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Lavarse las manos

Eduardo Cassano
sábado, 15 de junio de 2019, 10:00 h (CET)

Estaba en un bar, cerca del baño, y de repente vi pasar a una mujer. Lo habitual, nada fuera de lo normal. Pero, uno que gusta del arte y la desgracia de observar, vi que salió muy rápido.


Me ha pasado, especialmente en mi trabajo. Ahí había muchas mujeres y, con los dedos de una mano, se pueden contar aquellas que uno más o menos calcula que después de sentarse, levantarse, ir a lavarse las manos y secárselas… estima un tiempo adecuado. Raramente se cumplía, y ahí empecé a obsesionarme.


Hace más de 10 años me vi en un baño, y era tal mi prisa que tuve que decidir entre lavarme las manos o salir y dar lo mejor de mí en una cama. Cuando lo hice, decidido e iluso de mí, recibí una lección que nunca más olvidé, en forma de comentario sarcástico: “No he escuchado el grifo”.


A los hombres, por lo general y con razón, se nos acusa de no levantar la tapa del baño, de no apuntar bien, de no lavarnos las manos. ¿Pero quién habla, en este Siglo XXI, de por qué no se lavan las manos las mujeres?Una vez lo pregunté, con miedo. Hoy en día hay cosas que hay que preguntar con miedo.


Ella me dio la razón y se reía, pero juró que jamás testificaría. Nos reímos los dos contando experiencias varias, de unos y otras. Al principio decía que con eso de usar el papel, ellas se eximen de lavarse las manos; yo contrarresté con el tema de los gérmenes, que válgame Dios hablar aquí y ahora de ello, y no tuvo más remedio que ceder. Me dio la razón, como casi siempre que me lo propongo.


Desde entonces vivo en una obsesión absoluta, y sarcástica. Cada vez que veo a una mujer, donde otros ven sus pechos o sus curvas, yo calculo el tiempo que se pasa en el baño.


Uno se imagina a ese estereotipo de mujer preocupada por su imagen y semejanza, de las que se pasan horas en el baño para maquillarse –sombra aquí, sombra allá maquíllate-, los minutos que se invierten en tal liturgia que incluyen la elección de zapatos y bolsos que ya dejaremos para otra columna.


Hoy mismo iba por la calle y vi a dos mujeres, de esas que van envueltas en papel de regalo, y reconozco que disfruté al verlas. De repente se cruzaron con una amiga, de esas que son más de barrio… y cómo habrá sido la conversación entre ellas que mientras yo miraba sus culos mi atención se fijó en el ‘me la suda’ que alguna de las tres dijo.


Entonces dejé de lado la superficialidad de sus físicos para recordar a un viejo amigo, al que le sudaban mucho las manos. Cada entrevista que veo de David Broncano me recuerda a él. Sin saber cómo, uno cuando es niño, tiene un mecanismo de autodefensa y el suyo fue empezar a dar abrazos a la gente con tal de no darles la mano y quedar mal. Le fue muy bien.


Pero aquí a casi nadie le importa por qué se lavan las manos las mujeres o dejan de hacerlo, o por qué no lo hice yo en su debido momento. Tampoco es de interés general ya lo de David Broncano, que da para otra columna, ni si mi amigo era yo o no… no lo soy.


Aquí lo que de verdad importa es el por qué. El por qué Ciudadanos, C’s para los amigos, es capaz de sorber y soplar a la vez. Me viene a la mente otro verbo que no mencionaré. ¿Cómo Albert Rivera, lo de Malú lo tratamos otro día también, es capaz de dar alas a la ultraderecha española con su santa inconsciencia?

Supongo que, como todo, al final es cuestión de ir al baño y lavarse bien las manos.

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