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¿Quién creará una empresa?

Que el paro bajará cuando las empresas empiecen a contratar trabajadores es una obviedad, pero ¿dónde están esas empresas? Si alguien decide abrir una, se enfrentará en primer lugar al problema de decidir el bien o servicio que va a ofrecer a sus clientes a un precio competitivo, resultado de un coste adecuado
Francisco Rodríguez
lunes, 22 de julio de 2013, 08:12 h (CET)
Pero calcular tal cosa no es tarea fácil. Tendrá que invertir y arriesgar un capital propio o ajeno en local, instalaciones y asesores. Aunque se ha hablado muchas veces de la “ventanilla única” no hay tal, sino una larga serie de trámites ante las variopintas administraciones que pondrán a prueba su ánimo y paciencia.

Si empieza a funcionar y necesita contratar trabajadores, pasará formar parte de la clase “explotadora”. Si gana dinero, dirán que ha sido gracias al sudor de sus asalariados, pero si tiene dificultades, pierde dinero o tiene que cerrar, será difícil que sus asalariados le echen una mano, más bien serán los que empeoren su situación con demandas e indemnizaciones, mientras que pierde su capital o resulta embargado por los que se lo prestaron. Poner en marcha una fábrica o un negocio en estos tiempos es un riesgo que pocas personas están dispuestas a asumir.

La economía de mercado qué puede decir, qué puede aportar para resolver el problema del paro. Dicen los economistas que el mercado es un instrumento eficiente para la asignación de recursos, pero se han asignado ingentes cantidades para multitud de realizaciones ineficientes, cantidades que se han obtenido y se siguen obteniendo en el mercado de capitales, ahora en forma de deuda del estado, que todos pagaremos en forma de impuestos crecientes.

Se asignaron recursos exorbitantes para la construcción de viviendas, urbanizaciones, carreteras, polideportivos o parques. Durante unos años hubo trabajo para todos, lo que atrajo a millones de emigrantes, pero fallaron los controles, explotó la burbuja inmobiliaria y llegó la crisis y el paro.

Las grandes entidades financieras, las cajas de ahorros, ─jugando a ser bancos─, regidas por políticos y sindicatos incompetentes, los partidos gobernantes de las múltiples y variadas administraciones empeñados en llevar a sus ciudades y pueblos obras faraónicas, universidades, aeropuertos, autopistas, trenes de alta velocidad o palacios de congresos, sin previsión alguna de su viabilidad, nos han traído donde estamos. Nadie es responsable de nada, pero pagamos todos.

El estado de bienestar, que empezó en tiempos del régimen anterior, se ha ido  ampliando cada vez más, universalizando la seguridad social y la  asistencia sanitaria, hasta llegar a ser cada día más insostenible, pero sin decidirse a ningún cambio en el modelo de gestión que resulte más barato y eficaz. Se grita y se corea el eslogan de que nadie haga negocio con la salud, aunque el gran negocio sea el de los gestores de estas instituciones y los políticos que los nombran desde sus variados cargos y consejerías, que ganan bastante y arriesgan poco.

Lo mismo podemos decir de la educación, otra área del estado del bienestar, cuyos resultados ponen al descubierto su deficiente orientación y el elevado coste que recae sobre los sufridos y exprimidos contribuyentes, mientras que buena parte del personal docente defiende a capa y espada “lo público” como la mejor opción.

¿Quién va a pagar todo esto? Pues nosotros, los contribuyentes, que cada vez nos van exprimiendo más.
Francisco Rodríguez Barragán

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