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El sindicalismo como herramienta de defensa del derecho de los trabajadores /parados es fundamental

El sindicalismo en la era actual

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El sindicalismo como herramienta de defensa del derecho de los trabajadores /parados es fundamental, pues en una sociedad demoliberal si no se organizan los grupos en defensa de sus intereses, estos no lograrán jamás sus objetivos. Item más, hemos de reconocer que en la situación actual de auténtico embate al Estado del Bienestar –aprovechando la grave crisis que padecemos- se han abierto todas las posibilidades, pues lo que antes estaba prácticamente seguro e intocable, en la actualidad la perentoriedad de lo existente es tan fugaz como la propia existencia humana.

Por consiguiente, si en algún momento los sindicatos fueron necesarios –en plena revolución industrial- para lograr el paso de una situación de esclavitud de los obreros ante un capitalismo que los trataba como pura mercancía, en el momento histórico presente de neocapitalismo financiero global más especulativo y transfronterizo, es una urgente necesidad que los sindicatos se refuercen pues son el último valladar del neoliberalismo militante que está desarmando el Estado Social – el Estado del Bienestar- so pretexto de que no podemos pagarlo. Cuando deberían decir, que no quieren costearlo que sería lo más correcto, en un gesto de insolidaridad y egoísmo individualista que les caracteriza.

Tal es así que uno de los principales objetivos para desmontar el Estado Social –definido así por nuestra Constitución- sea el ataque sistemático y permanente a las organizaciones sindicales. Y esto los trabajadores hemos de tenerlo claro para no entrar en la envolvente maniobra que pasa por desprestigiarles para deslegitimarles restándoles apoyo social, y con ello, el camino se les queda libre para el derribo planeado del Estado del Bienestar, que so pretexto económico, y echándole la culpa a Bruselas, ya ha comenzado de forma ambigua y hasta políticamente vergonzante, con la privatización de la sanidad y de la educación, y con la pretensión de reducción del Estado, que no del número de cargos públicos de origen político en nómina en los distintos estratos del mismo.

Las denuncias de la baja afiliación sindical es uno de sus argumentos, como también lo son otros en que se trata de mezclarles con casos de corrupción (en el que se ha podido ver implicado algún sindicalista poco ejemplar, pero “una golondrina no hace verano”), como el caso de que reciban subvenciones como también las reciben otras instituciones como los Partidos Políticos, y hasta la Patronal (a los que apenas se les reprocha tal hecho), y por tanto no dejan de ser críticas que tienen su correspondientes respuestas –gusten más o menos a la sociedad-, pero que tienen su explicación, como también la ha dado CCOO recientemente en la acusación de cobro por su intervención en los procedimientos de regulación de empleo colectivos, haciendo referencia a la gratuidad por su intervención a sus afiliados, y el cobro correspondiente a los no afiliados por unas asistencias jurídico-económicas en tales procedimientos, por las que cobran los servicios jurídicos y económicos de profesionales que han realizado su trabajo.

Aun así, los sindicatos harían bien, en hacer su propia autocrítica y reflexionar sobre los cambios que también a ellos les conciernen. Acaso sea el momento de replantearse el modelo de sindicalismo institucional (que conlleva importantes costes de mantenimiento) y pasar a un sindicalismo de representación y participación (mantenido por las cuotas de los propios afiliados), como también habrán de renunciar a la generalizada situación de créditos horarios de los representantes sindicales –para que compartiendo estos el trabajo con sus compañeros, estos se sientan más atendidos y tengan menos sospechas sobre la dedicación de sus compañeros liberados, salvo en casos extremadamente necesarios y justificados-, volviendo así a la representación sindical por convicción más que por conveniencia, que de ejemplo de cercanía, de renuncia a privilegios y de las servidumbres que finalmente acaban por convertirse las subvenciones públicas.

Por consiguiente, si los sindicatos mayoritarios reflexionan con rapidez y asumen los cambios que demandan los nuevos tiempos, pronto recuperarán el liderazgo que tuvieron en la Transición democrática, que se le está cuestionando con interesados argumentos que sólo benefician al cambio político que se está imponiendo desde el gran capital, aclamado por la prensa de su entorno (tertulias televisivas del “TDT party” incluidas) que generan un ambiente resonante propicio a los fines perseguidos, apelando a que los trabajadores vayan tirando por la borda las mochilas –que consideran molestas- so pretexto de evitar así el inexorable naufragio que ellos mismos han atraído, pero que son para el trabajador los derechos conseguidos en toda su vida, que ve cómo se esfuman, entre tanto los grandes capitales entran y salen del País a conveniencia atraídos por las ofertas del mejor postor y mayor beneficio que se le anuncia por una y otra latitud lejos de España, ante la pasividad de un gobierno que sólo mira a Berlín para rendirle cuentas.

El sindicalismo en la era actual

El sindicalismo como herramienta de defensa del derecho de los trabajadores /parados es fundamental
Domingo Delgado
martes, 9 de abril de 2013, 08:20 h (CET)
El sindicalismo como herramienta de defensa del derecho de los trabajadores /parados es fundamental, pues en una sociedad demoliberal si no se organizan los grupos en defensa de sus intereses, estos no lograrán jamás sus objetivos. Item más, hemos de reconocer que en la situación actual de auténtico embate al Estado del Bienestar –aprovechando la grave crisis que padecemos- se han abierto todas las posibilidades, pues lo que antes estaba prácticamente seguro e intocable, en la actualidad la perentoriedad de lo existente es tan fugaz como la propia existencia humana.

Por consiguiente, si en algún momento los sindicatos fueron necesarios –en plena revolución industrial- para lograr el paso de una situación de esclavitud de los obreros ante un capitalismo que los trataba como pura mercancía, en el momento histórico presente de neocapitalismo financiero global más especulativo y transfronterizo, es una urgente necesidad que los sindicatos se refuercen pues son el último valladar del neoliberalismo militante que está desarmando el Estado Social – el Estado del Bienestar- so pretexto de que no podemos pagarlo. Cuando deberían decir, que no quieren costearlo que sería lo más correcto, en un gesto de insolidaridad y egoísmo individualista que les caracteriza.

Tal es así que uno de los principales objetivos para desmontar el Estado Social –definido así por nuestra Constitución- sea el ataque sistemático y permanente a las organizaciones sindicales. Y esto los trabajadores hemos de tenerlo claro para no entrar en la envolvente maniobra que pasa por desprestigiarles para deslegitimarles restándoles apoyo social, y con ello, el camino se les queda libre para el derribo planeado del Estado del Bienestar, que so pretexto económico, y echándole la culpa a Bruselas, ya ha comenzado de forma ambigua y hasta políticamente vergonzante, con la privatización de la sanidad y de la educación, y con la pretensión de reducción del Estado, que no del número de cargos públicos de origen político en nómina en los distintos estratos del mismo.

Las denuncias de la baja afiliación sindical es uno de sus argumentos, como también lo son otros en que se trata de mezclarles con casos de corrupción (en el que se ha podido ver implicado algún sindicalista poco ejemplar, pero “una golondrina no hace verano”), como el caso de que reciban subvenciones como también las reciben otras instituciones como los Partidos Políticos, y hasta la Patronal (a los que apenas se les reprocha tal hecho), y por tanto no dejan de ser críticas que tienen su correspondientes respuestas –gusten más o menos a la sociedad-, pero que tienen su explicación, como también la ha dado CCOO recientemente en la acusación de cobro por su intervención en los procedimientos de regulación de empleo colectivos, haciendo referencia a la gratuidad por su intervención a sus afiliados, y el cobro correspondiente a los no afiliados por unas asistencias jurídico-económicas en tales procedimientos, por las que cobran los servicios jurídicos y económicos de profesionales que han realizado su trabajo.

Aun así, los sindicatos harían bien, en hacer su propia autocrítica y reflexionar sobre los cambios que también a ellos les conciernen. Acaso sea el momento de replantearse el modelo de sindicalismo institucional (que conlleva importantes costes de mantenimiento) y pasar a un sindicalismo de representación y participación (mantenido por las cuotas de los propios afiliados), como también habrán de renunciar a la generalizada situación de créditos horarios de los representantes sindicales –para que compartiendo estos el trabajo con sus compañeros, estos se sientan más atendidos y tengan menos sospechas sobre la dedicación de sus compañeros liberados, salvo en casos extremadamente necesarios y justificados-, volviendo así a la representación sindical por convicción más que por conveniencia, que de ejemplo de cercanía, de renuncia a privilegios y de las servidumbres que finalmente acaban por convertirse las subvenciones públicas.

Por consiguiente, si los sindicatos mayoritarios reflexionan con rapidez y asumen los cambios que demandan los nuevos tiempos, pronto recuperarán el liderazgo que tuvieron en la Transición democrática, que se le está cuestionando con interesados argumentos que sólo benefician al cambio político que se está imponiendo desde el gran capital, aclamado por la prensa de su entorno (tertulias televisivas del “TDT party” incluidas) que generan un ambiente resonante propicio a los fines perseguidos, apelando a que los trabajadores vayan tirando por la borda las mochilas –que consideran molestas- so pretexto de evitar así el inexorable naufragio que ellos mismos han atraído, pero que son para el trabajador los derechos conseguidos en toda su vida, que ve cómo se esfuman, entre tanto los grandes capitales entran y salen del País a conveniencia atraídos por las ofertas del mejor postor y mayor beneficio que se le anuncia por una y otra latitud lejos de España, ante la pasividad de un gobierno que sólo mira a Berlín para rendirle cuentas.

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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