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La pedagogía del desastre duradero

La hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo, el nazismo o el derrumbe del bloque comunista fueron muy ilustrativos en las contraproducentes potencialidades de la acción política
Augusto Manzanal Ciancaglini
lunes, 20 de mayo de 2019, 16:48 h (CET)

Según el Global Risks Report 2019 publicado por el Foro Económico Mundial, la Cuarta Revolución Industrial está marcada por una línea borrosa entre lo humano y lo tecnológico. En este marco, diversos fenómenos, como la crisis del 2008, los atentados terroristas o la gran oleada migratoria, han ido confluyendo en un punto que genera determinados posicionamientos ideológicos.

Muchos occidentales, arrastrando una cada vez más profunda inseguridad laboral, terminan atemorizados, solos y confinados en una voluble capsula que recorre un confuso magma de desinformación plagado de noticias falsas, las cuales a su vez circulan con una velocidad asfixiante; la interacción de estas con las noticias confirmadas produce una mezcla en un plano de inmediatez tan estrecho que todo empieza a hacerse indemostrable. De esta forma, se disminuye tanto la capacidad de discernir como la empatía y surge una tendencia a la polarización.

El enojo de los aislados que se conectan solo virtualmente y en grupos muy compactos en cuanto a la afinidad ideológica, nubla los criterios, uniformiza los pensamientos y engendra una ansiedad cada vez más incontrolable que muchas veces se traduce en opciones políticas radicales.

Ahora bien, la paradoja aparece en los instrumentos para superar esta conmoción, los cuales se encuentran dentro de sus consecuencias: gradualmente se pueden reajustar los fundamentos de esta ruptura social, pues el valor pedagógico de la vergüenza ajena, el despropósito político y la mentira desnudada, junto a la misma interconexión impulsada por la tecnología, tienen que ir despejando ideas frágiles apuntaladas por nexos endebles.

De norte a sur emergen el laberinto del brexit y la larga crisis de Venezuela, mientras que por el este sobresale el auge y la caída del fanático Estado Islámico, ejemplos actuales de la pedagogía del desastre.

La hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, el fascismo, el nazismo o el derrumbe del bloque comunista fueron muy ilustrativos en las contraproducentes potencialidades de la acción política. Hoy parecería que todo sucede más rápido, pero los desastres continúan siendo dilatados. La institucionalidad va a un ritmo más lento y eso mitiga la velocidad de la tecnología de la información y la impaciencia de sus usuarios que opinan infundadamente. Por ende, el Estado de derecho, con todos sus defectos, debe seguir siendo el principal filtro que atenúa los errores del ciudadano.

Diversos eventos económicos e innovaciones comunicacionales convergen hasta atizar comportamientos irreflexivos. Sin embargo, la historia enseña que los traumas sociales originados por las revoluciones tecnológicas tarde o temprano se canalizan parcialmente a través del Estado. Dado que la política y la tecnología suelen representar la causa y la solución de la mayoría de los infortunios humanos, en ese fecundo circuito se va forjando paulatinamente el progreso.

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Se trata de un debate importante, dicen. Los grandes filósofos del animalismo, hablan sobre cómo debe transcurrir la lucha, de su estructura ideológica óptima. Singer ya hizo bastante el ridículo con su decepcionante ensayo Liberación animal, con el que se confirmó reeditándolo infinidad de veces y hoy, medio siglo después, ha vuelto a editar su obra que es considerada por muchos como “la Biblia” del movimiento de los derechos de los animales.

Tras el inesperado reconocimiento del Emirato talibán por parte de la Federación Rusa, se desató una ola de conmoción en las redes sociales y los círculos políticos. Este hecho provocó reacciones tan generalizadas que dominó las noticias y los relatos mediáticos. Sin embargo, desde una perspectiva realista, ¿qué ha cambiado realmente para justificar tal pánico entre nuestra gente?

Internet se ha convertido en el terreno de juego perfecto de esta nueva forma de hacer política, y “la desinformación en su abono”. Por ejemplo, son constantes los mensajes cruzados en las redes sociales entre políticos o entre políticos y personajes de la sociedad civil, algunos de ellos extremadamente virulentos.

 
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