Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | Política | Reflexión | Iñigo Errejón
Exiliado laboral en la pérfida Albión pre-Brexit por mor de la falta de oportunidades patrias

Una España de cómic

|

Fernando Claudín di Fidio

España ya no quiere presidentes de gobierno egocéntricos. El último fue Jose María Aznar con su sempiterno aire de bedel ministerial cabreado y esas maneras suyas que a un espíritu crítico y disidente inevitablemente le recuerdan al bueno de Charles Chaplin en su genial caracterización de dictador.

Anteriormente tuvimos a Felipe González, el encantador de serpientes con su hechizadora flauta dialéctica y su habilidad para mudar de piel como muda de atavío la primavera cada año.

Ambos grandes egos, macizos, rocosos, que se beneficiaron de una economía creciente y fundieron en su propia persona el oro del llamado bipartidismo político, el crédito y el descrédito de las siglas que representaban y lideraron con mano de hierro.

En la “eyaculación precoz” de nuestra democracia, el cetro de la Moncloa no ha conocido más rabeles de egocéntrico calibre.

En cuanto a los restantes presidentes, el egocentrismo brilla por su ausencia.

Adolfo Suárez fue el epítome del presidente consecuente-condescendiente, que llegó al extremo de cometer martirologio político sacrificándose a sí mismo precisamente cuando estaba en la cresta de la ola. Un santo, vamos.

Leopoldo Calvo Sotelo, el Breve, era de un perfil más bien técnico y de verlas venir.

José Luis Rodríguez Zapatero, con sus trazas de gentil mayordomo, inaugura el tiempo de la España emancipada de presidentes de gobierno egocéntricos.

A continuación vino Mariano Rajoy, el bobalicón profesor de escuela desesperantemente aliterado en I: impávido, impasible, imperturbable, inalterable, impertérrito, inamovible, etc.

Y luego, confusión. La fugaz estrella presidencial de Pedro Sánchez, mezcla de bandolero de Curro Jiménez y protagonista de película policiaca de serie B, cuya presidencia se llevó a cabo por la puerta de atrás, con alevoso y corsario asalto a la Moncloa, dudosamente puede incluirse en el registro del egocentrismo presidencial en España.

Si Pedro Sánchez realmente fuese un presidente de todos los españoles, legítimamente refrendado en las urnas, nos encontraríamos ante un sorprendente viraje en esta clara voluntad de “desacralizar” la presidencia del país, porque el actual presidente en funciones pertenece a “la casta egocéntrica”, a estas alturas resulta más que evidente.

Si damos por hecho que España ya no quiere un presidente de gobierno egocéntrico, según traslucen los pronunciamientos y evidencias, en las pasadas elecciones generales los españoles nos enfrentamos a un dilema imposible de resolver, como posteriormente se han encargado de demostrar nuestros representantes políticos.

¿Cuál es esa cuadratura del círculo que tantos quebraderos de cabeza nos trae, teniendo en cuenta que esto es la piel de toro y aquí no necesariamente funcionan las fórmulas de gobierno válidas en el resto de Europa?

¡Que todos los candidatos a presidente del gobierno son egocéntricos!

Pedro Sánchez lo ha demostrado por pasiva y por activa, antes y después, cuando no era y cuando supuestamente es.

A Albert Rivera, con su catadura de pijo niño de papá, se le sale el egocentrismo por las narices, como a los búfalos enfadados.

Pablo casado con sus rancias pintas jesuíticas y del Opus, encarna el cartón-piedra y la marioneta como brazo ejecutor teledirigido con diestra precisión por el último representante del egocentrismo político/presidencial en España: José María Aznar. Es decir, que si Pablo Casado fuese presidente del gobierno, sería un avatar de su egocéntrico padrino.

Luego tenemos a Santiago Abascal, el cavernícola-troglodita de guante blanco cuyo primitivo egocentrismo es su razón de ser y ahora también la de “bastantes” españoles, aunque no los suficientes para gobernar al resto.

Y por último tenemos a Pablo Iglesias, el listillo sabelotodo de la clase, cuyo egocentrismo quizá no vale su peso en oro como él cree, sino en otro metal más pesado que ha conseguido lastrar a una ilusionada izquierda joven y limpia de pecado. Y en esa labor de naufragio han coadyuvado los aláteres podemitas, elitistas dirigentes políticos también ellos, como la casta.

Con este cacofónico concierto de egocentrismos, normal que las cuentas no salgan, normal que los pactos fracasen, normal que en el trono de la Moncloa se eternice un postizo en funciones, normal que los problemas de los españoles sigan sin resolverse, normal que los presupuestos de Montoro continúen congelando los recursos que demandan unas actuaciones de gobierno cada vez más urgentes.

Por ventura de pronto aflora un rayo de luz en el horizonte que promete hacerse eco de este soberano deseo de los españoles de tener un presidente del gobierno que no sea egocéntrico.

Esa figura prometeica llamada a despejar el enquistado panorama político nacional es el único líder presidenciable que cumple el requisito.

Errejón. Así de sencillo, una sola palabra.

El universitario de aspecto despistado, un poco tolili y pavisoso, que tiene la voz del sentido común y está dispuesto a “bajarse los pantalones” con tal de conciliar voluntades y gestionar cabalmente los recursos.

Para nuestra inmensa fortuna en España el sentir general de los ciudadanos rechaza los egocentrismos políticos, corruptos y dogmáticos por definición. Ahora los votantes queremos gestores que resuelvan problemas y atiendan el interés general, más allá de siglas, colores y espurios intereses particulares/partidistas.

Votar significa recordar. Recordar que después de ti vienen tus hijos y tus nietos y las siguientes generaciones de nuestra humanidad que está sola en el Universo, en nuestro planeta Tierra único e irremplazable que la economía de mercado nos arrebata mientras abduce nuestra atención, y recordar que la democracia integra y aúna voluntades, unificando la pluralidad en un propósito común, y recordar que el proyecto democrático “acoge a todos” mientras que el egocentrismo político excluye a todos imponiendo la voz del líder.

¡Presidente Errejón, es de cajón!

¡Por una España eco-feminista y sostenible, cuya economía verde mire al futuro protegiendo el medioambiente!

Una España de cómic

Exiliado laboral en la pérfida Albión pre-Brexit por mor de la falta de oportunidades patrias
Redacción
lunes, 30 de septiembre de 2019, 10:24 h (CET)

Fernando Claudín di Fidio

España ya no quiere presidentes de gobierno egocéntricos. El último fue Jose María Aznar con su sempiterno aire de bedel ministerial cabreado y esas maneras suyas que a un espíritu crítico y disidente inevitablemente le recuerdan al bueno de Charles Chaplin en su genial caracterización de dictador.

Anteriormente tuvimos a Felipe González, el encantador de serpientes con su hechizadora flauta dialéctica y su habilidad para mudar de piel como muda de atavío la primavera cada año.

Ambos grandes egos, macizos, rocosos, que se beneficiaron de una economía creciente y fundieron en su propia persona el oro del llamado bipartidismo político, el crédito y el descrédito de las siglas que representaban y lideraron con mano de hierro.

En la “eyaculación precoz” de nuestra democracia, el cetro de la Moncloa no ha conocido más rabeles de egocéntrico calibre.

En cuanto a los restantes presidentes, el egocentrismo brilla por su ausencia.

Adolfo Suárez fue el epítome del presidente consecuente-condescendiente, que llegó al extremo de cometer martirologio político sacrificándose a sí mismo precisamente cuando estaba en la cresta de la ola. Un santo, vamos.

Leopoldo Calvo Sotelo, el Breve, era de un perfil más bien técnico y de verlas venir.

José Luis Rodríguez Zapatero, con sus trazas de gentil mayordomo, inaugura el tiempo de la España emancipada de presidentes de gobierno egocéntricos.

A continuación vino Mariano Rajoy, el bobalicón profesor de escuela desesperantemente aliterado en I: impávido, impasible, imperturbable, inalterable, impertérrito, inamovible, etc.

Y luego, confusión. La fugaz estrella presidencial de Pedro Sánchez, mezcla de bandolero de Curro Jiménez y protagonista de película policiaca de serie B, cuya presidencia se llevó a cabo por la puerta de atrás, con alevoso y corsario asalto a la Moncloa, dudosamente puede incluirse en el registro del egocentrismo presidencial en España.

Si Pedro Sánchez realmente fuese un presidente de todos los españoles, legítimamente refrendado en las urnas, nos encontraríamos ante un sorprendente viraje en esta clara voluntad de “desacralizar” la presidencia del país, porque el actual presidente en funciones pertenece a “la casta egocéntrica”, a estas alturas resulta más que evidente.

Si damos por hecho que España ya no quiere un presidente de gobierno egocéntrico, según traslucen los pronunciamientos y evidencias, en las pasadas elecciones generales los españoles nos enfrentamos a un dilema imposible de resolver, como posteriormente se han encargado de demostrar nuestros representantes políticos.

¿Cuál es esa cuadratura del círculo que tantos quebraderos de cabeza nos trae, teniendo en cuenta que esto es la piel de toro y aquí no necesariamente funcionan las fórmulas de gobierno válidas en el resto de Europa?

¡Que todos los candidatos a presidente del gobierno son egocéntricos!

Pedro Sánchez lo ha demostrado por pasiva y por activa, antes y después, cuando no era y cuando supuestamente es.

A Albert Rivera, con su catadura de pijo niño de papá, se le sale el egocentrismo por las narices, como a los búfalos enfadados.

Pablo casado con sus rancias pintas jesuíticas y del Opus, encarna el cartón-piedra y la marioneta como brazo ejecutor teledirigido con diestra precisión por el último representante del egocentrismo político/presidencial en España: José María Aznar. Es decir, que si Pablo Casado fuese presidente del gobierno, sería un avatar de su egocéntrico padrino.

Luego tenemos a Santiago Abascal, el cavernícola-troglodita de guante blanco cuyo primitivo egocentrismo es su razón de ser y ahora también la de “bastantes” españoles, aunque no los suficientes para gobernar al resto.

Y por último tenemos a Pablo Iglesias, el listillo sabelotodo de la clase, cuyo egocentrismo quizá no vale su peso en oro como él cree, sino en otro metal más pesado que ha conseguido lastrar a una ilusionada izquierda joven y limpia de pecado. Y en esa labor de naufragio han coadyuvado los aláteres podemitas, elitistas dirigentes políticos también ellos, como la casta.

Con este cacofónico concierto de egocentrismos, normal que las cuentas no salgan, normal que los pactos fracasen, normal que en el trono de la Moncloa se eternice un postizo en funciones, normal que los problemas de los españoles sigan sin resolverse, normal que los presupuestos de Montoro continúen congelando los recursos que demandan unas actuaciones de gobierno cada vez más urgentes.

Por ventura de pronto aflora un rayo de luz en el horizonte que promete hacerse eco de este soberano deseo de los españoles de tener un presidente del gobierno que no sea egocéntrico.

Esa figura prometeica llamada a despejar el enquistado panorama político nacional es el único líder presidenciable que cumple el requisito.

Errejón. Así de sencillo, una sola palabra.

El universitario de aspecto despistado, un poco tolili y pavisoso, que tiene la voz del sentido común y está dispuesto a “bajarse los pantalones” con tal de conciliar voluntades y gestionar cabalmente los recursos.

Para nuestra inmensa fortuna en España el sentir general de los ciudadanos rechaza los egocentrismos políticos, corruptos y dogmáticos por definición. Ahora los votantes queremos gestores que resuelvan problemas y atiendan el interés general, más allá de siglas, colores y espurios intereses particulares/partidistas.

Votar significa recordar. Recordar que después de ti vienen tus hijos y tus nietos y las siguientes generaciones de nuestra humanidad que está sola en el Universo, en nuestro planeta Tierra único e irremplazable que la economía de mercado nos arrebata mientras abduce nuestra atención, y recordar que la democracia integra y aúna voluntades, unificando la pluralidad en un propósito común, y recordar que el proyecto democrático “acoge a todos” mientras que el egocentrismo político excluye a todos imponiendo la voz del líder.

¡Presidente Errejón, es de cajón!

¡Por una España eco-feminista y sostenible, cuya economía verde mire al futuro protegiendo el medioambiente!

Noticias relacionadas

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

Gladio (espada en latín), fue el nombre que se le dio a la "red de agentes durmientes desplegados por la OTAN en Italia y preparados para entrar en acción en caso de que los soviéticos invadieran Europa Occidental", y serían la fuerza aliada que permanecería detrás de las líneas soviéticas para facilitar el contraataque.

El diccionario es permisivo, incluye la rigidez en la delimitación de las entradas y salidas; al tiempo que acoge la pérdida de los formatos cerebrales a la hora de regular las ideas entrantes o las emitidas tras elucubraciones varias. A veces no está tan claro si apreciamos más los desajustes o seguimos fieles a ciertos límites establecidos.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto