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Patxo Palacios

Libertad, aunque sea a la fuerza

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En estos tiempos turbulentos que vivimos, de avances tecnológicos impresionantes, por un lado, y de atrocidades en forma de guerra y violaciones flagrantes de derechos humanos, por otro, no está nunca de más recalcar la absoluta necesidad de respetar el derecho a la vida y a la libertad en cualquier rincón del planeta.

Y esta reflexión, que parece obvia y suscribible por todos, desgraciadamente no lo es. No lo es en Cuba, no lo es en Palestina, no lo es en el Kurdistan, no lo es en Irak, no lo es en tantos y tantos rincones... unas veces en nombre de una concepción radical, iluminada e intolerante del Islam, otras en nombre del paraíso comunista, otras por puro y duro ejercicio de la ley del más fuerte (dictaduras bananeras de Centro y Sudamérica, p. ej.).

Y en pleno 2006, parece que la historia, incluso la literatura o el cine sobre el horror de la guerra, no han profundizado lo suficiente en el subconsciente colectivo de una buena parte de nuestros congéneres. En esos congéneres que son capaces por alienamiento mental, como los terroristas del 11 M, 11 S, y sus colegas que diariamente aterrorizan a sus conciudadanos en Irak regando de cadáveres las calles de la otrora cuna de civilizaciones. Esos congéneres que, amparados en una supuesta superioridad moral del fin que defienden, son capaces de cargarse a todo ‘infiel’ que ose desafiar ese credo.

Es por eso, que se hace absolutamente necesario ser inflexibles en la defensa de los principios de libertad de los que la cultura occidental se dotó hace siglos y ha ido defendiendo, con mayor o menor acierto, creando sus organismos comunes (UE, ONU, etc.) y de ayuda al desarrollo (ONGs de todo tipo), laicos y respetando las concepciones políticas y religiosas de cada miembro.

Esa es la grandeza de la democracia: la libertad, en caso necesario la autodefensa, como las potencias aliadas reaccionaran en su día ante la barbarie nazi, p.ej. Pero en ningún caso respondiendo a terrorismo con terrorismo; la historia del conflicto palestino-israelí de terrorismo y contraterrorismo de estado en varias décadas no ha hecho sino engendrar más odio y ansias de venganza, donde nadie es bueno; ambos acaban siendo malos. El caso del secuestro, asesinato y contraasesinato de deportistas israelitas, y los comandos palestino y judío en Munich 72 -de actualidad por la buena película de Spielberg- es una prueba fiel de lo expuesto.

Si algo nos ha enseñado la historia de las guerras es que ésta debe ser el último remedio del hombre para salvaguardar su dinidad y su libertad; por ello, casi ninguna de las que se viene dando últimamente está justificada. Y si algo debemos tener claro es que por encima de cualquier convicción religiosa o política que se tenga, todos debemos cumplir unas mínimas reglas comunes.

Esto es, si una chica árabe pretende entrar con el burka en un colegio público francés en que todos los alumnos van a cara descubierta o ir a una clase con solo chicas en un colegio mixto, no se debe ceder en la libertad de culto y de movimiento en aras a no sé qué respeto al Islam.

Libertas capitur. (La libertad se conquista).

Libertad, aunque sea a la fuerza

Patxo Palacios
Patxo Palacios
miércoles, 22 de febrero de 2006, 00:01 h (CET)
En estos tiempos turbulentos que vivimos, de avances tecnológicos impresionantes, por un lado, y de atrocidades en forma de guerra y violaciones flagrantes de derechos humanos, por otro, no está nunca de más recalcar la absoluta necesidad de respetar el derecho a la vida y a la libertad en cualquier rincón del planeta.

Y esta reflexión, que parece obvia y suscribible por todos, desgraciadamente no lo es. No lo es en Cuba, no lo es en Palestina, no lo es en el Kurdistan, no lo es en Irak, no lo es en tantos y tantos rincones... unas veces en nombre de una concepción radical, iluminada e intolerante del Islam, otras en nombre del paraíso comunista, otras por puro y duro ejercicio de la ley del más fuerte (dictaduras bananeras de Centro y Sudamérica, p. ej.).

Y en pleno 2006, parece que la historia, incluso la literatura o el cine sobre el horror de la guerra, no han profundizado lo suficiente en el subconsciente colectivo de una buena parte de nuestros congéneres. En esos congéneres que son capaces por alienamiento mental, como los terroristas del 11 M, 11 S, y sus colegas que diariamente aterrorizan a sus conciudadanos en Irak regando de cadáveres las calles de la otrora cuna de civilizaciones. Esos congéneres que, amparados en una supuesta superioridad moral del fin que defienden, son capaces de cargarse a todo ‘infiel’ que ose desafiar ese credo.

Es por eso, que se hace absolutamente necesario ser inflexibles en la defensa de los principios de libertad de los que la cultura occidental se dotó hace siglos y ha ido defendiendo, con mayor o menor acierto, creando sus organismos comunes (UE, ONU, etc.) y de ayuda al desarrollo (ONGs de todo tipo), laicos y respetando las concepciones políticas y religiosas de cada miembro.

Esa es la grandeza de la democracia: la libertad, en caso necesario la autodefensa, como las potencias aliadas reaccionaran en su día ante la barbarie nazi, p.ej. Pero en ningún caso respondiendo a terrorismo con terrorismo; la historia del conflicto palestino-israelí de terrorismo y contraterrorismo de estado en varias décadas no ha hecho sino engendrar más odio y ansias de venganza, donde nadie es bueno; ambos acaban siendo malos. El caso del secuestro, asesinato y contraasesinato de deportistas israelitas, y los comandos palestino y judío en Munich 72 -de actualidad por la buena película de Spielberg- es una prueba fiel de lo expuesto.

Si algo nos ha enseñado la historia de las guerras es que ésta debe ser el último remedio del hombre para salvaguardar su dinidad y su libertad; por ello, casi ninguna de las que se viene dando últimamente está justificada. Y si algo debemos tener claro es que por encima de cualquier convicción religiosa o política que se tenga, todos debemos cumplir unas mínimas reglas comunes.

Esto es, si una chica árabe pretende entrar con el burka en un colegio público francés en que todos los alumnos van a cara descubierta o ir a una clase con solo chicas en un colegio mixto, no se debe ceder en la libertad de culto y de movimiento en aras a no sé qué respeto al Islam.

Libertas capitur. (La libertad se conquista).

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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