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Emilio Lara, ganador del Premio Edhasa de narrativa histórica

“El discurso de Felipe VI, el 3 de octubre de 2017, actuó como un auténtico “desfibrilador” del país”

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Emiliolara22Aquel peculiar filósofo español, paradójicamente poco conocido entre nosotros, George de Santayana, cuyas obras más importantes fueron escritas en inglés, afirmaba que “los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Esta frase, atribuida también a otros autores, incluido Karl Marx, podría ser una suerte de mal augurio o incluso un diagnóstico sobre lo que ocurre en España: desconocemos una buena parte de nuestra Historia y lo que “creemos saber” está con frecuencia condicionado por prejuicios que, a fuerza de repetirlos, se han convertido en moneda común. Parece que el término “leyenda negra” apareció en las postrimerías del siglo XIX, empleado por autores como Emilia Pardo Bazán y Julián Juderías, para referirse a un fenómeno que empezó a gestarse más de trescientos años antes y que se refiere al desdoro interesado que se había venido haciendo de España como potencia europea y colonial. Figura a la cabeza esa imagen de bárbaros semi analfabetos, amén de sanguinarios, que esquilmaron el continente americano durante varios siglos; pasando por alto elementos tan sustanciales como el de la evangelización, el mestizaje, la fundación de universidades y las llamadas “leyes de Indias”, que ya desde comienzos del siglo XVI garantizaban el estatus jurídico y la protección de la población nativa.

Con dos novelas de corte histórico – La cofradía de la Armada Invencible (2016) y El relojero de la Puerta del Sol (2017) – y una inédita (Tiempos de esperanza) que acaba de obtener el Premio Edhasa de Narrativa Histórica, Emilio Lara ha logrado algo que no por tópico resulta menos importante para un autor: el favor del público y de la crítica. Y ello se debe a que en ambas se concitan los elementos ideales del género: rigor histórico, calidad literaria y agilidad narrativa. Además, desde “la tercera” de ABC, el profesor Lara se nos revela como un fino articulista, rara avis dentro del panorama de la prensa española actual. A su bagaje como doctor en Antropología y profesor de Historia une una amplia cultura humanística que desgrana con un pausado, antiguo, acento jienense.

¿Qué puede aportar la novela al conocimiento de nuestra propia Historia?

La novela histórica nos aporta una mirada sobre el pasado. Yo la considero como una historia ambientada en ese pasado. Y en este concepto pueden entrar, por ejemplo, Yo, Claudio de Robert Graves, una novela sobre el siglo XIX o acaso una de Pérez Reverte (Hombres buenos, que transcurre en el XVI) etc. Nos ayudan a conocer mejor épocas pretéritas y también a captar mecanismos de la condición humana en cualquier época, que, por cierto, son básicamente los mismos que actúan en el presente.

Existen bastantes lagunas dentro de la enseñanza y acaso una de ellas pueda afectar a cómo se enseña la Historia de España. ¿Cuáles serían, a tu entender, las mayores carencias? ¿Qué periodos o qué momentos?

Respecto a la enseñanza secundaria, que es la que conozco, a lo largo de la ESO y en primero y segundo de bachillerato, sí está suficientemente bien planteada. Lo que sucede es que debería haber un control más estricto, por parte del ministerio de Educación, de lo que se hace a nivel autonómico; ya que existe un peligro de manipulación, cosa que vemos, sin duda, en el caso de Cataluña, donde la tergiversación de la Historia es evidente. He propuesto que la Real Academia de la Historia fuera un organismo consultivo que supervisara los manuales que se van a emplear en los diferentes institutos y que se requiriera su visto bueno. No con afán de censurar, por supuesto, sino para garantizar que son de verdad académicos, respetando determinadas perspectivas históricas, desde luego, pero que no manipulen. Creo que es lo que hoy hace falta en España.


Novelas ambientadas en épocas pasadas se han escrito siempre, pero ¿cuál es para ti la que inaugura el género moderno que hoy conocemos como “novela histórica”?


Para mí está claro: A nivel internacional, Umberto Ecco con El nombre de la rosa. En España, Juan Eslava Galán con En busca del unicornio. No obstante, la gran novela histórica surge en el XIX. Y la gran novela histórica la inicia Robert Graves (Yo, Claudio), sin olvidar a Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano) A mediados de los años ochenta, José Manuel Lara demostró tener un gran olfato al abrir la novela histórica a los Premios Planeta. En 1985 lo obtuvo Juan Antonio Vallejo Nájera con su novela Yo, el Rey; una magnífica obra revisionista sobre la figura de José Bonaparte. Al año siguiente lo ganó Terenci Moix con No digas que fue un sueño, que trata de la historia de amor entre Marco Antonio y Cleopatra. En 1987, Juan Eslava Galán se alzó con el premio por su novela En busca del unicornio, que sienta las bases de una nueva narrativa histórica en España, ya que logra crear el canon de la moderna novela histórica: una historia de absoluta ficción en un marco histórico perfectamente recreado. En mi opinión él es el precursor de la nueva novela histórica española. Por otro lado, Arturo Pérez Reverte es su gran difusor, el que ha logrado internacionalizar la novela histórica española hasta límites insospechados; la “marca España” de nuestra literatura presente.


Escuché al autor José Calvo Poyato, durante el curso de la UIMP en la Magdalena el pasado verano, que en una ocasión no cejó hasta dar con un dato que deseaba incluir en una de sus novelas. Se trataba de la cuantía exacta del “premio gordo” de la lotería allá por los años setenta del siglo XIX. Está claro que el escritor de novela histórica debe huir siempre de la inexactitud y del anacronismo, pero ¿hasta qué punto es necesario rizar el rizo en el detalle?


Un exceso puede perjudicar el relato. La novela de este género debe ser como aquellas grandes películas de tema histórico, en las que la documentación tiene que acompañar al relato, constituirse en el decorado, en el vestuario, pero jamás debe ralentizar la narración. Un abuso en la documentación ahogaría al propio relato. Debe primar lo literario sobre lo histórico. Esto se aprecia en los grandes escritores de novela histórica; muchos ingleses y norteamericanos. A mí me gusta muchísimo Hilary Mantel, que escribe sobre la corte de Enrique VIII y que aúna rigor histórico con calidad literaria. La novela histórica tiene que ser como un iceberg: en ella la documentación asoma sólo un poquito, el resto está por debajo del mar. La información no se aporta de manera explícita, pero implícitamente está ahí y eso se aprecia a través del ambiente que recrea y el reflejo de la mentalidad de la época.

¿Cómo comenzó tu interés por la figura del relojero Losada y qué te impulsó a recrear su historia?


Fue por pura casualidad. Durante un cambio de clase en el instituto, un compañero me habló sobre la figura de José Rodríguez Losada. En dos o tres minutos me contó a grandes rasgos la biografía de este personaje y yo me quedé absolutamente fascinado. Llegué a casa y me puse a investigar en Internet lo que había sobre él. Tardé unos seis meses en recopilar la información que precisaba; había muy pocos libros que se refirieran a su persona y apenas documentación fehaciente sobre sus pasos. Los datos que se conocían eran, eso sí, suficientemente fidedignos y a través de ellos pude hacerme una idea del personaje. Su vida había sido tan aventurera, tan novelesca, que sentí un fuerte impulso por recrearla. Por otro lado, para mí representaba un reto escribir sobre el siglo XIX, porque esta época había sido la gran ignorada por la novelística histórica española escrita en la actualidad. Es como si a los autores de novela histórica les diera reparo abordar una época que, desde Trafalgar hasta Cánovas, había sido recreada por Galdós en su monumental obra Episodios Nacionales. Tan sólo Arturo Pérez-Reverte se atrevió en alguna novela (El Húsar, El maestro de esgrima, Días de cólera) La Guerra de la Independencia sí había atraído el interés de algunos autores de este tipo de novela (entre ellos, el mencionado Vallejo-Nájera) Aparte de esto, casi ningún autor se había atrevido a bordar el siglo XIX español. Podría incluso parecer que en nuestro país existiera un cierto prejuicio entre los editores y agentes literarios y lo considerasen como “un siglo que no vendía”. Sin embargo hubo grandísimos escritores americanos, británicos, franceses, rusos etc. que trataban el XIX con la mayor naturalidad, sin el complejo de tener que seguir patrones del Romanticismo o cosas así. Y resulta un siglo tan apasionante como cualquier otro. He querido demostrar que así como somos hijos del siglo XX, somos nietos del XIX. La vida de Losada, que transcurrió entre España e Inglaterra, no sólo me daba pie a escribir una historia fascinante, sino también a mostrar las formas de vida en aquel siglo de dos países tan diferentes entre sí.


¿Quedan muchos “Losadas” por descubrir?


¡Uy! Claro que sí. Al fin y al cabo, la historia de Rodríguez Losada es la de un español común que no tenía nada de común. No fue político ni militar; no tuvo una presencia pública enorme, pero fue un español muy famoso en la época, alguien que por su propia valía llegó a tener gran renombre. Hay muchísimos ejemplos parecidos en la Historia de España. Me gusta mucho fijarme en esas personas que no fueron potentados ni aristócratas, que tradicionalmente han sido protagonistas de la novela histórica (reyes, emperadores, papas, generales) sino de origen humilde o burgués y que con su trabajo y sacrificio lograron alcanzar una altura y un aprecio muy grandes. Las aventuras personales, los viajes, las historias de superación crean arquetipos insuperables para la novela.


Me viene a la cabeza la figura, no demasiado conocida por el gran público, de Pedro Páez, descubridor de las fuentes del Nilo Azul, cuya vida fue recreada en un libro de Javier Reverte…


Curiosamente hace algunos años asistí en El Escorial a una conferencia que daba Javier Reverte sobre él. En efecto, ejemplos como este abundan en nuestra Historia. Los creadores de novela histórica estamos tratando de rescatar cada vez más a estas figuras semi olvidadas del pasado y hacer un tipo de novela sin ningún tipo de prejuicios, desacomplejada y de calidad; de manera equivalente a lo que han venido haciendo desde hace más de un siglo escritores anglosajones, franceses o alemanes. España ya puede jugar la “liga de campeones” con cualquier país del mundo.

¿Qué supone para un autor el obtener un premio?

Un reconocimiento muy grande. A mí lo que más me gusta de la faceta de escritor es el mero hecho de escribir. Cuando estoy en mi despacho cada día escribiendo, luchando por una página, tengo al final la sensación del trabajo bien hecho… y eso es lo que mayor satisfacción me produce. Lo mismo puede sucederle a un pintor en su taller o a un compositor ante la partitura. El favor del público es desde luego una cosa importante y si tu trabajo va acompañado de premios, mejor que mejor. El año pasado tuve la suerte de ganar el Premio Andalucía de la Crítica y el Premio Ciudad de Cartagena de Novela Histórica, con lo que puedo decir que El relojero de la Puerta del Sol sólo me produce satisfacciones, y muy especialmente por el Premio de la Crítica, que anteriormente lo obtuvieron Antonio Muñoz Molina (hace unos cuatro años) y Juan eslava Galán (hace cerca de veinte). Eso significa que los críticos, quienes tradicionalmente no se fijan demasiado en la novela histórica, lo han hecho ahora; y no lo digo tanto por mí, sino por el hecho de que la novela histórica es capaz de entretenernos y a la vez de aportar claves para el entendimiento de la condición humana, lo cual es, a fin de cuentas, la esencia de la Literatura.


Una pregunta al margen de la Literatura: La deslocalización del Archivo de Salamanca ¿podía afectar la labor futura de los investigadores de nuestra Guerra Civil?


Por supuesto. Yo estuve desde el principio en contra de esa decisión. El Archivo de Salamanca debe estar unificado, porque además con los medios de reproducción de hoy día podrían haberse consultado esos fondos documentales sin ninguna dificultad; bien a través de reproducciones facsímiles o por Internet. Se trató de una decisión política y soy desde luego de los que abogan por volver a unificar los Papeles de Salamanca en el Archivo del que nunca debieron salir.

¿Corre peligro la custodia de esos Papeles? ¿Podrían ser manipulados o incluso destruidos?


No creo que exista peligro de destrucción. Esa documentación se halla muy controlada. Incluso en el caso improbable de que se perdieran los originales, quedará un registro de ellos. La manipulación depende de lo que hagan los historiadores con ellos, pero siempre habrá los que combatan la tergiversación, enfocando la Historia mucho más hacia lo que realmente sucedió. A fin de cuentas, la interpretación de un acontecimiento histórico varía en función de la forma de pensar del historiador o de la corriente historiográfica a la que se adscriba. Desde luego soy partidario de que los “Papeles de Salamanca” retornen a su archivo original. Se trató de una arbitraria decisión política para contentar, cómo no, al nacionalismo catalán.


¿Cuándo, cómo y, sobre todo, por qué surge el grupo Escritores por la Historia, del que formas parte activa?


Fue iniciativa de Chani (Antonio Pérez Henares) la de convocar a una serie de novelistas de la Historia, a los que, partiendo de diversas posturas ideológicas, nos vinculaba el amor a España y el convencimiento de que a través de la novela histórica podíamos no sólo entretener al lector, sino aportar una visión del pasado en la que, con sus luces y sus sombras, se refleje la voluntad de los españoles por convivir a través de la superación de numerosas adversidades a lo largo de los siglos. La novela histórica es un género interclasista y transgeneracional que interesa a todo tipo de personas y es un medio extraordinario para entretener, pero también de aportar una serie de datos que apuntan a un pasado común y multicentenario.


¿Qué pervive a estas alturas de la Leyenda Negra? ¿Existen todavía claros prejuicios en torno a nuestra nación?


Sin duda. Desde los propios de la Leyenda Negra, que actúan de forma más o menos consciente. Incluso en el propio BREXIT subyace parte de este prejuicio o en ciertos jueces belgas y alemanes que no han dudado en dar acogida a los prófugos del golpe de Estado o han cuestionado medidas judiciales españolas con respecto a ellos (Puigdemont a la cabeza) considerando que en España no existe una democracia asentada. Subsiste, pues, en buena parte de Europa central y del norte, de forma más o menos consciente. No olvidemos que esta Leyenda Negra comienza a fraguarse en Italia durante el dominio de la Corona de Aragón en el Mediterráneo en la Baja Edad Media. Lo que ocurre es que llega a su apogeo durante la monarquía hispánica de los Austrias, en el siglo XVI con Carlos I y fundamentalmente con Felipe II. La Leyenda Negra no es sino la expresión máxima del temor y la envidia hacia lo que significó el Imperio Español.


¿En qué medida contribuyó el reinado de Carlos II, el Hechizado, a remachar los clavos de la Leyenda Negra?


Se trató de un reinado relativamente largo y Carlos II fue fruto de la endogamia de la Casa de Austria. Padeció un deterioro físico evidente desde el nacimiento y ciertas debilidades mentales. Además fue víctima de una pésima formación. En este sentido se le descuidó hasta casi la adolescencia, lo que contribuyó a sus numerosas lagunas intelectuales. Fue también un enmadrado y, por lo tanto, incapaz de asumir las riendas de su propia existencia; por si esto fuera poco, creó posteriormente una absoluta dependencia de su segunda mujer. Su hermanastro, Juan José de Austria, desarrolló una etapa de buen gobierno y algunos de sus ministros fueron eficaces… Su reinado no fue un periodo de larga e imparable decadencia. El Imperio Español tuvo algunos momentos buenos; la economía se recuperó, se dio un cierto aumento del nivel de vida y se mantuvieron casi todas nuestras posesiones en Europa. A su muerte, no obstante, se complica todo con la Guerra de Sucesión. Pero la situación mejora con la entrada de la Casa de Borbón. El siglo XVIII es un gran momento para España, en el que se produce una modernización acelerada del país y una puesta al día del Imperio. Todo ello comienza con el reinado de Felipe V y alcanza su epítome con Carlos III, que, para mí, es el gran rey de nuestra edad contemporánea… Junto a Felipe VI, su descendiente, que lo está demostrando día a día; pero muy especialmente a raíz de su mensaje televisado a una nación en estado de shock, y con una clase política paralizada, tras el golpe institucional en Cataluña. Aquel mensaje del 3 de octubre de 2017 fue un verdadero “desfibrilador” del país. La adrenalina que necesitaron millones de españoles. Y muchos nos dimos cuenta de que era un rey a la altura de las circunstancias. Actuó como valedor de la nación española y fue el que defendió la Constitución, la democracia y nuestra convivencia. Algo comparable a lo que hizo Juan Carlos I cuando paró el golpe de Estado del 23-F.


¿Me podrías hablar con las naturales reservas, que entiendo, de lo que se “hornea” en tu “obrador literario”?


Terminé hace poco una novela que me ha llevado casi un año de escritura. En este caso me voy un poquito más atrás en el tiempo que en las otras dos (La cofradía de la Armada Invencible está ambientada en el siglo XVI y El relojero de la Puerta del Sol, en el XIX) y transcurre en tres escenarios: España, Francia y Roma. Espero que mis lectores puedan disfrutar de ella este año. Sería estupendo tenerla publicada para próxima Feria del Libro de Madrid, pero todo depende de los ritmos de edición.


Una última pregunta “fuera de programa”: ¿Llegaste a visitar la tumba de Rodríguez Losada en el cementerio londinense donde fue enterrado?


En realidad, no; ya que la última vez que estuve en Londres, hará unos siete años, no tenía ni idea de escribir un libro sobre él. Desde luego pienso hacerlo en mi próxima visita. También tengo previsto, cuando vaya a París, acercarme a la tumba de Manuel Godoy, en el cementerio de Père Lachaise. Godoy es otro de nuestros grandes personajes, pero ha sido injustamente tratado por la Historia. Existe una biografía fantástica sobre él escrita por Emilio La Parra López, catedrático de la Universidad de alicante. La Parra es asimismo autor de la mejor biografía escrita hasta ahora sobre Fernando VII, el gran enemigo de Godoy. Ambas obras obtuvieron el Premio Comillas de Ensayo. Leyendo estos libros me di cuenta de la talla de Godoy como gobernante. Fue un ilustrado que llegó tarde a su época; su tiempo era el del liberalismo y tuvo la mala suerte de enfrentarse a un coloso contra el cual ningún político de entonces salió bien parado: Napoleón Bonaparte. Es, sin duda, otro personaje a rescatar.

“El discurso de Felipe VI, el 3 de octubre de 2017, actuó como un auténtico “desfibrilador” del país”

Emilio Lara, ganador del Premio Edhasa de narrativa histórica
Luis del Palacio
viernes, 15 de febrero de 2019, 19:32 h (CET)

Emiliolara22Aquel peculiar filósofo español, paradójicamente poco conocido entre nosotros, George de Santayana, cuyas obras más importantes fueron escritas en inglés, afirmaba que “los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Esta frase, atribuida también a otros autores, incluido Karl Marx, podría ser una suerte de mal augurio o incluso un diagnóstico sobre lo que ocurre en España: desconocemos una buena parte de nuestra Historia y lo que “creemos saber” está con frecuencia condicionado por prejuicios que, a fuerza de repetirlos, se han convertido en moneda común. Parece que el término “leyenda negra” apareció en las postrimerías del siglo XIX, empleado por autores como Emilia Pardo Bazán y Julián Juderías, para referirse a un fenómeno que empezó a gestarse más de trescientos años antes y que se refiere al desdoro interesado que se había venido haciendo de España como potencia europea y colonial. Figura a la cabeza esa imagen de bárbaros semi analfabetos, amén de sanguinarios, que esquilmaron el continente americano durante varios siglos; pasando por alto elementos tan sustanciales como el de la evangelización, el mestizaje, la fundación de universidades y las llamadas “leyes de Indias”, que ya desde comienzos del siglo XVI garantizaban el estatus jurídico y la protección de la población nativa.

Con dos novelas de corte histórico – La cofradía de la Armada Invencible (2016) y El relojero de la Puerta del Sol (2017) – y una inédita (Tiempos de esperanza) que acaba de obtener el Premio Edhasa de Narrativa Histórica, Emilio Lara ha logrado algo que no por tópico resulta menos importante para un autor: el favor del público y de la crítica. Y ello se debe a que en ambas se concitan los elementos ideales del género: rigor histórico, calidad literaria y agilidad narrativa. Además, desde “la tercera” de ABC, el profesor Lara se nos revela como un fino articulista, rara avis dentro del panorama de la prensa española actual. A su bagaje como doctor en Antropología y profesor de Historia une una amplia cultura humanística que desgrana con un pausado, antiguo, acento jienense.

¿Qué puede aportar la novela al conocimiento de nuestra propia Historia?

La novela histórica nos aporta una mirada sobre el pasado. Yo la considero como una historia ambientada en ese pasado. Y en este concepto pueden entrar, por ejemplo, Yo, Claudio de Robert Graves, una novela sobre el siglo XIX o acaso una de Pérez Reverte (Hombres buenos, que transcurre en el XVI) etc. Nos ayudan a conocer mejor épocas pretéritas y también a captar mecanismos de la condición humana en cualquier época, que, por cierto, son básicamente los mismos que actúan en el presente.

Existen bastantes lagunas dentro de la enseñanza y acaso una de ellas pueda afectar a cómo se enseña la Historia de España. ¿Cuáles serían, a tu entender, las mayores carencias? ¿Qué periodos o qué momentos?

Respecto a la enseñanza secundaria, que es la que conozco, a lo largo de la ESO y en primero y segundo de bachillerato, sí está suficientemente bien planteada. Lo que sucede es que debería haber un control más estricto, por parte del ministerio de Educación, de lo que se hace a nivel autonómico; ya que existe un peligro de manipulación, cosa que vemos, sin duda, en el caso de Cataluña, donde la tergiversación de la Historia es evidente. He propuesto que la Real Academia de la Historia fuera un organismo consultivo que supervisara los manuales que se van a emplear en los diferentes institutos y que se requiriera su visto bueno. No con afán de censurar, por supuesto, sino para garantizar que son de verdad académicos, respetando determinadas perspectivas históricas, desde luego, pero que no manipulen. Creo que es lo que hoy hace falta en España.


Novelas ambientadas en épocas pasadas se han escrito siempre, pero ¿cuál es para ti la que inaugura el género moderno que hoy conocemos como “novela histórica”?


Para mí está claro: A nivel internacional, Umberto Ecco con El nombre de la rosa. En España, Juan Eslava Galán con En busca del unicornio. No obstante, la gran novela histórica surge en el XIX. Y la gran novela histórica la inicia Robert Graves (Yo, Claudio), sin olvidar a Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano) A mediados de los años ochenta, José Manuel Lara demostró tener un gran olfato al abrir la novela histórica a los Premios Planeta. En 1985 lo obtuvo Juan Antonio Vallejo Nájera con su novela Yo, el Rey; una magnífica obra revisionista sobre la figura de José Bonaparte. Al año siguiente lo ganó Terenci Moix con No digas que fue un sueño, que trata de la historia de amor entre Marco Antonio y Cleopatra. En 1987, Juan Eslava Galán se alzó con el premio por su novela En busca del unicornio, que sienta las bases de una nueva narrativa histórica en España, ya que logra crear el canon de la moderna novela histórica: una historia de absoluta ficción en un marco histórico perfectamente recreado. En mi opinión él es el precursor de la nueva novela histórica española. Por otro lado, Arturo Pérez Reverte es su gran difusor, el que ha logrado internacionalizar la novela histórica española hasta límites insospechados; la “marca España” de nuestra literatura presente.


Escuché al autor José Calvo Poyato, durante el curso de la UIMP en la Magdalena el pasado verano, que en una ocasión no cejó hasta dar con un dato que deseaba incluir en una de sus novelas. Se trataba de la cuantía exacta del “premio gordo” de la lotería allá por los años setenta del siglo XIX. Está claro que el escritor de novela histórica debe huir siempre de la inexactitud y del anacronismo, pero ¿hasta qué punto es necesario rizar el rizo en el detalle?


Un exceso puede perjudicar el relato. La novela de este género debe ser como aquellas grandes películas de tema histórico, en las que la documentación tiene que acompañar al relato, constituirse en el decorado, en el vestuario, pero jamás debe ralentizar la narración. Un abuso en la documentación ahogaría al propio relato. Debe primar lo literario sobre lo histórico. Esto se aprecia en los grandes escritores de novela histórica; muchos ingleses y norteamericanos. A mí me gusta muchísimo Hilary Mantel, que escribe sobre la corte de Enrique VIII y que aúna rigor histórico con calidad literaria. La novela histórica tiene que ser como un iceberg: en ella la documentación asoma sólo un poquito, el resto está por debajo del mar. La información no se aporta de manera explícita, pero implícitamente está ahí y eso se aprecia a través del ambiente que recrea y el reflejo de la mentalidad de la época.

¿Cómo comenzó tu interés por la figura del relojero Losada y qué te impulsó a recrear su historia?


Fue por pura casualidad. Durante un cambio de clase en el instituto, un compañero me habló sobre la figura de José Rodríguez Losada. En dos o tres minutos me contó a grandes rasgos la biografía de este personaje y yo me quedé absolutamente fascinado. Llegué a casa y me puse a investigar en Internet lo que había sobre él. Tardé unos seis meses en recopilar la información que precisaba; había muy pocos libros que se refirieran a su persona y apenas documentación fehaciente sobre sus pasos. Los datos que se conocían eran, eso sí, suficientemente fidedignos y a través de ellos pude hacerme una idea del personaje. Su vida había sido tan aventurera, tan novelesca, que sentí un fuerte impulso por recrearla. Por otro lado, para mí representaba un reto escribir sobre el siglo XIX, porque esta época había sido la gran ignorada por la novelística histórica española escrita en la actualidad. Es como si a los autores de novela histórica les diera reparo abordar una época que, desde Trafalgar hasta Cánovas, había sido recreada por Galdós en su monumental obra Episodios Nacionales. Tan sólo Arturo Pérez-Reverte se atrevió en alguna novela (El Húsar, El maestro de esgrima, Días de cólera) La Guerra de la Independencia sí había atraído el interés de algunos autores de este tipo de novela (entre ellos, el mencionado Vallejo-Nájera) Aparte de esto, casi ningún autor se había atrevido a bordar el siglo XIX español. Podría incluso parecer que en nuestro país existiera un cierto prejuicio entre los editores y agentes literarios y lo considerasen como “un siglo que no vendía”. Sin embargo hubo grandísimos escritores americanos, británicos, franceses, rusos etc. que trataban el XIX con la mayor naturalidad, sin el complejo de tener que seguir patrones del Romanticismo o cosas así. Y resulta un siglo tan apasionante como cualquier otro. He querido demostrar que así como somos hijos del siglo XX, somos nietos del XIX. La vida de Losada, que transcurrió entre España e Inglaterra, no sólo me daba pie a escribir una historia fascinante, sino también a mostrar las formas de vida en aquel siglo de dos países tan diferentes entre sí.


¿Quedan muchos “Losadas” por descubrir?


¡Uy! Claro que sí. Al fin y al cabo, la historia de Rodríguez Losada es la de un español común que no tenía nada de común. No fue político ni militar; no tuvo una presencia pública enorme, pero fue un español muy famoso en la época, alguien que por su propia valía llegó a tener gran renombre. Hay muchísimos ejemplos parecidos en la Historia de España. Me gusta mucho fijarme en esas personas que no fueron potentados ni aristócratas, que tradicionalmente han sido protagonistas de la novela histórica (reyes, emperadores, papas, generales) sino de origen humilde o burgués y que con su trabajo y sacrificio lograron alcanzar una altura y un aprecio muy grandes. Las aventuras personales, los viajes, las historias de superación crean arquetipos insuperables para la novela.


Me viene a la cabeza la figura, no demasiado conocida por el gran público, de Pedro Páez, descubridor de las fuentes del Nilo Azul, cuya vida fue recreada en un libro de Javier Reverte…


Curiosamente hace algunos años asistí en El Escorial a una conferencia que daba Javier Reverte sobre él. En efecto, ejemplos como este abundan en nuestra Historia. Los creadores de novela histórica estamos tratando de rescatar cada vez más a estas figuras semi olvidadas del pasado y hacer un tipo de novela sin ningún tipo de prejuicios, desacomplejada y de calidad; de manera equivalente a lo que han venido haciendo desde hace más de un siglo escritores anglosajones, franceses o alemanes. España ya puede jugar la “liga de campeones” con cualquier país del mundo.

¿Qué supone para un autor el obtener un premio?

Un reconocimiento muy grande. A mí lo que más me gusta de la faceta de escritor es el mero hecho de escribir. Cuando estoy en mi despacho cada día escribiendo, luchando por una página, tengo al final la sensación del trabajo bien hecho… y eso es lo que mayor satisfacción me produce. Lo mismo puede sucederle a un pintor en su taller o a un compositor ante la partitura. El favor del público es desde luego una cosa importante y si tu trabajo va acompañado de premios, mejor que mejor. El año pasado tuve la suerte de ganar el Premio Andalucía de la Crítica y el Premio Ciudad de Cartagena de Novela Histórica, con lo que puedo decir que El relojero de la Puerta del Sol sólo me produce satisfacciones, y muy especialmente por el Premio de la Crítica, que anteriormente lo obtuvieron Antonio Muñoz Molina (hace unos cuatro años) y Juan eslava Galán (hace cerca de veinte). Eso significa que los críticos, quienes tradicionalmente no se fijan demasiado en la novela histórica, lo han hecho ahora; y no lo digo tanto por mí, sino por el hecho de que la novela histórica es capaz de entretenernos y a la vez de aportar claves para el entendimiento de la condición humana, lo cual es, a fin de cuentas, la esencia de la Literatura.


Una pregunta al margen de la Literatura: La deslocalización del Archivo de Salamanca ¿podía afectar la labor futura de los investigadores de nuestra Guerra Civil?


Por supuesto. Yo estuve desde el principio en contra de esa decisión. El Archivo de Salamanca debe estar unificado, porque además con los medios de reproducción de hoy día podrían haberse consultado esos fondos documentales sin ninguna dificultad; bien a través de reproducciones facsímiles o por Internet. Se trató de una decisión política y soy desde luego de los que abogan por volver a unificar los Papeles de Salamanca en el Archivo del que nunca debieron salir.

¿Corre peligro la custodia de esos Papeles? ¿Podrían ser manipulados o incluso destruidos?


No creo que exista peligro de destrucción. Esa documentación se halla muy controlada. Incluso en el caso improbable de que se perdieran los originales, quedará un registro de ellos. La manipulación depende de lo que hagan los historiadores con ellos, pero siempre habrá los que combatan la tergiversación, enfocando la Historia mucho más hacia lo que realmente sucedió. A fin de cuentas, la interpretación de un acontecimiento histórico varía en función de la forma de pensar del historiador o de la corriente historiográfica a la que se adscriba. Desde luego soy partidario de que los “Papeles de Salamanca” retornen a su archivo original. Se trató de una arbitraria decisión política para contentar, cómo no, al nacionalismo catalán.


¿Cuándo, cómo y, sobre todo, por qué surge el grupo Escritores por la Historia, del que formas parte activa?


Fue iniciativa de Chani (Antonio Pérez Henares) la de convocar a una serie de novelistas de la Historia, a los que, partiendo de diversas posturas ideológicas, nos vinculaba el amor a España y el convencimiento de que a través de la novela histórica podíamos no sólo entretener al lector, sino aportar una visión del pasado en la que, con sus luces y sus sombras, se refleje la voluntad de los españoles por convivir a través de la superación de numerosas adversidades a lo largo de los siglos. La novela histórica es un género interclasista y transgeneracional que interesa a todo tipo de personas y es un medio extraordinario para entretener, pero también de aportar una serie de datos que apuntan a un pasado común y multicentenario.


¿Qué pervive a estas alturas de la Leyenda Negra? ¿Existen todavía claros prejuicios en torno a nuestra nación?


Sin duda. Desde los propios de la Leyenda Negra, que actúan de forma más o menos consciente. Incluso en el propio BREXIT subyace parte de este prejuicio o en ciertos jueces belgas y alemanes que no han dudado en dar acogida a los prófugos del golpe de Estado o han cuestionado medidas judiciales españolas con respecto a ellos (Puigdemont a la cabeza) considerando que en España no existe una democracia asentada. Subsiste, pues, en buena parte de Europa central y del norte, de forma más o menos consciente. No olvidemos que esta Leyenda Negra comienza a fraguarse en Italia durante el dominio de la Corona de Aragón en el Mediterráneo en la Baja Edad Media. Lo que ocurre es que llega a su apogeo durante la monarquía hispánica de los Austrias, en el siglo XVI con Carlos I y fundamentalmente con Felipe II. La Leyenda Negra no es sino la expresión máxima del temor y la envidia hacia lo que significó el Imperio Español.


¿En qué medida contribuyó el reinado de Carlos II, el Hechizado, a remachar los clavos de la Leyenda Negra?


Se trató de un reinado relativamente largo y Carlos II fue fruto de la endogamia de la Casa de Austria. Padeció un deterioro físico evidente desde el nacimiento y ciertas debilidades mentales. Además fue víctima de una pésima formación. En este sentido se le descuidó hasta casi la adolescencia, lo que contribuyó a sus numerosas lagunas intelectuales. Fue también un enmadrado y, por lo tanto, incapaz de asumir las riendas de su propia existencia; por si esto fuera poco, creó posteriormente una absoluta dependencia de su segunda mujer. Su hermanastro, Juan José de Austria, desarrolló una etapa de buen gobierno y algunos de sus ministros fueron eficaces… Su reinado no fue un periodo de larga e imparable decadencia. El Imperio Español tuvo algunos momentos buenos; la economía se recuperó, se dio un cierto aumento del nivel de vida y se mantuvieron casi todas nuestras posesiones en Europa. A su muerte, no obstante, se complica todo con la Guerra de Sucesión. Pero la situación mejora con la entrada de la Casa de Borbón. El siglo XVIII es un gran momento para España, en el que se produce una modernización acelerada del país y una puesta al día del Imperio. Todo ello comienza con el reinado de Felipe V y alcanza su epítome con Carlos III, que, para mí, es el gran rey de nuestra edad contemporánea… Junto a Felipe VI, su descendiente, que lo está demostrando día a día; pero muy especialmente a raíz de su mensaje televisado a una nación en estado de shock, y con una clase política paralizada, tras el golpe institucional en Cataluña. Aquel mensaje del 3 de octubre de 2017 fue un verdadero “desfibrilador” del país. La adrenalina que necesitaron millones de españoles. Y muchos nos dimos cuenta de que era un rey a la altura de las circunstancias. Actuó como valedor de la nación española y fue el que defendió la Constitución, la democracia y nuestra convivencia. Algo comparable a lo que hizo Juan Carlos I cuando paró el golpe de Estado del 23-F.


¿Me podrías hablar con las naturales reservas, que entiendo, de lo que se “hornea” en tu “obrador literario”?


Terminé hace poco una novela que me ha llevado casi un año de escritura. En este caso me voy un poquito más atrás en el tiempo que en las otras dos (La cofradía de la Armada Invencible está ambientada en el siglo XVI y El relojero de la Puerta del Sol, en el XIX) y transcurre en tres escenarios: España, Francia y Roma. Espero que mis lectores puedan disfrutar de ella este año. Sería estupendo tenerla publicada para próxima Feria del Libro de Madrid, pero todo depende de los ritmos de edición.


Una última pregunta “fuera de programa”: ¿Llegaste a visitar la tumba de Rodríguez Losada en el cementerio londinense donde fue enterrado?


En realidad, no; ya que la última vez que estuve en Londres, hará unos siete años, no tenía ni idea de escribir un libro sobre él. Desde luego pienso hacerlo en mi próxima visita. También tengo previsto, cuando vaya a París, acercarme a la tumba de Manuel Godoy, en el cementerio de Père Lachaise. Godoy es otro de nuestros grandes personajes, pero ha sido injustamente tratado por la Historia. Existe una biografía fantástica sobre él escrita por Emilio La Parra López, catedrático de la Universidad de alicante. La Parra es asimismo autor de la mejor biografía escrita hasta ahora sobre Fernando VII, el gran enemigo de Godoy. Ambas obras obtuvieron el Premio Comillas de Ensayo. Leyendo estos libros me di cuenta de la talla de Godoy como gobernante. Fue un ilustrado que llegó tarde a su época; su tiempo era el del liberalismo y tuvo la mala suerte de enfrentarse a un coloso contra el cual ningún político de entonces salió bien parado: Napoleón Bonaparte. Es, sin duda, otro personaje a rescatar.

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En el finísimo camino del hilo casi invisible / la araña desafíala terca gravedad y la engañosa distancia, / el hierro se desgastacon el frotar de la ventana, / casi una imperceptible sinfonía endulza el ambiente / cuando el viento transitaentre las grietas de la madera, / al mismo tiempo, / dos enamorados entregan su saliva el uno al otro / como si fueran enfermos recibiendo una transfusión.



Hace unos días tuvimos la oportunidad de viajar y visitar la ciudad de Praga con el apoyo de EUROPAMUNDO, emprendimos una excursión con muy buenos guías, como primera impresión y al cruzar a pie uno de los puentes de Praga, capital de la República Checa, quedamos fascinados por su belleza arquitectónica y monumental, el río Moldova que atraviesa esta ciudad, su gente hospitalaria y sus mujeres guapérrimas.

GatoTruffo, fiel. Te queremos muy muy bien. Eres buen tesoro.

 
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