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Opinión
Etiquetas | España | Adolfo Suárez

El arte de prometer

Jamás de los jamases un incumplimiento de promesas políticas ha tenido consecuencias
ZEN
lunes, 24 de marzo de 2014, 08:08 h (CET)
Los mayores de 45 años tal vez recuerden una de las más famosas frases de Adolfo Suarez cuando en los primeros mítines de la democracia decía aquello de: “Puedo prometer y prometo…” y seguía la frase con una idea llena de esperanza, de ilusión, de futuro, que, a muchos de los españolitos necesitados de creer en los nuevos líderes, les hacía reaccionar con simpatía hacia un proyecto político que se construyó en apenas cinco meses desde los escombros del “Movimiento”.

Y desde entonces hasta hoy. El Arte de Prometer ha variado bien poco. Nuestros políticos aprendieron la lección y empezaron a prometer, y prometer y prometer. En la mayoría de los casos con un solo objetivo: conseguir ganar las elecciones. Conseguir el poder.

Hubo candidatos que llegaron a plasmar sus promesas en escritura pública de manifestaciones, ante notario. Y con ello, pretendían remarcar su compromiso en el cumplimiento de sus promesas. Como si ello se convirtiera en un contrato con los ciudadanos por el que, si no se cumplían, se pretendía que ello tuviera algún tipo de consecuencias.

Lo cierto es que, jamás de los jamases un incumplimiento de promesas políticas ha tenido consecuencias. A las promesas incumplidas de Suarez, pasaron los 800.000 puestos de trabajo de Felipe González. Después José María Aznar con la promesa de una España que va bien, fundamentada sobre leyes que provocaron la burbuja inmobiliaria más salvaje que hemos conocido jamás, a la par que se vendieron, a bajo precio y a los amigos, las joyas de la corona. Empresas nacionales rentables que fueron privatizadas por la vía rápida. O un José Luís Rodríguez Zapatero que nos prometió que esto no era una crisis, sino una simple desaceleración. Y, finalmente, un Mariano Rajoy, con el cual se ha llegado a la cumbre del arte de prometer.

Mariano, prometió, prometió y prometió hasta la saciedad todo aquello que queríamos oír. Que si una bajada radical de impuestos, que si no tocaría el IVA, que si las líneas rojas de la sanidad y la educación pública, etcétera, etcétera, etcétera.

En definitiva, el Arte de prometer hasta meter, y una vez metido… nada de lo prometido. Ya lo dice el saber popular.

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No suelo salir a comer por ahí. Soy casero por naturaleza, y frecuento poco bares y restaurantes. Pero a veces pasa, sea por vicio culinario u obligaciones sociales. Como entonces fuera, sí. Y con frecuencia para disgusto propio ―que no ajeno, por lo que aprecio y desprecio―, pues veo cosas harto desagradables para mi ética particular. Me refiero a la basura.

La esencia de la calle debería ser el reflejo de eso que dicen “guardar las formas con los ojos”. Luego están las calles de lo que defino como “verano peligroso”, donde muchos insolentes suelen dejar volar su sucia alma y dejan que aceras, plazas y calzadas huelan a rancio. Así queda resumida la vida, el modo de vida, de nuestras calles en período estival.

En estas fechas podemos contemplar, en las diversas cadenas televisivas, extensos reportajes sobre el camino hacía el Rocío que culmina el domingo de Pentecostés. Por otra parte, a lo largo de todo el año, riadas de peregrinos se encaminan, desde muchas partes y por diversas rutas, en dirección a Compostela a fin de acercarse a la tumba del Apóstol.

 
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