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Un relato breve de Francisco Castro

El club de los veintisiete

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Una tenue patina de humedad cubre la barandilla del balcón. Es una capa acuosa, apenas perceptible. Si no fuera por el residuo pegajoso que deja en los dedos al apoyar las manos, no hubiese reparado en ella. Enciendo un cigarrillo, negro como esta noche de otoño. Nunca había fumado hasta hace dos meses, poco después de cuando tuve el accidente y vi la muerte tan de cerca.


La bicicleta en la que pedaleaba aquella clara noche de junio estaba perfectamente iluminada. El conductor del coche no respetó el stop, no se detuvo y volé por encima de él cayendo casi una decena de metros por detrás. Tres semanas de UCI, cuatro de hospital y los dos meses que llevo en rehabilitación. Fumando, fumando un cigarrillo detrás de otro, jugando a la ruleta rusa del cáncer porque estoy en racha y soy inmortal hasta que me muera de cualquier cosa.

Esta noche la voy a pasar en un hotel de los buenos. Un hotel de los que nunca he podido pagarme, un hotel para millonarios y que está a escasos doscientos metros de mi casa. He cobrado una cuantiosa indemnización por el accidente esta mañana y esta noche voy a disfrutar. Cena de primera, SPA y habitación de lujo. Hay que aprovechar porque la suerte sólo nos puede sonreír a los pobres una vez y quizá mañana, o cualquier otro día, vuelvan a saltarse un STOP y seguramente no tendré tanta suerte.


Pero esta noche estoy en racha todavía. Apuro el cigarrillo, enciendo otro y miro a la izquierda. En el balcón de ese lado hay una chica preciosa. Fuma también y me sostiene la mirada. Nos miramos fijamente sin dirigirnos la palabra. Los ricos, esos que vienen a hoteles como éste, tienen suerte hasta para eso. Las chicas bonitas se fijan siempre en ellos.

Al terminar el segundo cigarrillo vuelvo a la habitación. La chica se queda en su balcón, quizás esperaba algo más de mí que una simple mirada. Pero yo no estoy aquí para estas cosas. En la mesilla de noche me esperan dos cajas de ansiolíticos y una botella de ron. Siempre he deseado morir en un hotel de lujo a los veintisiete años. Para la segunda variable llego un poco tarde. Pero algo es algo...

El club de los veintisiete

Un relato breve de Francisco Castro
Francisco Castro Guerra
domingo, 21 de octubre de 2018, 11:31 h (CET)

Una tenue patina de humedad cubre la barandilla del balcón. Es una capa acuosa, apenas perceptible. Si no fuera por el residuo pegajoso que deja en los dedos al apoyar las manos, no hubiese reparado en ella. Enciendo un cigarrillo, negro como esta noche de otoño. Nunca había fumado hasta hace dos meses, poco después de cuando tuve el accidente y vi la muerte tan de cerca.


La bicicleta en la que pedaleaba aquella clara noche de junio estaba perfectamente iluminada. El conductor del coche no respetó el stop, no se detuvo y volé por encima de él cayendo casi una decena de metros por detrás. Tres semanas de UCI, cuatro de hospital y los dos meses que llevo en rehabilitación. Fumando, fumando un cigarrillo detrás de otro, jugando a la ruleta rusa del cáncer porque estoy en racha y soy inmortal hasta que me muera de cualquier cosa.

Esta noche la voy a pasar en un hotel de los buenos. Un hotel de los que nunca he podido pagarme, un hotel para millonarios y que está a escasos doscientos metros de mi casa. He cobrado una cuantiosa indemnización por el accidente esta mañana y esta noche voy a disfrutar. Cena de primera, SPA y habitación de lujo. Hay que aprovechar porque la suerte sólo nos puede sonreír a los pobres una vez y quizá mañana, o cualquier otro día, vuelvan a saltarse un STOP y seguramente no tendré tanta suerte.


Pero esta noche estoy en racha todavía. Apuro el cigarrillo, enciendo otro y miro a la izquierda. En el balcón de ese lado hay una chica preciosa. Fuma también y me sostiene la mirada. Nos miramos fijamente sin dirigirnos la palabra. Los ricos, esos que vienen a hoteles como éste, tienen suerte hasta para eso. Las chicas bonitas se fijan siempre en ellos.

Al terminar el segundo cigarrillo vuelvo a la habitación. La chica se queda en su balcón, quizás esperaba algo más de mí que una simple mirada. Pero yo no estoy aquí para estas cosas. En la mesilla de noche me esperan dos cajas de ansiolíticos y una botella de ron. Siempre he deseado morir en un hotel de lujo a los veintisiete años. Para la segunda variable llego un poco tarde. Pero algo es algo...

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