Hace mucho tiempo, cuando intentaba abrirme paso, sigo intentándolo, en este oficio de juntar letras primero, después palabras y, por último, oraciones, un autor más avezado, Salvador Bellés, me habló de las piruetas finales en noveles y cuentos. Muchos años más tarde, en 2013, me tropiezo con un escritor, Joël Dicker, suizo de veintiocho tacos tan solo, francófono, que lleva escritas seis novelas pero que solo ha publicado dos, la quinta y la sexta. La segunda de ellas, o sea, la sexta aparece ahora en España tras un abrumador éxito de ventas en Francia. Su título: ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’. Retomando a Bellés, diría que esta novela es un tiovivo de piruetas de primer orden, hasta tal punto que la sorpresa, el giro en la narración, la pirueta en suma, se convierten en uno de los ejes principales de la novela. Pero hay más.
Sí, porque cuando uno destapa ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ y comienza su lectura, descubre que nada de lo que pensaba a priori, excepto la portada del libro, responde a las expectativas que hubiera podido crear su imaginación. Y es que lo que menos puede esperar un lector, es que un escritor suizo (cosecha de 1985) sea capaz de retratar con tanto detalle y acierto una ciudad pequeña, e imaginaria, de los Estados Unidos, Aurora, radicada en New Hampshire, de esas en las que nunca pasa nada hasta que sucede algo, en las que nunca falta la hamburguesería, el bar de comida basura, la iglesia, el instituto, la oficina del sheriff, la gasolinera y una playa a la que acuden las gaviotas con frecuencia. Con esos pocos elementos, no precisa más, Dicker monta la historia, un escenario cerrado en el que desarrollará la trama del asesinato de Nola Kellergan, hija de un pastor evangélico, una jovencita de 15 años que se ha enamorado perdidamente de un escritor famoso, Harry Quebert, de 37 años de edad, que ha ido a parar a Aurora en busca de la imaginación perdida. El cadáver la muchacha, además, lleva tres décadas sin ser encontrado.
En principio, Dicker conjuga la acción en tres planos: uno en la actualidad, otro ubicado treinta años atrás, en la fecha en la que se produjo el asesinato, y otro intermedio. Desde el primer momento, queda claro que el protagonista, Marcus Goldman, es un escritor devorado por el éxito millonario de su primera novela, que se marcha a Aurora para reencontrarse con Harry Quebert, su maestro en literatura, al que conoció a finales del siglo XX, y escribir su segunda novela. Goldman es presa de los nervios y de la ansiedad, está bloqueado porque su editor, Roy Bernaski, le presiona para que cumpla el contrato que le liga a su editorial durante cinco años. La aparición del cadáver de Nola en la propiedad de Quebert, convertirá a este en el principal sospechoso. Será detenido e ingresará en prisión. A partir de ese instante, Marcus Goldman recuperará su vis literaria, aliñada con actitudes de detective, y tratará de reconstruir la historia de amor que surgió entre Quebert y Nola para demostrar la inocencia de su maestro. Dicker utiliza la realidad del tiempo presente con la reconstrucción del tiempo pasado y el lector va leyendo ficción mezclada con realidad y viceversa, hasta tal punto que en determinados momentos la visión ficcionada puede llegar a imponerse como la visión real.
Paulatinamente, la trama policiaca se enriquece y, como invitado de butaca de primera fila, el lector asiste a todo el proceso de la investigación y a la aparición de nuevas pruebas, que encaminan las pesquisas y las deducciones por vericuetos insospechados en cada momento. El desenlace del problema, la resolución del asesinato, se anticipa, se anuncia varias veces antes del final. De ahí lo del tiovivo de piruetas literarias. Dicker explora varias opciones, que el lector asume con facilidad, para luego desmontarlas una por una a través de pequeños detalles hasta alcanzar la versión definitiva, la real, la de la novela. El verdadero mérito del libro es que cualquiera de las posibilidades apuntadas hubiera podido valer como resolución definitiva del caso Harry Quebert, es decir como ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’.
Un último apunte. La novela encabeza cada capítulo con las conversaciones sostenidas entre Goldsman y Quebert cuando el segundo trataba de enseñarle a escribir al primero. Hay un montón de pensamientos, de observaciones y de detalles relacionados con el proceso creador de una novela, sobre las dificultades que entraña, los problemas que surgen, el desánimo que cunde, sobre lo abstracto y extraño que es este oficio de escribir, sobre la vida... Cada uno de estos párrafos, de estas líneas, constituye una invitación para que el lector se ponga a reflexionar, si le interesa, sobre lo que significa escribir, y para que el escritor primerizo, acuciado por las angustias de la página en blanco, los utilice como botiquín de primeros auxilios literarios.
El único problema que le encuentro a ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ es la cantidad de alabanzas que pueblan la solapa posterior y la contraportada del libro. Todo un exceso. Imagino que se ha planteado para garantizar las ventas, pero creo que le hacen un flaco favor al libro. De hecho, he leído alguna crítica que le da un palo a la novela, basada en parte en las expectativas que tales alabanzas puedan despertar en el lector al comparar al escritor suizo con Philip Roth, Nabokov y Stieg Larsson. El propio Dicker ha manifestado en alguna entrevista que en la novela hay homenajes a Roth y a Nabokov y a algunos otros autores como Steinbeck, pero nada más. Personalmente, llama mi atención el hecho de que alguien haya tenido la peregrina idea de compararla con la trilogía ‘Millenium’ de Larsson, con la que, a mi juicio, solo tiene en común el género policial. En fin, creo que ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ no precisa de lisonjas ni comparaciones, la novela tiene suficiente valor por sí misma. El valor literario que ha sabido imprimirle Joël Dickert, su autor. ‘La verdad sobre el caso Harry Quebert’ de Joël Dicker. Ed. Alfaguara, año 2013. 622 pagínas; precio 22.00 €
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