Recuerdo que me dirigía en coche a Tosa de Mar (Gerona). Era una mañana gris. Había llovido, la calzada era estrecha y estaba mojada. Ya se divisaba el pueblo, el castillo, el mar, la isla, el golfo… ¡Ay! Me acababa de sacar el carnet de conducir y no estaba muy suelto en el volante. De repente, en una curva, vi una piedra de ciertas dimensiones en medio de la carretera. No podía esquivarla, pasé por encima de ella. En un acto reflejo, para que no me lo afeitara, levante el trasero. Por suerte, la piedra me lo respetó y logré pasarla sin resultar perjudicado. Para mí, esta historia es una metáfora de la vida: cuando lo paso mal, voy como encogido, con aquello remangado. Mi madre, que era muy sabia, también decía que con los hijos siempre se está en un ¡ay! Yo creo que estar en un ¡ay! Es como estar encogido esperando el tortazo, ¿no? En fin, o bien por una piedra del camino, por los hijos, las deudas... El caso es que vamos por la vida encogidos esperando el cachiporrazo. ¡Hay que ver, oye!