Se cumple una década del facebook. Más 1100 millones de usuarios en todo el mundo. Al cristianismo le ha costado llegar a una cifra similar dos mil años. Y sospecho que mucho de éstos no revisan sus preceptos ni tan a diario ni tan fielmente como los del feisbú lo hacen con sus pantallas de frontispicio azul y blanco. Los grandes descubrimientos, hasta ahora, tardaban en propagarse pero repercutían de manera tangible. Pensemos en el fuego, la rueda, o la imprenta: hallazgos que mejoraban y aliviaban la existencia de los humanos, física y espiritualmente. Pero el caso del feisbú se parece más bien a las bombillas que lucen muy intensamente justo antes de fundirse.
Invenciones tan grandes como vacías que, en apariencia, conecta personas cuando la realidad es que solo interconectan IPS, datos y metadatos de máquinas. Eso sí, envuelto en un señuelo de comunicación que no es más que calor y amistad virtual. Recuerdos con soporte de un pasado que pudieron existir o tal vez no. Pero eso a nuestro cerebro parece bastarle. No importa que cada vez haya más incomunicación, más soledad y más dificultad para un diálogo verdadero. En nuestro mundo virtual, el verdadero ya, feisbú nos dice que tenemos muchos amigos. Tal vez por eso, Facebook cotice en bolsa, otra abstracción más que desliga la economía real de una ficticia que es la que, paradójicamente, vale y manda. Y claro, cuando se descubre el pastel viene la crisis y la soledad.