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Cada mañana lloro tu nombre,
no recibo respuesta alguna,
en mi desván escribo mis penas.
Cada mañana lloro tu nombre,
ríos de sangre por mis mejillas,
y tú ya no estás en mí.
Cada mañana lloro tu nombre,
mil sangres para mis cien heridas,
y tú, callas, callas y callas.
Cada mañana lloro tu nombre,
sufro y sufro tu fría ausencia,
pero yo continúo escribiendo.
Escribo cien mil veces tu nombre,
sobre la madera de tu alma,
clavo mis últimas lágrimas.
Mañana será mi último día que lloro,
te lloro y olvido tu nombre,
te lloro y olvido tu nombre.
Cada nueva mañana...
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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