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El derecho a vivir no se mendiga, se toma

Alexandre M. Jacob y el robo

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A través de una de las singulares y deliciosas ediciones bibliográfica, la editorial Pepitas de Calabaza publicó la compilación de textos del anarquista francés Alexandre Marius Jacob “Por qué he robado y otros escritos” (2007, 1ª edición; 2018, 2ª edición), volumen en el que brilla con luz propia el discursivo “Por qué he robado”, toda una declaración de principios inserta, precisamente, en una declaración judicial, en la que aprovecharía el anarquista, haciendo uso de la “propaganda por la idea”, para esgrimir todo un programa sociopolítico emergido de su concepción libertaria de las relaciones humanas. Y lo terrible es que muchas de las evidencias de entonces que el anarquista justiciero saca a relucir pueden ser contempladas en la actualidad. Del mencionado discurso se colige un previo análisis en profundidad de la lógica capitalista, al que se uniría una ostensible desazón tras el fracaso de la Comuna de París. Dedicado al robo al rico, enfocaría esta actividad en una lógica de lucha de clases en pos del logro de la justicia social. “Cuanto más trabaja un hombre, menos gana; cuanto menos produce, más beneficios obtiene […] solo los audaces se adueñan del poder y se aprestan a legalizar sus rapiñas” (p. 184), apunta, y lo apuntado parece tener hoy clara vigencia; se habla frecuentemente de los asalariados pobres. Por no hablar de los rentistas y especuladores y demás beneficiarios de un lucro ocioso, ni de aquellos que urden tramas desde instancias políticas para distraer dineros aportados por quienes los tributan, fruto de su esfuerzo. Y seguía Jacob: “yo, que no soy ni rentista ni propietario, que solo soy un hombre que posee brazos y cerebro para asegurarse su conservación, he tenido que mantener otra conducta. La sociedad solo me concedía tres medios de subsistencia: el trabajo, la mendicidad y el robo” (p. 185). Y dicho esto, defiende el trabajo como fuente de dignidad personal, ya que supone el desarrollo de las energías innatas residentes en el ser humano, ahora bien, lo que lo sublevaba era la explotación. Así lo expresa: “Lo que me ha repugnado es derrochar sangre y sudor por la limosna de un salario y crear riquezas de las que me iba a ver privado. En una palabra, me ha repugnado entregarme a la prostitución del trabajo” (p. 185).


En dicho discurso también hace profesión de sedición frente a la autoridad que lo juzgaba, esa que asimismo defendía, apuntalándolo, el estado de las cosas al que Jacob pretendió combatir a lo largo de su azarosa vida. Asevera en su declaración, consciente de que lo hubieran preferido como dócil obrero, fiel acatador de las leyes y generador de unas riquezas de las que solo obtendría una ínfima porción, lo siguiente: “Si me dediqué al robo no ha sido por una cuestión de principios ni de derechos. He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, antes que hacerme artífice de la fortuna de un amo. En términos más audaces, sin eufemismos, he preferido robar antes que ser robado” (p. 188).


Hastiado por tantos avatares, presidios, trabajos forzosos, decepciones y demás incidentes, este “técnico” del robo con sustento teórico-intelectual de fondo y vendedor de paños ambulante, alcanzados los 75 años se quitó la vida con grande frialdad para ser dueño asimismo de su sino, con objeto de privar a los achaques y enfermedades del placer de martirizarlo. Todo un carácter.

Alexandre M. Jacob y el robo

El derecho a vivir no se mendiga, se toma
Diego Vadillo López
lunes, 4 de febrero de 2019, 08:11 h (CET)

A través de una de las singulares y deliciosas ediciones bibliográfica, la editorial Pepitas de Calabaza publicó la compilación de textos del anarquista francés Alexandre Marius Jacob “Por qué he robado y otros escritos” (2007, 1ª edición; 2018, 2ª edición), volumen en el que brilla con luz propia el discursivo “Por qué he robado”, toda una declaración de principios inserta, precisamente, en una declaración judicial, en la que aprovecharía el anarquista, haciendo uso de la “propaganda por la idea”, para esgrimir todo un programa sociopolítico emergido de su concepción libertaria de las relaciones humanas. Y lo terrible es que muchas de las evidencias de entonces que el anarquista justiciero saca a relucir pueden ser contempladas en la actualidad. Del mencionado discurso se colige un previo análisis en profundidad de la lógica capitalista, al que se uniría una ostensible desazón tras el fracaso de la Comuna de París. Dedicado al robo al rico, enfocaría esta actividad en una lógica de lucha de clases en pos del logro de la justicia social. “Cuanto más trabaja un hombre, menos gana; cuanto menos produce, más beneficios obtiene […] solo los audaces se adueñan del poder y se aprestan a legalizar sus rapiñas” (p. 184), apunta, y lo apuntado parece tener hoy clara vigencia; se habla frecuentemente de los asalariados pobres. Por no hablar de los rentistas y especuladores y demás beneficiarios de un lucro ocioso, ni de aquellos que urden tramas desde instancias políticas para distraer dineros aportados por quienes los tributan, fruto de su esfuerzo. Y seguía Jacob: “yo, que no soy ni rentista ni propietario, que solo soy un hombre que posee brazos y cerebro para asegurarse su conservación, he tenido que mantener otra conducta. La sociedad solo me concedía tres medios de subsistencia: el trabajo, la mendicidad y el robo” (p. 185). Y dicho esto, defiende el trabajo como fuente de dignidad personal, ya que supone el desarrollo de las energías innatas residentes en el ser humano, ahora bien, lo que lo sublevaba era la explotación. Así lo expresa: “Lo que me ha repugnado es derrochar sangre y sudor por la limosna de un salario y crear riquezas de las que me iba a ver privado. En una palabra, me ha repugnado entregarme a la prostitución del trabajo” (p. 185).


En dicho discurso también hace profesión de sedición frente a la autoridad que lo juzgaba, esa que asimismo defendía, apuntalándolo, el estado de las cosas al que Jacob pretendió combatir a lo largo de su azarosa vida. Asevera en su declaración, consciente de que lo hubieran preferido como dócil obrero, fiel acatador de las leyes y generador de unas riquezas de las que solo obtendría una ínfima porción, lo siguiente: “Si me dediqué al robo no ha sido por una cuestión de principios ni de derechos. He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, antes que hacerme artífice de la fortuna de un amo. En términos más audaces, sin eufemismos, he preferido robar antes que ser robado” (p. 188).


Hastiado por tantos avatares, presidios, trabajos forzosos, decepciones y demás incidentes, este “técnico” del robo con sustento teórico-intelectual de fondo y vendedor de paños ambulante, alcanzados los 75 años se quitó la vida con grande frialdad para ser dueño asimismo de su sino, con objeto de privar a los achaques y enfermedades del placer de martirizarlo. Todo un carácter.

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