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Etiquetas | Peñón | Gibraltar

El peñón

Manuel Senra
miércoles, 4 de septiembre de 2013, 06:56 h (CET)
Le suceden cosas a esta casi entera vida mía que se recuerdan siempre, seguramente hasta la muerte. Son muchas. Unas de gran calado emocional. Otras de dolor. Y bastantes más del corazón de a memoria. Nacen de los hechos vividos, y juegan en el correr del tiempo de ese pasar, en cuyo camino vamos dejando largos regueros de vivencias, casi todas iguales de largas, como carreteras infinitas…

Fue después, porque de pequeño nunca conseguí entender ni una pizca de esas cosas que luego ya nunca se olvidan. Gaditano yo, vivía relativamente cerca de El Peñón. Y conforme iba teniendo más clara la razón, me sorprendía más que algo tan pequeño, en un lugar tan visible y tan curiosamente atractivo, no estuviese, desde los hombres del Neandertal, fuertemente soldado a la llamada piel de toro de nuestra querida España.

Mientras estudiaba, en el colegio de los Salesianos, a mí nadie me aclaró nunca nada relacionado con El Peñón de Gibraltar. Fue así, aunque no lo parezca. Hubieron de pasar muchos años para que por fin alguien me explicaran algo de ese lugar, pero aun así yo seguía en la inopia.

Lo de los hombres de Neandertal lo supe muchísimo después. Y con los años, me contaron también lo de los fenicios –fundadores de la capital, Cádiz-, navegaban por el Estrecho haciendo sus negocios. Cuando ocurrió esto, yo ni siquiera había nacido todavía, porque, según supe después, lo de los comerciantes fenicios fue allá por el año 950 a. de Cristo. Así como que los griegos creían que fue su dios Hércules quien abrió el estrecho de Gibraltar. Figúrense qué disparate.

Y de disparate en disparate iba aprendiendo cosas de mi propia tierra. Aunque muy lentamente. Pero, para no hacerme pesado con asuntos que quedan tan lejanos, vayamos a siglos más próximos: al año 711 de después de Cristo, fecha en que los musulmanes entran por Ceuta en la piel de toro con el firme propósito de conquistar España (claro que entonces no disfrutaban de tan hermoso nombre), a hincar la espada a dodo cuanto se le pusiera delante. Así atravesaron España, dejando regueros de sangre. Hasta que Carlos Martel les paró los pies, y no tuvieron más remedio que recular. Y olvidarse de Europa, que era su objetivo.

Las guerras en la edad media se enfurecían como leones hambrientos. Y el Peñón fue siempre bocado exquisito para cada quisque, especialmente por su situación geopolítica. Así que una vez acabada la Reconquista, ya con el paisaje más despejado, holandeses e ingleses se interesan por el Peñón. Y nuevas guerras. Más tarde ya, cuando se firmó el Tratado de Utrecht (1713), nuestro cabo de Trafagar. (Léase la obra de Benito Pérez Galdós, Trafaga [de sus Episodios nacionales]).

Desde entonces, España y la Roca han vivido ensalzados en continuas discordias, sin llegar nunca a entenderse. Muchos pensaban que la apertura de “la reja”, que abrió el presidente Felipe González, iba a zanjar el conflicto en la zona del estrecho. Pero lo cierto fue que, por lo que paso después y por lo que estamos viviendo hoy, las cosas van de mal en peor. El gobierno español actual se he empeñado en limpiar el campo de Gibraltar de los legendarios efectos provocados por el contrabando de tabaco, el blanqueo de capitales, los paraísos fiscales, y también por el robo de tierra al mar de aguas españolas. Para lo cual, se han intensificado los controles, lo que ha provocado la retención de vehículos: muchos de turistas pero, sobre todo, los de “los llanitos” que viven en España y los de los españoles que trabajan con “los llanitos”. Finalmente, el puntillazo a los pescadores de La Línea de la Concepción, a los que les están arruinando su pan, lanzado esos mastodónticos bloques de hormigón. atravesados por hierros, que están lanzado con muy mala leche al mar, a nuestro mar, aplastando los peces y deñando gravemente el ecosistema. Son demasiados los conflictos para un territorio tan pequeño.

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