, cobraba un enorme peso específico la minuciosa descripción de las técnicas arquitectónicas, cosa que no ocurre en 'La catedral ...'. Ojo, no hablo de plagio, no tendría sentido hacerlo, sino de que cada escritor es producto de sí mismo y de lo que lee, cosa distinta y completamente lícita.
La única objeción que se podría formular a la novela es que, por momentos, se echa en falta un poco más de densidad en las descripciones, de majestuosidad en el porte de algunos personajes. No hay metáforas ni figuras al uso, pero quizá su presencia hubiera restado dinamismo a la novela y entorpeciese su lectura. No lo sé, es una mera especulación.
Por algún lugar perdido he leído que Ildefonso Falcones ha manifestado que la calidad literaria es algo que decide la gente porque “el lector no es tonto y sabe lo que quiere”. En ese mismo lugar y refiriéndose, cómo no, al ‘Código da Vinci’, ha señalado que la trama era interesante y que aunque el final le decepcionó un poco, “cuarenta millones de personas no se equivocan”. Así que ya conocen el modo de pensar al respecto de este escritor catalán, castellanoparlante y primerizo.
Y no puedo finalizar, “ni quiero”, como diría Machado, estos apuntes sobre ‘La catedral del mar’ sin citar a tres personas que han influido notablemente en mi acercamiento a la novela y cuyas opiniones, por diversos motivos, han convertido su lectura en especial para mí. En primer lugar, mis amigas Lola García y Nati Gaspar que la leyeron antes que yo y me animaron a hacerlo a mí. Gracias a su consejo he pasado unos ratos más que buenos enfrascado en la lectura del libro. En segundo y último lugar, he de nombrar a don Roberto Ferrando, catedrático de Historia del Arte del Instituto Juan de Garay de Valencia, donde cursé los últimos años de Bachillerato. Este hombre era un enamorado de su oficio, un enamoramiento que consiguió inculcarnos a mis compañeros y a mí a través de su palabra, sus libros y diapositivas. Recuerdo que los sábados por la mañana, con el almuerzo bajo el brazo, nos hacía recorrer todos los museos, iglesias y edificios históricos que salían a nuestro paso. Fue su entusiasmo el que me llevó a interesarme por el arte más que por otras asignaturas y fue también suya una frase que transcribo aquí para justificar su presencia en estas líneas: “la iglesia de Nuestra Señora del Mar de Barcelona y la de Santa Catalina de Valencia, son los dos únicos templos españoles que, sin ser catedrales, disponen de girola”. Ignoro si tenía razón o no en su aserto, pero lo que sí puedo asegurar es que convirtió a ambos templos en dos mitos venerables para mí. Y que no descansé hasta que algunos años después, a principios de los ochenta, visité la iglesia de Santa María del Mar en Barcelona.
Gracias, don Roberto.
Gracias, Ildefonso Falcones.
P.S. Para hacerles los dientes largos y, supongo que con el permiso del autor, les inserto el comienzo de la novela: “Año 1320. Masía de Bernat Estanyol. Navarcles, Principado de Cataluña. En un momento en el que nadie parecía prestarle atención, Bernat levanto la vista hacia ...”. Ya pueden seguir ustedes solos, son mayorcitos. Les aguardan 670 páginas de intrigas, pasiones, amores, odios, luchas, triunfos y muertes.
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‘La catedral del mar’, de Ildefonso Falcones. Grupo Editorial Random House Mondadori. Marzo, 2006. Precio: 19,90 euros.
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