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Sin normas: el caos

Es una utopía vivir en sociedad sin que existan normas que regulen la convivencia, podrás ser buenas o malas, pero existen
Octavi Pereña
jueves, 21 de marzo de 2013, 09:04 h (CET)
Para la buena convivencia se redactan instrucciones para convivir en sociedad. Para evitar el caos circulatorio se debe circular por la derecha, respetar las luces de los semáforos, en un cruce ceder la preferencia al vehículo que viene por la derecha…Existen ordenanzas municipales que sirven para que los ciudadanos convivan sin dificultades. Las instituciones aprueban normas de régimen interno con la finalidad de que no se produzcan altercados entre los socios. No se puede vivir sin normas. Con el paso del tiempo deben renovarse. Unas desaparecen siendo sustituidas por otras. Pero siempre existen normas. Gusten o no se deben cumplir porque facilitan la buena convivencia con el resultado de que todos salimos ganando. Sin normas de obligado cumplimiento la vida social se convierte en un caos.

La desobediencia a las normas legisladas le acompaña le acompaña una sanción establecida para que la administración de justicia sea coherente. Es fácil saltarse las normas porque en el ser humano se da la predisposición a hacerlo. Basta con la prohibición para intentar infringirla. He aquí el caos que se genera cuando se infringen las normas que son parra bien de todos. En las rotondas se producen situaciones de riesgo cuando no se circula por el carril adecuado y por el desuso del intermitente, está prohibido pararse en los pasos de peatones y los conductores lo hacen dificultando que los transeúntes puedan cruzar la calle. Las relaciones familiares se desintegran porque no se tiene en cuenta la ley del amor. La política se convierte en un desbarajuste porque no se respeta el principio de servicio que se debe prestar a los ciudadanos y los políticos se dejan guiar por la ambición…

La existencia de normas implica la actuación de autoridades acreditadas para dictarlas y hacerlas cumplir. Creemos en su conveniencia aunque no siempre nos gusta su actuación. La existencia de autoridades capacitadas para legislar y hacer cumplir la ley pone de manifiesto que existe una Autoridad suprema que las ha delegado para que legislen y administren justicia según los principios morales y éticos que emanan de la Autoridad suprema. Los animales irracionales carecen de dicho privilegio. La desobediencia a la Autoridad suprema va seguida del descrédito de las leyes procedentes de las autoridades delegadas porque al no tener un punto de referencia inmutable la ley se degrada y en vez de servir para el bien de los ciudadanos produce pesadillas. La situación conflictiva que se da en nuestros días es el resultado de no tener en cuenta a la Autoridad suprema a la hora de legislar y gobernar, cosa que desacredita a la Democracia de la que estamos tan orgullosos.

La Historia se repite en escenarios y actores distintos. Se considera normal que se presenten épocas de prosperidad seguidas de otras de penuria. Lo que no se dice porque no se sabe o no se quiere saber es que la Biblia da respuesta al por qué de la monotonía de estos ciclos. Ya sé que para muchos hablar de Dios es un retroceder a una etapa ya superada de la supuesta evolución del hombre. ¿Qué solución se aporta a la degradación democrática si se elimina Dios del escenario social?.

Si partimos de la base de que el hombre es creación de Dios y que Adán y Eva no fueron el resultado de un millonario proceso evolutivo encontramos respuesta a la monotonía de ciclos prosperidad decadencia. Adán y Eva según la Biblia fueron puestos en un jardín para gozar de la vida, como decimos nosotros, con una condición que es la primera norma que registra la Historia: “Puedes comer de todo árbol del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comas, porque el día que comas, ciertamente morirás” (Génesis 2:16,17). Las consecuencias de la desobediencia de la ley de Dios fue ser expulsados del jardín, la aparición de desavenencias conyugales, fratricidio. Así ha ocurrido a lo largo de la Historia. En el tiempo de Noé la Biblia describe la condición en que se encontraba el hombre: “Y la tierra se había corrompido delante de Dios, y la tierra estaba llena de violencia. Y Dios miró la tierra, y he aquí, estaba corrompida, porque toda carne había pervertido su camino sobre la tierra” (Génesis 6:11,12). Viene el Diluvio y a volver a empezar. En el momento en que el hombre prescinde de la normativa divina las cosas no le van bien. La Biblia enseña que los asuntos de los pueblos funcionan bien cuando de respeta la normativa divina. En el momento en que se arrincona Dios y se prescinde de su ley los pueblos se degeneran ética y moralmente.

Una de las épocas mas oscura de la historia de Israel se la conoce como la de los Jueces, por el nombre del libro que la describe. El caos de la época el texto que cito la describe con pocas palabras: “En aquellos días no había rey en Israel, cada uno hacía lo que le parecía recto en sus propios ojos” (21:25). Sin la ley de Dios no existe autoridad humana que sea justa. La degradación es una constante. Sin las dos autoridades: la de Dios y la delegada no existe ley justa porque se encuentra en una situación de persistente contaminación. Hacer cada uno lo que le parezca recto en los propios ojos conduce al caos. ¿No nos hundimos en la oscuridad característica de una de las etapas mas negras de la historia de Israel, la de los Jueces?.

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Desde este pequeño atril de papel digital y con el permiso de los lectores presento una columna que puede producir dudas, pero también certezas. Siempre escribo con ilusión, como hace décadas se escribía con un lápiz mordido ahora convertido en lápiz digital y que intenta subrayar los ojos de los dispositivos para reflexionar.

El 25 de abril escribí y publiqué un artículo sobre el fallecimiento del papa Francisco, otro tanto hice el 2 de Mayo sobre la preparación del cónclave para la elección del nuevo papa que se celebró el 7 de mayo, y concluyó con la elección de León XIV. Por lo tanto era obligado cerrar esta trilogía, con quien ahora le corresponde gobernar la Barca de Pedro.

El nuevo papa forma parte de la congregación de los agustinos, una orden muy antigua de la iglesia católica que se inspira en la filosofía y la ética de San Agustín de Hipona, un religioso africano, seguramente berebere y casi con seguridad portador de rasgos físicos muy diferentes de aquellos con los que lo ha inmortalizado con el curso del tiempo la institucionalidad de Roma.

 
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