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La comodidad está bien, pero no se impone a los buenos modales o al comportamiento civilizado

Lo grosero de las listas

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Siempre he tenido una opinión desfavorable de las listas de boda, apoyada en el principio de que la avaricia es mala y la avaricia disfrazada de cortesía es peor. Pero, durante un momento, me contuve cuando leí la reacción de la opinión pública tras conocerse que Jon Meis, el estudiante de la Universidad Seattle Pacific que desarmó a un asesino durante un tiroteo en el centro, se casaba este mes. Agradecidos desconocidos no sólo adquirieron todos los productos que habían listado Meis y su prometida, sino que también donaron 50.000 dólares para financiar su luna de miel y otros gastos. El vuelco de generosidad con los contrayentes era alentador.

Pero las listas de boda en general distan mucho de serlo. Lo que empezó en los años 20 como forma de dar a conocer la vajilla o el servicio favoritos de los contrayentes entre los invitados a las nupcias ha proliferado hasta transformarse en codicia institucionalizada, mecánica e indiscriminada. Dar podrá ser mejor que recibir, pero nunca lo diría viendo a las parejas de prometidos recorriendo como depredadores Crate & Barrel o Macy's, marcando con avidez códigos de barras con escáneres portátiles mientras tienen visiones de cafeteras espresso de gama alta y pantallas planas de televisión en su cabeza.

Este repulsivo negocio de las listas de boda se extendió más allá de las bodas hace mucho.

"Cuando Jordan Weinstein cumplió 32 años, no envió invitaciones ni organizó una fiesta, ni siquiera invitó a tarta a unos amigos", empieza una crónica reciente del New York Times. "Lo que hizo fue más bien abrir una lista de regalos en REI, los almacenes de productos deportivos, y luego compartir el vínculo entre su madre, su prometida y su hermano para que lo distribuyeran". No se le ocurrió que hacerlo tuviera nada de sórdido o rudimentario. "Hay una obligación social de hacer un regalo", dijo, "pero hacer un regalo de cumpleaños bueno de verdad es difícil". ¿Y qué diantres será un regalo "bueno de verdad"? En lo que se refiere a Weinstein, es el que coincide "con exactitud con lo que quieres: color, fabricante, modelo".

Claramente no hace falta ser esposa para pensar como una avarienta aspirante a mujer-de.

Todo el mundo ha escuchado argumentos en defensa de las listas de boda. Facilitan el ritual de los regalos a los invitados. Reducen el tiempo que los recién casados tienen que dedicar a devolver regalos que no desean o no les hacen falta. Solucionan el enigma de qué comprar a parejas arrejuntadas que ya viviendo juntos, tienen los objetos tradicionales que los invitados podrían decantarse por comprarles. Son convenientes para los amigos y parientes lejanos que pueden no asistir a las nupcias pero a los que sin embargo les gustaría enviar un regalo.

Hay quien encuentra convincente esa excusa. A mí me suena a camelo.

La comodidad está bien, pero no se impone a los buenos modales o al comportamiento civilizado. Los regalos nunca son una obligación. No se debería de desalentar a los que los hacen en el uso de su propio gusto, juicio o imaginación. Pero las listas privan de cualquier atención al gesto de hacer un regalo. Pocas veces son más que listas de la compra con aspiraciones, en las que paga alguien más. Qué trato más despreciable que dispensar al gesto de generosidad ajeno. Lo que cuenta no es la intención; es el dinero. Gástatelo comprándonos esto.

Considerar esto el flagrante avariento que viene a ser puede ser difícil cuando el negocio del bodorrio hace tanta propaganda de lo contrario. TheKnot.com, un destacado portal de planificación de bodas, asegura a los lectores que pueden saltarse seguros "los mitos de la elaboración de las listas" que enferman a algunas personas. Por ejemplo, el "Mito número 7: Nunca incluyas objetos demasiado caros. Resultarías ofensiva". ("Nada debe quedar en el tintero", replica la respuesta — recuerda que hay quien "se agrupa para poder hacer un regalo más caro"). O el "Mito número 11: No está bien meter actividades durante la luna de miel o pantallas planas en vuestra lista". (Respuesta: "Para nada. De verdad, no pasa nada… No os sintáis culpables o raros. Amigos y parientes quieren compraros cosas que vayáis a utilizar").

Puede ser perdonable que los jóvenes, al escribir la carta a los Reyes, compilen listas de regalos que desean. Los adultos no. Parte del proceso de maduración es aprender que hay cosas peores que recibir un regalo que "no es con exactitud lo que quieres: color, fabricante, modelo". Como no conocer nunca el placer de recibir un regalo en el que pensó detenidamente quien te lo hace. O alegrarse por un regalo que nunca se te habría ocurrido, pero que resulta ser el idóneo.

Lo grosero de las listas

La comodidad está bien, pero no se impone a los buenos modales o al comportamiento civilizado
Jeff Jacoby
martes, 24 de junio de 2014, 07:33 h (CET)
Siempre he tenido una opinión desfavorable de las listas de boda, apoyada en el principio de que la avaricia es mala y la avaricia disfrazada de cortesía es peor. Pero, durante un momento, me contuve cuando leí la reacción de la opinión pública tras conocerse que Jon Meis, el estudiante de la Universidad Seattle Pacific que desarmó a un asesino durante un tiroteo en el centro, se casaba este mes. Agradecidos desconocidos no sólo adquirieron todos los productos que habían listado Meis y su prometida, sino que también donaron 50.000 dólares para financiar su luna de miel y otros gastos. El vuelco de generosidad con los contrayentes era alentador.

Pero las listas de boda en general distan mucho de serlo. Lo que empezó en los años 20 como forma de dar a conocer la vajilla o el servicio favoritos de los contrayentes entre los invitados a las nupcias ha proliferado hasta transformarse en codicia institucionalizada, mecánica e indiscriminada. Dar podrá ser mejor que recibir, pero nunca lo diría viendo a las parejas de prometidos recorriendo como depredadores Crate & Barrel o Macy's, marcando con avidez códigos de barras con escáneres portátiles mientras tienen visiones de cafeteras espresso de gama alta y pantallas planas de televisión en su cabeza.

Este repulsivo negocio de las listas de boda se extendió más allá de las bodas hace mucho.

"Cuando Jordan Weinstein cumplió 32 años, no envió invitaciones ni organizó una fiesta, ni siquiera invitó a tarta a unos amigos", empieza una crónica reciente del New York Times. "Lo que hizo fue más bien abrir una lista de regalos en REI, los almacenes de productos deportivos, y luego compartir el vínculo entre su madre, su prometida y su hermano para que lo distribuyeran". No se le ocurrió que hacerlo tuviera nada de sórdido o rudimentario. "Hay una obligación social de hacer un regalo", dijo, "pero hacer un regalo de cumpleaños bueno de verdad es difícil". ¿Y qué diantres será un regalo "bueno de verdad"? En lo que se refiere a Weinstein, es el que coincide "con exactitud con lo que quieres: color, fabricante, modelo".

Claramente no hace falta ser esposa para pensar como una avarienta aspirante a mujer-de.

Todo el mundo ha escuchado argumentos en defensa de las listas de boda. Facilitan el ritual de los regalos a los invitados. Reducen el tiempo que los recién casados tienen que dedicar a devolver regalos que no desean o no les hacen falta. Solucionan el enigma de qué comprar a parejas arrejuntadas que ya viviendo juntos, tienen los objetos tradicionales que los invitados podrían decantarse por comprarles. Son convenientes para los amigos y parientes lejanos que pueden no asistir a las nupcias pero a los que sin embargo les gustaría enviar un regalo.

Hay quien encuentra convincente esa excusa. A mí me suena a camelo.

La comodidad está bien, pero no se impone a los buenos modales o al comportamiento civilizado. Los regalos nunca son una obligación. No se debería de desalentar a los que los hacen en el uso de su propio gusto, juicio o imaginación. Pero las listas privan de cualquier atención al gesto de hacer un regalo. Pocas veces son más que listas de la compra con aspiraciones, en las que paga alguien más. Qué trato más despreciable que dispensar al gesto de generosidad ajeno. Lo que cuenta no es la intención; es el dinero. Gástatelo comprándonos esto.

Considerar esto el flagrante avariento que viene a ser puede ser difícil cuando el negocio del bodorrio hace tanta propaganda de lo contrario. TheKnot.com, un destacado portal de planificación de bodas, asegura a los lectores que pueden saltarse seguros "los mitos de la elaboración de las listas" que enferman a algunas personas. Por ejemplo, el "Mito número 7: Nunca incluyas objetos demasiado caros. Resultarías ofensiva". ("Nada debe quedar en el tintero", replica la respuesta — recuerda que hay quien "se agrupa para poder hacer un regalo más caro"). O el "Mito número 11: No está bien meter actividades durante la luna de miel o pantallas planas en vuestra lista". (Respuesta: "Para nada. De verdad, no pasa nada… No os sintáis culpables o raros. Amigos y parientes quieren compraros cosas que vayáis a utilizar").

Puede ser perdonable que los jóvenes, al escribir la carta a los Reyes, compilen listas de regalos que desean. Los adultos no. Parte del proceso de maduración es aprender que hay cosas peores que recibir un regalo que "no es con exactitud lo que quieres: color, fabricante, modelo". Como no conocer nunca el placer de recibir un regalo en el que pensó detenidamente quien te lo hace. O alegrarse por un regalo que nunca se te habría ocurrido, pero que resulta ser el idóneo.

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