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¿Preguntar es ofender?

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Así empezaba un viejo chiste de mal gusto que corría por aquellos lares del País de Nunca Jamás. Y esta era la pregunta que se hacían muchos de los laboriosos enanitos que vivían en la comarca del noroeste. -Pues si preguntar no es ofender… que le cuesta a usted preguntarme señor Rey- decían aquellos enanos.- No se preocupe vuecencia que nosotros no nos ofenderemos.-

-El problema es que yo ya sé lo que me vais a contestar- decía el rey de Nunca Jamás- y como no me gusta, pues no pregunto y ya está-.

- ¡Venga, hombre! Pregúntenos que a lo mejor le sorprendemos.- Insistían los habitantes de aquella comarca. - No, no, no.- replicaba el asustadizo monarca con voz temblorosa.

Así, tras el rechazo a ser preguntados, los enanitos pensaron que la mejor manera de demostrar que eran muchos los que querían ser interpelados era construir una gran cadena humana en la que se cogieran de las manos unos y otros y, bailaran un baile tradicional de aquellas tierras: La sordina.

Y para hacer esta cadena no hizo falta que se amenazara a la población con cien años de mala suerte a quien la rompiera. Mucha gente, voluntariamente, fuese sumando, uno tras otro, como si fuera una fiesta. Y la cadena humana creció y creció, e incluso se salió del tiesto de los límites de la comarca.

La población del país se radicalizó a favor y en contra de la propuesta. Aquellos adorables y productivos enanos pasaron a ser considerados grandes demonios por el resto de los ciudadanos. Y los enanos de la comarca pasaron a ver a los restantes enanos del país como enormes enemigos. Todo menos preguntarles. Todo antes que llegar a un acuerdo.

Uno de los enanos no nacionalistas dijo – si total con modificar un poco la Constitución el lio se podría arreglar- . Y, los unos y los otros, se pusieron inmediatamente de acuerdo en quemarlo en la hoguera al amanecer.

Los asesores del rey de todos los enanos, preguntaron al Oráculo de Demoscopina si creía que era el momento de hacer preguntas. Y este, desde las profundidades del pozo, con voz oscura y tenebrosa, le dijo que el 80% de los enanos rebeldes querían ser consultados y que el 51% estaban hasta las narices y querían marcharse ya.

-¡Eso no puede ser!- gritó el monarca. -Hay que hacer algo inmediatamente.

Los más brutos sugerían preparar las catapultas. Los más moderados no se atrevieron a hablar por si los brutos avivaban los rescoldos de la hoguera. Y cada día que pasaba los enanos nacionalistas del noroeste que querían separarse de aquel país eran más. Y los enanos del resto del país que querían forzarlos a quedarse, pero que de paso los insultaban por querer irse, también eran muchos más.

Moraleja: Ni preguntar es ofender, ni que te contesten tampoco. Mientras no hablen los enanos y se pongan de acuerdo, nadie crecerá y todos seguiremos siendo eso: enanos.

¿Preguntar es ofender?

ZEN
lunes, 16 de septiembre de 2013, 07:24 h (CET)
Así empezaba un viejo chiste de mal gusto que corría por aquellos lares del País de Nunca Jamás. Y esta era la pregunta que se hacían muchos de los laboriosos enanitos que vivían en la comarca del noroeste. -Pues si preguntar no es ofender… que le cuesta a usted preguntarme señor Rey- decían aquellos enanos.- No se preocupe vuecencia que nosotros no nos ofenderemos.-

-El problema es que yo ya sé lo que me vais a contestar- decía el rey de Nunca Jamás- y como no me gusta, pues no pregunto y ya está-.

- ¡Venga, hombre! Pregúntenos que a lo mejor le sorprendemos.- Insistían los habitantes de aquella comarca. - No, no, no.- replicaba el asustadizo monarca con voz temblorosa.

Así, tras el rechazo a ser preguntados, los enanitos pensaron que la mejor manera de demostrar que eran muchos los que querían ser interpelados era construir una gran cadena humana en la que se cogieran de las manos unos y otros y, bailaran un baile tradicional de aquellas tierras: La sordina.

Y para hacer esta cadena no hizo falta que se amenazara a la población con cien años de mala suerte a quien la rompiera. Mucha gente, voluntariamente, fuese sumando, uno tras otro, como si fuera una fiesta. Y la cadena humana creció y creció, e incluso se salió del tiesto de los límites de la comarca.

La población del país se radicalizó a favor y en contra de la propuesta. Aquellos adorables y productivos enanos pasaron a ser considerados grandes demonios por el resto de los ciudadanos. Y los enanos de la comarca pasaron a ver a los restantes enanos del país como enormes enemigos. Todo menos preguntarles. Todo antes que llegar a un acuerdo.

Uno de los enanos no nacionalistas dijo – si total con modificar un poco la Constitución el lio se podría arreglar- . Y, los unos y los otros, se pusieron inmediatamente de acuerdo en quemarlo en la hoguera al amanecer.

Los asesores del rey de todos los enanos, preguntaron al Oráculo de Demoscopina si creía que era el momento de hacer preguntas. Y este, desde las profundidades del pozo, con voz oscura y tenebrosa, le dijo que el 80% de los enanos rebeldes querían ser consultados y que el 51% estaban hasta las narices y querían marcharse ya.

-¡Eso no puede ser!- gritó el monarca. -Hay que hacer algo inmediatamente.

Los más brutos sugerían preparar las catapultas. Los más moderados no se atrevieron a hablar por si los brutos avivaban los rescoldos de la hoguera. Y cada día que pasaba los enanos nacionalistas del noroeste que querían separarse de aquel país eran más. Y los enanos del resto del país que querían forzarlos a quedarse, pero que de paso los insultaban por querer irse, también eran muchos más.

Moraleja: Ni preguntar es ofender, ni que te contesten tampoco. Mientras no hablen los enanos y se pongan de acuerdo, nadie crecerá y todos seguiremos siendo eso: enanos.

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