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Opinión
Etiquetas | Opus Dei
San Josemaría Escrivá no entendía la libertad, no cabía en su inteligencia, en sus planteamientos

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LXXIV)

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Noto en el foro que se ha creado un debate interesante sobre el concepto “abuso de conciencia” que el Papa ha empleado en su reciente documento de 20 de agosto de 2018, y que viene muy a propósito de estos comentarios sobre la carta de Ocáriz de 9 de enero de 2018, al tratarse de una carta sobre la libertad cargada de un fuerte contenido autorreferencial hacia la figura del fundador y hacia la institución del Opus Dei en un momento histórico en el que ya es difícil llevar esa política de ocultación desde una institución de la Iglesia, en parte porque es muy difícil llevarla a cabo ante los medios de comunicación, Internet y redes sociales en que vivimos, y en parte porque, como señala el portavoz del Vaticano, ese tipo de heridas NO PRESCRIBEN.


Podrá ser perdonado todo tipo de heridas, pero el daño está ahí, a la vuelta de los años, como se ha podido comprobar en las múltiples intervenciones del foro de estos artículos: Hay mucha gente que ha perdonado los abusos de conciencia cometidos desde el Opus Dei. Pero es imposible olvidarlos. El daño causado sigue presente a la vuelta de muchos años. La memoria no es controlable; simplemente, se tiene. No es inmoral tener memoria, y menos todavía, usarla para impedir que desde una institución tóxica se dañe a otros de la misma manera que se le dañó a uno.


El tema de los abusos de conciencia o del abuso espiritual requiere ser tratado un poco más despacio, ahora que estamos tratando del proselitismo en el Opus Dei, pero ahora voy a hacer un inciso no menos interesante respecto de lo que venimos tratando.


Estaba el otro día tomando una cerveza con dos amigos míos que vienen siguiendo día a día esta serie de artículos. Uno de ellos es historiador y el otro, médico. En un momento de la conversación, el historiador me preguntó lo siguiente: “Antonio: ¿Cuál crees tú que es el origen del desastre institucional y del camino sin salida en el que está actualmente metido el Opus Dei?”


Estuve por remitirle a mis primeros artículos de esta serie, pero inmediatamente me di cuenta de que yo he mencionado que la crisis del Opus Dei viene “de muy atrás”, pero no he indicado cual es, a mi modo de ver, “el origen” de la misma.

Me pareció una interesante pregunta porque para entender una crisis, es preciso analizar el momento inicial de esta.

Lo que voy a ofrecer es una opinión personal, como todo lo que estoy escribiendo, como no podía ser de otro modo. A la vez, quiero dar gracias a Dios por poder opinar sobre este tema. Los del Opus Dei, simplemente cerrarían los ojos a la realidad que les circunda y, debido a que no pueden ejercer la crítica, no pueden opinar.


Mi opinión – ya lo dije muy atrás – es que el verdadero Opus Dei es el que se llevaba a cabo en la chocolatería El Sotanillo, en la calle de Alcalá de Madrid, en donde se reunían los primeros miembros, sin estatutos, sin reglamentos, solo con ilusión, con alegría, con proyectos, con amistad. Y sin dinero. El Opus Dei estaba compuesto entonces por media docena de personas aproximadamente.


Hasta ahí, todo bien, aunque no todo, pues ya había un germen de error fundacional. Era este: los primeros miembros tenían compromiso de celibato. A mi modo de ver, ahí había un error, pues si de lo que se trataba era de ser cristianos corrientes en medio del mundo, el planteamiento de que todos los miembros fueran célibes suponía que, aunque san Josemaría no lo quisiera reconocer, él estaba ya pensando en unos “religiosos urbanos” o en unos “religiosos laicos”.

A mi modo de ver, ahí había ya un germen de error. Si lo que san Josemaría quería fundar era una orden religiosa, que la fundara como tal. Ahora bien, lo que no parece aceptable es fundar una institución en la que “son en realidad religiosos sin serlo”, o como se expresó en 1941 con las constituciones como pía unión, “en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa”.


Ya se que hablar de “error fundacional”, para los miembros del Opus Dei puede sonar a blasfemia, pero así es como creo que se puede expresar más correctamente esto. Por otra parte, nadie en la Iglesia Católica salvo ellos verá esta expresión como “blasfemia”, puesto que nadie en la Iglesia tiene divinizado a san Josemaría, aunque esté canonizado.

Este es el primer error fundacional: Un copia y pega de los modos de la vida religiosa incrustados en la vida laical. Ya inicialmente, ahí había un engendro que los años no han hecho sino embrollar más.


O somos, o no somos, pero no una ambigüedad, no la cuadratura del círculo.


En este punto se puede ver la baja inteligencia de san Josemaría, así como la idea tan poco clara de lo que quería. También se aprecia su falta de originalidad. Tampoco se le pedía que fuera original; la mayoría de los fundadores no lo han sido. Pero como fundador sí debía haber dejado una expresión clara de lo que quería, y no una ambigüedad. Lo menos que podía haber hecho es no generar problemas, que no es poco.


Un segundo error inicial podemos situarlo en ese afán de controlar las almas que le llevó a llegar a acuerdos con otros sacerdotes para que estos confesaran a los miembros del incipiente Opus Dei. Como ya he dicho, esto era un copia y pega de una costumbre de religiosas, como es el caso, por ejemplo, de las carmelitas, que se confiesan con sacerdotes de su orden o aprobados por su orden.


Este afán de control tampoco casa con la idea de una entidad formada por gente laical y secular. Es un planteamiento claramente “antiguo”, como de desconfianza en la madurez cristiana de los laicos, sin que sea disculpa la finalidad que pretendía, que era la de evitar que los miembros del Opus Dei se confesaran con él, que se reservaba la dirección espiritual de los primeros miembros.


Ahora bien, lo que pretendía en el fondo con esos sacerdotes, era que estos aconsejaran a los primeros miembros, en la confesión, lo que él les indicase. Es decir, lo que pretendía era una dirección espiritual desde el confesonario controlada por él.


Doble error. El primero, por confundir sacramento con dirección espiritual, la cual no se debe llevar a cabo en el confesonario, si el penitente no la solicita voluntariamente. El segundo, no respetar la independencia de criterio sacerdotal de esos sacerdotes, los cuales no le hicieron caso, como es lógico, y aconsejaron a esos primeros miembros como estimaron oportuno según su criterio sacerdotal, que no siempre era coincidente con san Josemaría, el cual terminó diciendo de aquellos sacerdotes que fueron para él su “corona de espinas”.


Todo esto pasó antes de la guerra. Tras la guerra, prácticamente hubo que empezar de nuevo. Respecto de los sacerdotes, san Josemaría “aprendió la lección” y le quedó claro que en el futuro, “los sacerdotes-controladores” que él buscaba, tendrían que estar a sus órdenes.


Esto cuajó en 1943 con la solución de crear una sociedad, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, de modo que los sacerdotes a las órdenes de san Josemaría, saliesen de las filas del Opus Dei y se ordenasen Ad titulum societatis, al título de la sociedad, presidida por él. De esa manera, esos sacerdotes “serían suyos”.


A partir de ahí, el itinerario jurídico para conseguir una forma de derecho pontificio que armonizase esos dos bloques de sacerdotes y laicos, fue una odisea, pero ya había ahí otro germen de error que se arrastraría hasta hoy día mismo: Lo que inicialmente era una organización laical, o en todo caso, que englobara a sacerdotes y laicos indistintamente, había pasado a ser una fusión de dos entidades en la que se empezó a prestar más atención al elemento clerical que al laical, de modo que nunca estuvieron tan juntos como en los primeros tiempos.


Todo lo demás, ya lo he contado en alguna entrega anterior, pero desemboca en que hoy día, el Opus Dei es una prelatura personal, que no forma parte de la estructura jerárquica de la Iglesia (lo cual va en contra del deseo del fundador) y que solo se compone de curas y diáconos. ¡Vaya negocio!


En cuanto a los laicos, ahí quedan de tapadillo, en una asociación y con unos Estatutos que toman preceptos no determinados de la figura jurídica anterior, la de instituto secular, los cuales figuran integrados en los nuevos Estatutos, con el agravante de que esos preceptos que los nuevos estatutos incluyen, al referirse a las Constituciones de 1950, se refieren al Opus Dei como un “instituto secular”, esto es, a una forma jurídica incluida en los “consagrados”, dentro del CIC vigente, por lo que se plantea de nuevo la cuestión de la secularidad. En fin, un verdadero embrollo jurídico con difícil solución.


Todo un despropósito.


¿El origen? Pretender imponer su mando en el sacramento de la confesión administrado por otros sacerdotes.

¿Más pistas del origen de todos los males?


La abadesa de las Huelgas, de la que san Josemaría quedó fascinado. Y el cerebro de mosquito que demostró tener al llevar a cabo la extravagancia de pretender emular, en pleno siglo XX, unos aspectos jurídicos pintorescos y excepcionales que bien podían ser objeto de un estudio histórico-jurídico, pero que no tenían por qué ser paradigma para una entidad secular de cristianos cuyo carisma es tan sencillo como buscar la santidad en la vida ordinaria.

He citado tres puntos, muy del origen, que a mi juicio están en la raíz de los despropósitos posteriores. Cualquiera que estudie a fondo los comienzos del Opus Dei, puede advertir otros puntos parecidos.


Pero “el origen de los orígenes” está en el propio san Josemaría. No solo en su falta de inteligencia, sino en su perturbación psicológica.


En este punto, la atención de mi amigo el historiador empezó a ceder a la del médico.


Los errores anteriores que acabo de exponer, tienen un factor común: la falta de respeto por la libertad ajena en la actuación de san Josemaría. Más aún: san Josemaría Escrivá no entendía la libertad, no cabía en su inteligencia, en sus planteamientos. A nivel teórico, quizá sí, pero era incapaz de aceptar la libertad ajena. Yo personalmente no pienso que tuviera maldad; simplemente era un incapaz para la libertad, lo mismo que, psicológicamente, hay quien es incapaz para otras cosas.


Esto es muy importante, porque el tema de la carta de Ocáriz es precisamente la libertad.


Esa incapacidad para la libertad en la mente de san Josemaría hay que buscarla en un trastorno psicológico, que bien pudo tenerlo de nacimiento o lo fue adquiriendo. Un amigo mío psiquiatra dice que la vida propia es un factor muy importante y configurador del estado psicológico de las personas. Quizá todo influya, los genes, el nacimiento, las enfermedades infantiles, los graves sufrimientos de la niñez, los desencuentros con compañeros, las crueldades de otros niños, el sufrimiento o las humillaciones de los padres, los complejos, las inhibiciones juveniles, etc.


La mente humana es un misterio complejísimo. Ahora bien, en la formación de los primeros años (y posteriores) del Opus Dei, se observan desequilibrios psíquicos en san Josemaría. Si hemos de buscar un origen primigenio, ese sería el origen inicial.


Aparte de estudios grafológicos que aportan indicios importantes, me parece de especial interés el estudio aportado en OpusLibros por alguien que por nombre o pseudónimo se hace llamar Marcus Tank en el que desarrolla la tesis de un trastorno narcisista de la personalidad en san Josemaría Escrivá, diferenciándolo de otros trastornos en los que se podría profundizar también.


Este estudio no plantea algo novedoso. Como es sabido y está perfectamente documentado, el propio san Josemaría Escrivá intentó en repetidas ocasiones ser nombrado obispo entre 1942 y 1962. Para ello utilizó incluso las buenas relaciones con el régimen de Franco, el cual, de acuerdo con el derecho de presentación, le propuso hasta tres veces para las sedes episcopales de Vitoria y San Sebastián, así como para el arzobispado castrense.


Sin embargo, aunque aparentemente no hubiera información, la trayectoria clerical de san Josemaría, concretamente en el seminario, en Perdiguera, en los años posteriores; así como su comportamiento y carácter, bastante conocidos, llevaron a las autoridades eclesiásticas a desaconsejar dichos nombramientos, fundamentalmente por motivos psicológicos: No pasaba desapercibido cierto desequilibrio psíquico, desaconsejable para quien se plantea la posibilidad de dirigir una diócesis.


Volviendo al estudio psicológico antes mencionado, vale la pena detenerse en determinados aspectos del comportamiento de san Josemaría que denotan desequilibrio mental.


El estudio utiliza el DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, de la American Psychiatric Association, que es el utilizado habitualmente por los profesionales de esta materia. Para explicar los conceptos sintomáticos, el estudio utiliza los criterios de Theodore Millon, uno de los máximos expertos en los trastornos de la personalidad.


En el estudio aparecen los nueve criterios diagnósticos establecidos para este tipo de análisis, y las afirmaciones que contiene sobre los que padecen el trastorno narcisista de la personalidad, se han extraído de la APA y del profesional citado.


Por supuesto que este estudio es una mera opinión profesional, pero cualificada, no un mero comentario o libelo; es una opinión razonada, con la que se podrá estar de acuerdo o no, pero ese acuerdo o desacuerdo deberá situarse en un plano de seriedad académica, no simplemente de rechazo fanático y apriorístico.


Como no se trata de que copie aquí el referido estudio completo, me voy a limitar a señalar LOS SÍNTOMAS que profesionalmente vienen descritos para el trastorno narcisista de la personalidad que vienen en el referido estudio, y dejo al lector que lea LOS HECHOS CONCRETOS DE LA VIDA DE SAN JOSEMARÍA QUE RESPONDEN A ESOS SÍNTOMAS ACADÉMICAMENTE FIJADOS. Dichos hechos son sobradamente conocidos para todo aquel que haya estado un tiempo en contacto con el Opus Dei.


El DSM-IV define el trastorno narcisista de la personalidad como UN PATRÓN GENERAL DE GRANDIOSIDAD (EN LA IMAGINACIÓN O EN EL COMPORTAMIENTO), UNA NECESIDAD DE ADMIRACIÓN Y UNA FALTA DE EMPATÍA, QUE EMPIEZAN AL PRINCIPIO DE LA EDAD ADULTA Y QUE SE DAN EN DIVERSOS CONTEXTOS COMO LO INDICAN LOS SIGUIENTES ÍTEMS:


PRIMERO: Grandioso sentido de autoimportancia. El narcisista tiene un grandioso sentido de autoimportancia: por ejemplo, exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados.

SEGUNDO: Preocupación por fantasías de éxito. El narcisista está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.


Citando la obra de T. Millon, páginas 369 a 372, el estudio citado dice lo siguiente: El aspecto cognitivo de los narcisistas es muy interesante, pues juegan con la realidad alterando y recomponiendo los hechos con el fin de reforzar sus creencias, con un estilo denominado expansivo. Los narcisistas escriben fábulas personales, historias revisadas que magnifican los acontecimientos. Recuerdan el pasado como les gustaría que hubiese sido. Varían los énfasis o los acentos con los que se interpreta la historia, siempre al servicio de la situación actual. La reconstrucción del pasado supone la base para sus fantasías actuales. El pasado se instrumentaliza para su autopromoción, al contrario que los depresivos, que lo utilizan para su autocrítica. La fantasía no se limita al futuro, sino que se extiende al pasado, racionalizando y reconstruyendo el mismo. A veces mezclan sueños de omnipotencia y rasgos paranoides. Es decir, todo un delirio, una construcción lógica coherente a la que otorgan estatuto de realidad.


Estas personas tienen una imaginación tan vívida que el futuro parece carecer de contingencia. La fantasía se experimenta con enorme intensidad, de modo que rivaliza con la propia realidad. Se conceden licencias respecto a los hechos y suelen mentir para mantener sus ilusiones. Se engañan a sí mismos y tienden a elaborar razones plausibles. Emplean mecanismos de racionalización y de regulación cognitiva, de modo que componen representaciones subjetivas en mayor medida de lo normal mediante recuerdos ilusorios y cambiantes sobre realidades pasadas. Los conflictos e impulsos inaceptables son rápidamente remodelados en cuanto surge la necesidad. El poder y la gloria de sí mismo es un espectáculo que debe ponerse en escena una y otra vez en la imaginación. El narcisista es a la vez actor y aplauso —tiene rasgos histriónicos—, de manera que el argumento no se vuelve aburrido por muchas veces que se repita. La fantasía sirve para regocijarse de la exhibición de sí mismo. Es bien conocida, por otra parte, la asociación entre el narcisismo y el abuso de poder que ejercen las figuras megalómanas y carismáticas dentro de sus organizaciones (Sankowsky, 1995), redefiniendo la realidad con el fin de retener a sus seguidores y preservar su status especial. Por lo tanto, desde el punto de vista cognitivo, los narcisistas sustituyen la realidad por las ensoñaciones y la imaginación. Su pasado, presente y futuro están matizados por estas fantasías al servicio de su gloria.


TERCERO: Creerse especial y único. El narcisista cree que es “especial” y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto status.

En expresión de T. Millon, “se considera a sí mismo como único y especial. Se comporta con egocentrismo y se cree el centro del universo”.


CUARTO: Exigir una excesiva admiración de sí El narcisista exige admiración excesiva.

Dice Millon que los narcisistas “se rodean de personas que los admiran de un modo incondicional”. No soportan a otro tipo de personas en su cercana compañía. (piénsese ahora en Álvaro Portillo o Javier Echevarría. Este último sabía todas las fechas y datos de la biografía de Escrivá, y realmente lo idolatraba).

No está de más copiar a continuación una cita textual de dicho doctor: La fusión del ideal del sí mismo y la imagen de sí mismo explica el sentimiento de grandeza de los narcisistas; la fusión del ideal del otro y la imagen de sí mismo explica su necesidad de admiración y su sentimiento de tener derechos sobre los demás. El otro ideal es una persona que le admira, que llega incluso a la veneración, que está dedicado en cuerpo y alma a mantener la ilusión de que el narcisista es el centro del universo. Además, dado que el otro ideal está mezclado con el sí mismo ideal, los que se relacionen con el narcisista también deben ser perfectos. Las imperfecciones de los demás son incongruentes con la imagen que los narcisistas tienen de sí mismos y suelen conducir a expresiones de ridiculización y desprecio (Theodore MILLON, Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Barcelona 2006, p.362).


QUINTO: Irrazonablemente pretencioso. El narcisista es muy pretencioso, por ejemplo, expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas.


SEXTO: Interpersonalmente explotador. El narcisista es interpersonalmente explotador: por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.


SÉPTIMO: Ausencia de empatía. El narcisista carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.


OCTAVO: Una acusada tendencia a la envidia. El narcisista frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él.

Llegados a este punto, parece de interés leer algunos párrafos de Millon: Esta utilización masiva de la racionalización nos da una idea de la arquitectura de la mente del narcisista. La primera impresión es que el mundo interno del narcisista parece inteligente, sólido y sustancial. Sin embargo, son pocas las ideas que genera que no han sido diseñadas para conseguir la admiración de una audiencia. Cuando afloran las evidencias incriminatorias, los narcisistas idean una sutil cadena de acontecimientos y se convencen, e intentan convencer a los demás, de que todo el tiempo han estado en lo cierto, de que lo han planeado todo de antemano y forma parte de su grandioso plan. El mundo interno del narcisista, lejos de contar con una base ideológica sólida, está formado por construcciones inconstantes con algún propósito temporal, o de conveniencia. Sus argumentos no necesitan ser defendidos de forma absoluta, ya que siempre se reorquestan para cualquier nuevo propósito que pudiera surgir. Su interpretación del mundo, basada más en la conveniencia que en los principios, así como su facilidad para variar las interpretaciones en la medida en que sea necesario para apoyar sus propios objetivos egocéntricos, reflejan la existencia de un superyó omnipresente que aflige a la mayoría de los narcisistas. La moralidad y los valores no son más que otra cortapisa a su ilimitado deseo de omnipotencia (Theodore MILLON, Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Barcelona 2006, pp.359-360).


NOVENO: Arrogancia El narcisista presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios.


El estudio de Markus Tank del que venimos hablando (http://www.opuslibros.org/PDF/marcus_trastorno.pdf ) recoge muchísimos episodios y citas de testimonios que avalan el hecho de que el fundador del Opus Dei padecía toda esta sintomatología.


Al fin y al cabo, la psiquiatría y la psicología trabajan con un “material” que es menos tangible que la temperatura de una persona resfriada o la fractura de quien se ha roto un hueso. Pero que sea un material menos tangible no quiere decir que no sea real, pues el comportamiento de una persona resulta evidente para quien lo observa.


Otra cosa serán las sistematizaciones profesionales de esos comportamientos, las clasificaciones, los análisis y los estudios de los mismos.


Evidentemente, el estudio en el que me estoy deteniendo es un mero estudio, pequeño, incipiente, que sin duda no será el único, de una persona cuyo rastro, lo digo desde ahora, ES IMPOSIBLE BORRAR, por más que lo intenten los directores del Opus Dei. Es demasiado el rastro dejado por san Josemaría como para que en el futuro no se le conozca muy bien.


Los coetáneos de Hitler le conocían mucho peor que nosotros. Entre los historiadores y los médicos pueden hacer que se llegue a conocer a una persona mucho mejor que como la conocieron sus coetáneos.


El estudio que estamos comentando plantea la cuestión de la posible compatibilidad del supuesto trastorno narcisista de la personalidad con otros trastornos psíquicos, y dice lo siguiente:


“El narcisismo no se encuentra sistemáticamente vinculado a otros trastornos psíquicos o del estado de ánimo, pero estos otros trastornos sí son matizados por esa patología de la personalidad. Por eso algunos autores sugieren la relación del narcisismo con el trastorno bipolar, pero no es una opinión comúnmente aceptada. En estos casos sólo se presentaría la sintomatología narcisista en la fase maníaca, ya que los periodos de grandiosidad pueden asociarse a hipomanía. La vulnerabilidad de su autoestima hace a estos sujetos muy sensibles a la crítica o a la frustración, que puede llevarles a la depresión o distimia. Y así es como pueden pasar por momentos depresivos cuando entran en contacto con sus fracasos personales.


Esto le ocurrió al fundador del Opus Dei, sin duda, con motivo del Concilio y de las duras críticas al Opus Dei vertidas en determinados círculos sinodales, y también con las dificultades para obtener la solución jurídica que deseaba, durante el pontificado de Pablo VI. Aunque no se relata en las “biografías” oficiales, el Papa llegó a decirle por escrito que, si no se estaba tranquilo y dejaba de hacer nuevas peticiones jurídicas, le quitaría incluso el estatuto de instituto secular y los privilegios de que gozaba. Estas “contrariedades” le llevaron seguramente a una crisis personal y a un estado depresivo o distímico, comprobado, que requirió el traslado del numerario psiquiatra Juan Manuel Verdaguer a Roma. Es bien sabido que Escrivá se pasaba tertulias enteras triste y sin decir palabra, apoyando su cabeza en el revestimiento de madera de la columna de la sala de estar. Esto producía un ambiente tenso en el Colegio Romano, porque se repetía una y otra vez, trascurriendo muchos minutos sin que nadie dijese nada, hasta que Álvaro se llevaba al fundador”.

Al final del estudio vienen unas conclusiones entre las que destacan que no hay por qué poner en tela de juicio, en general, una sinceridad de vida por parte de Escrivá; tantas extravagancias y tantos desvaríos tienen un origen en el transtorno psicológico analizado.


Ahora bien, lo inaceptable según el autor del estudio, es entender como “divino” el Opus Dei, aun admitiendo la rectitud interior del fundador y de tantos miembros, seducidos por el señuelo de lo divino o sobrenatural, que sin renegar de que Dios pueda suscitarlo, siempre será en el ámbito de la revelación privada y nunca podrá extrapolarse hasta situarse al margen de la vida normal de la Iglesia, que es el cauce normal de lo sobrenatural y de la intervención de Dios.

Como dice el autor del estudio, “el “buen Opus Dei” lo han hecho gentes con buena voluntad, y aun a pesar del Escrivá real”.


Avanzando ya en el final del trabajo, el autor se expresa así:


“Con el paso del tiempo, al cabo de las décadas, la semilla de falsedad que se encontraba en la raíz de este montaje se ha desarrollado y ha contaminado casi todo, ya que los sucesores de Escrivá — también fautores de la manipulación— continúan resistiéndose a mostrar la verdad desnuda. Por eso han optado por mantener el mito y el fanatismo a toda costa, usando medidas de control asfixiantes, e integrando en el escalafón de su particular “jerarquía” a dóciles ejecutores que saben aparcar su conciencia. Es así como ha llegado a corromperse casi todo y ya no existe tarea pastoral incontaminada, ni reducto de aire sobrenatural limpio, ni reunión familiar “interna” que no sea artificial. Una obra religiosa donde no está el hálito de Dios, sino que es el desarrollo empresarial de una idea humana, deforme y sin verdad, es una organización de sectarios fanáticos. Y lo seguirá siendo mientras no triunfe en ella la verdad.


A mi modo de ver, conviene poner en estado de sospecha esas organizaciones eclesiales que otorgan más importancia al culto a su fundador que a Dios, y que de hecho buscan en los súbditos más unión con el superior y la institución que con Dios y su Iglesia. Es lo típico de las organizaciones sectarias a cuyo frente suelen estar “iluminados” que exigen una adhesión fanática a ellos mismos y nunca respetan la acción libre del Espíritu Santo y la respuesta libre de cada persona a esa acción divina. Este tipo de instituciones no son nada distinto de un “hacer humano” empresarial, en el mejor de los casos. Cabe incluso que consigan una gran expansión, como sucede con casi todas las sectas, pero no puede atribuírseles un carácter eclesial: lo que se pide a cualquier institución católica es que deje obrar a Dios, sin estorbarle ni sustituirle, ya que el Reino no es edificación de hombres”.


Me parece especialmente atinado el último párrafo del referido estudio, que dice así: “Me conformaría con haber aportado alguna luz para los lectores asiduos de esta web, ya que en ella buscan también comprender lo que ha ocurrido con sus vidas. Sin transformar este final en “un sermoncico cristiano que es un gusto el decille o el oille”, según la ironía cervantina, os digo que no deberíais sentiros defraudados, porque nada de lo hecho por Dios y con amor, se pierde. Muy al contrario, los muchos o pocos años empleados para colaborar con esa especie de “locura colectiva”, que es el Opus Dei, pueden transformarse en la purificación hacia el crecimiento interior de una vida espiritual, madura y sólida, de auténtico encuentro con Dios”.


Yo creo que esto es así en la mayoría, por no decir en todos, los ex miembros del Opus Dei. Quizá tras un breve tiempo de reajuste tras dejar la organización, todos han rehecho sus vidas y, por lo que yo puedo decir, empezando por mí mismo, no conozco a nadie que sea menos feliz que cuando era del Opus Dei. Y hay una cosa que siempre da más felicidad: La libertad, la verdadera libertad.


Cuando terminé de exponer mi punto de vista a mis dos amigos, el médico entendió todo perfectamente. Al historiador le quedó una duda: ¿Cómo es posible que un tipo así haya metido en esa locura colectiva a tanta gente, muchos de ellos notablemente inteligentes?


Le respondí con su propia profesión: ¡Con qué facilidad olvida el ser humano la historia! Aunque se trate de un contexto distinto, a nivel de psicología social es parecido: ¿Cómo es posible que Hitler metiera en esa locura colectiva a todo un país de gente tan probadamente inteligente?


Para los dos casos, la respuesta está en el misterio del hombre, siempre tan desconocido, no solo a nivel individual, sino en lo relativo a su socialidad. En cualquier caso, para quien tenga fe, vale eso de que “Dios escribe con renglones torcidos”. Por otra parte, el mismo san Josemaría se consideraba “un instrumento inepto, sordo e inútil”.


Bueno, pues no se de qué se extrañan los del Opus Dei, salvo que esas afirmaciones de san Josemaría sean un mero postureo o brindis al sol, que todo podría ser. 

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LXXIV)

San Josemaría Escrivá no entendía la libertad, no cabía en su inteligencia, en sus planteamientos
Antonio Moya Somolinos
martes, 28 de agosto de 2018, 08:59 h (CET)

Noto en el foro que se ha creado un debate interesante sobre el concepto “abuso de conciencia” que el Papa ha empleado en su reciente documento de 20 de agosto de 2018, y que viene muy a propósito de estos comentarios sobre la carta de Ocáriz de 9 de enero de 2018, al tratarse de una carta sobre la libertad cargada de un fuerte contenido autorreferencial hacia la figura del fundador y hacia la institución del Opus Dei en un momento histórico en el que ya es difícil llevar esa política de ocultación desde una institución de la Iglesia, en parte porque es muy difícil llevarla a cabo ante los medios de comunicación, Internet y redes sociales en que vivimos, y en parte porque, como señala el portavoz del Vaticano, ese tipo de heridas NO PRESCRIBEN.


Podrá ser perdonado todo tipo de heridas, pero el daño está ahí, a la vuelta de los años, como se ha podido comprobar en las múltiples intervenciones del foro de estos artículos: Hay mucha gente que ha perdonado los abusos de conciencia cometidos desde el Opus Dei. Pero es imposible olvidarlos. El daño causado sigue presente a la vuelta de muchos años. La memoria no es controlable; simplemente, se tiene. No es inmoral tener memoria, y menos todavía, usarla para impedir que desde una institución tóxica se dañe a otros de la misma manera que se le dañó a uno.


El tema de los abusos de conciencia o del abuso espiritual requiere ser tratado un poco más despacio, ahora que estamos tratando del proselitismo en el Opus Dei, pero ahora voy a hacer un inciso no menos interesante respecto de lo que venimos tratando.


Estaba el otro día tomando una cerveza con dos amigos míos que vienen siguiendo día a día esta serie de artículos. Uno de ellos es historiador y el otro, médico. En un momento de la conversación, el historiador me preguntó lo siguiente: “Antonio: ¿Cuál crees tú que es el origen del desastre institucional y del camino sin salida en el que está actualmente metido el Opus Dei?”


Estuve por remitirle a mis primeros artículos de esta serie, pero inmediatamente me di cuenta de que yo he mencionado que la crisis del Opus Dei viene “de muy atrás”, pero no he indicado cual es, a mi modo de ver, “el origen” de la misma.

Me pareció una interesante pregunta porque para entender una crisis, es preciso analizar el momento inicial de esta.

Lo que voy a ofrecer es una opinión personal, como todo lo que estoy escribiendo, como no podía ser de otro modo. A la vez, quiero dar gracias a Dios por poder opinar sobre este tema. Los del Opus Dei, simplemente cerrarían los ojos a la realidad que les circunda y, debido a que no pueden ejercer la crítica, no pueden opinar.


Mi opinión – ya lo dije muy atrás – es que el verdadero Opus Dei es el que se llevaba a cabo en la chocolatería El Sotanillo, en la calle de Alcalá de Madrid, en donde se reunían los primeros miembros, sin estatutos, sin reglamentos, solo con ilusión, con alegría, con proyectos, con amistad. Y sin dinero. El Opus Dei estaba compuesto entonces por media docena de personas aproximadamente.


Hasta ahí, todo bien, aunque no todo, pues ya había un germen de error fundacional. Era este: los primeros miembros tenían compromiso de celibato. A mi modo de ver, ahí había un error, pues si de lo que se trataba era de ser cristianos corrientes en medio del mundo, el planteamiento de que todos los miembros fueran célibes suponía que, aunque san Josemaría no lo quisiera reconocer, él estaba ya pensando en unos “religiosos urbanos” o en unos “religiosos laicos”.

A mi modo de ver, ahí había ya un germen de error. Si lo que san Josemaría quería fundar era una orden religiosa, que la fundara como tal. Ahora bien, lo que no parece aceptable es fundar una institución en la que “son en realidad religiosos sin serlo”, o como se expresó en 1941 con las constituciones como pía unión, “en lo esencial, no es distinto de la vida religiosa”.


Ya se que hablar de “error fundacional”, para los miembros del Opus Dei puede sonar a blasfemia, pero así es como creo que se puede expresar más correctamente esto. Por otra parte, nadie en la Iglesia Católica salvo ellos verá esta expresión como “blasfemia”, puesto que nadie en la Iglesia tiene divinizado a san Josemaría, aunque esté canonizado.

Este es el primer error fundacional: Un copia y pega de los modos de la vida religiosa incrustados en la vida laical. Ya inicialmente, ahí había un engendro que los años no han hecho sino embrollar más.


O somos, o no somos, pero no una ambigüedad, no la cuadratura del círculo.


En este punto se puede ver la baja inteligencia de san Josemaría, así como la idea tan poco clara de lo que quería. También se aprecia su falta de originalidad. Tampoco se le pedía que fuera original; la mayoría de los fundadores no lo han sido. Pero como fundador sí debía haber dejado una expresión clara de lo que quería, y no una ambigüedad. Lo menos que podía haber hecho es no generar problemas, que no es poco.


Un segundo error inicial podemos situarlo en ese afán de controlar las almas que le llevó a llegar a acuerdos con otros sacerdotes para que estos confesaran a los miembros del incipiente Opus Dei. Como ya he dicho, esto era un copia y pega de una costumbre de religiosas, como es el caso, por ejemplo, de las carmelitas, que se confiesan con sacerdotes de su orden o aprobados por su orden.


Este afán de control tampoco casa con la idea de una entidad formada por gente laical y secular. Es un planteamiento claramente “antiguo”, como de desconfianza en la madurez cristiana de los laicos, sin que sea disculpa la finalidad que pretendía, que era la de evitar que los miembros del Opus Dei se confesaran con él, que se reservaba la dirección espiritual de los primeros miembros.


Ahora bien, lo que pretendía en el fondo con esos sacerdotes, era que estos aconsejaran a los primeros miembros, en la confesión, lo que él les indicase. Es decir, lo que pretendía era una dirección espiritual desde el confesonario controlada por él.


Doble error. El primero, por confundir sacramento con dirección espiritual, la cual no se debe llevar a cabo en el confesonario, si el penitente no la solicita voluntariamente. El segundo, no respetar la independencia de criterio sacerdotal de esos sacerdotes, los cuales no le hicieron caso, como es lógico, y aconsejaron a esos primeros miembros como estimaron oportuno según su criterio sacerdotal, que no siempre era coincidente con san Josemaría, el cual terminó diciendo de aquellos sacerdotes que fueron para él su “corona de espinas”.


Todo esto pasó antes de la guerra. Tras la guerra, prácticamente hubo que empezar de nuevo. Respecto de los sacerdotes, san Josemaría “aprendió la lección” y le quedó claro que en el futuro, “los sacerdotes-controladores” que él buscaba, tendrían que estar a sus órdenes.


Esto cuajó en 1943 con la solución de crear una sociedad, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, de modo que los sacerdotes a las órdenes de san Josemaría, saliesen de las filas del Opus Dei y se ordenasen Ad titulum societatis, al título de la sociedad, presidida por él. De esa manera, esos sacerdotes “serían suyos”.


A partir de ahí, el itinerario jurídico para conseguir una forma de derecho pontificio que armonizase esos dos bloques de sacerdotes y laicos, fue una odisea, pero ya había ahí otro germen de error que se arrastraría hasta hoy día mismo: Lo que inicialmente era una organización laical, o en todo caso, que englobara a sacerdotes y laicos indistintamente, había pasado a ser una fusión de dos entidades en la que se empezó a prestar más atención al elemento clerical que al laical, de modo que nunca estuvieron tan juntos como en los primeros tiempos.


Todo lo demás, ya lo he contado en alguna entrega anterior, pero desemboca en que hoy día, el Opus Dei es una prelatura personal, que no forma parte de la estructura jerárquica de la Iglesia (lo cual va en contra del deseo del fundador) y que solo se compone de curas y diáconos. ¡Vaya negocio!


En cuanto a los laicos, ahí quedan de tapadillo, en una asociación y con unos Estatutos que toman preceptos no determinados de la figura jurídica anterior, la de instituto secular, los cuales figuran integrados en los nuevos Estatutos, con el agravante de que esos preceptos que los nuevos estatutos incluyen, al referirse a las Constituciones de 1950, se refieren al Opus Dei como un “instituto secular”, esto es, a una forma jurídica incluida en los “consagrados”, dentro del CIC vigente, por lo que se plantea de nuevo la cuestión de la secularidad. En fin, un verdadero embrollo jurídico con difícil solución.


Todo un despropósito.


¿El origen? Pretender imponer su mando en el sacramento de la confesión administrado por otros sacerdotes.

¿Más pistas del origen de todos los males?


La abadesa de las Huelgas, de la que san Josemaría quedó fascinado. Y el cerebro de mosquito que demostró tener al llevar a cabo la extravagancia de pretender emular, en pleno siglo XX, unos aspectos jurídicos pintorescos y excepcionales que bien podían ser objeto de un estudio histórico-jurídico, pero que no tenían por qué ser paradigma para una entidad secular de cristianos cuyo carisma es tan sencillo como buscar la santidad en la vida ordinaria.

He citado tres puntos, muy del origen, que a mi juicio están en la raíz de los despropósitos posteriores. Cualquiera que estudie a fondo los comienzos del Opus Dei, puede advertir otros puntos parecidos.


Pero “el origen de los orígenes” está en el propio san Josemaría. No solo en su falta de inteligencia, sino en su perturbación psicológica.


En este punto, la atención de mi amigo el historiador empezó a ceder a la del médico.


Los errores anteriores que acabo de exponer, tienen un factor común: la falta de respeto por la libertad ajena en la actuación de san Josemaría. Más aún: san Josemaría Escrivá no entendía la libertad, no cabía en su inteligencia, en sus planteamientos. A nivel teórico, quizá sí, pero era incapaz de aceptar la libertad ajena. Yo personalmente no pienso que tuviera maldad; simplemente era un incapaz para la libertad, lo mismo que, psicológicamente, hay quien es incapaz para otras cosas.


Esto es muy importante, porque el tema de la carta de Ocáriz es precisamente la libertad.


Esa incapacidad para la libertad en la mente de san Josemaría hay que buscarla en un trastorno psicológico, que bien pudo tenerlo de nacimiento o lo fue adquiriendo. Un amigo mío psiquiatra dice que la vida propia es un factor muy importante y configurador del estado psicológico de las personas. Quizá todo influya, los genes, el nacimiento, las enfermedades infantiles, los graves sufrimientos de la niñez, los desencuentros con compañeros, las crueldades de otros niños, el sufrimiento o las humillaciones de los padres, los complejos, las inhibiciones juveniles, etc.


La mente humana es un misterio complejísimo. Ahora bien, en la formación de los primeros años (y posteriores) del Opus Dei, se observan desequilibrios psíquicos en san Josemaría. Si hemos de buscar un origen primigenio, ese sería el origen inicial.


Aparte de estudios grafológicos que aportan indicios importantes, me parece de especial interés el estudio aportado en OpusLibros por alguien que por nombre o pseudónimo se hace llamar Marcus Tank en el que desarrolla la tesis de un trastorno narcisista de la personalidad en san Josemaría Escrivá, diferenciándolo de otros trastornos en los que se podría profundizar también.


Este estudio no plantea algo novedoso. Como es sabido y está perfectamente documentado, el propio san Josemaría Escrivá intentó en repetidas ocasiones ser nombrado obispo entre 1942 y 1962. Para ello utilizó incluso las buenas relaciones con el régimen de Franco, el cual, de acuerdo con el derecho de presentación, le propuso hasta tres veces para las sedes episcopales de Vitoria y San Sebastián, así como para el arzobispado castrense.


Sin embargo, aunque aparentemente no hubiera información, la trayectoria clerical de san Josemaría, concretamente en el seminario, en Perdiguera, en los años posteriores; así como su comportamiento y carácter, bastante conocidos, llevaron a las autoridades eclesiásticas a desaconsejar dichos nombramientos, fundamentalmente por motivos psicológicos: No pasaba desapercibido cierto desequilibrio psíquico, desaconsejable para quien se plantea la posibilidad de dirigir una diócesis.


Volviendo al estudio psicológico antes mencionado, vale la pena detenerse en determinados aspectos del comportamiento de san Josemaría que denotan desequilibrio mental.


El estudio utiliza el DSM-IV: Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, de la American Psychiatric Association, que es el utilizado habitualmente por los profesionales de esta materia. Para explicar los conceptos sintomáticos, el estudio utiliza los criterios de Theodore Millon, uno de los máximos expertos en los trastornos de la personalidad.


En el estudio aparecen los nueve criterios diagnósticos establecidos para este tipo de análisis, y las afirmaciones que contiene sobre los que padecen el trastorno narcisista de la personalidad, se han extraído de la APA y del profesional citado.


Por supuesto que este estudio es una mera opinión profesional, pero cualificada, no un mero comentario o libelo; es una opinión razonada, con la que se podrá estar de acuerdo o no, pero ese acuerdo o desacuerdo deberá situarse en un plano de seriedad académica, no simplemente de rechazo fanático y apriorístico.


Como no se trata de que copie aquí el referido estudio completo, me voy a limitar a señalar LOS SÍNTOMAS que profesionalmente vienen descritos para el trastorno narcisista de la personalidad que vienen en el referido estudio, y dejo al lector que lea LOS HECHOS CONCRETOS DE LA VIDA DE SAN JOSEMARÍA QUE RESPONDEN A ESOS SÍNTOMAS ACADÉMICAMENTE FIJADOS. Dichos hechos son sobradamente conocidos para todo aquel que haya estado un tiempo en contacto con el Opus Dei.


El DSM-IV define el trastorno narcisista de la personalidad como UN PATRÓN GENERAL DE GRANDIOSIDAD (EN LA IMAGINACIÓN O EN EL COMPORTAMIENTO), UNA NECESIDAD DE ADMIRACIÓN Y UNA FALTA DE EMPATÍA, QUE EMPIEZAN AL PRINCIPIO DE LA EDAD ADULTA Y QUE SE DAN EN DIVERSOS CONTEXTOS COMO LO INDICAN LOS SIGUIENTES ÍTEMS:


PRIMERO: Grandioso sentido de autoimportancia. El narcisista tiene un grandioso sentido de autoimportancia: por ejemplo, exagera los logros y capacidades, espera ser reconocido como superior, sin unos logros proporcionados.

SEGUNDO: Preocupación por fantasías de éxito. El narcisista está preocupado por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.


Citando la obra de T. Millon, páginas 369 a 372, el estudio citado dice lo siguiente: El aspecto cognitivo de los narcisistas es muy interesante, pues juegan con la realidad alterando y recomponiendo los hechos con el fin de reforzar sus creencias, con un estilo denominado expansivo. Los narcisistas escriben fábulas personales, historias revisadas que magnifican los acontecimientos. Recuerdan el pasado como les gustaría que hubiese sido. Varían los énfasis o los acentos con los que se interpreta la historia, siempre al servicio de la situación actual. La reconstrucción del pasado supone la base para sus fantasías actuales. El pasado se instrumentaliza para su autopromoción, al contrario que los depresivos, que lo utilizan para su autocrítica. La fantasía no se limita al futuro, sino que se extiende al pasado, racionalizando y reconstruyendo el mismo. A veces mezclan sueños de omnipotencia y rasgos paranoides. Es decir, todo un delirio, una construcción lógica coherente a la que otorgan estatuto de realidad.


Estas personas tienen una imaginación tan vívida que el futuro parece carecer de contingencia. La fantasía se experimenta con enorme intensidad, de modo que rivaliza con la propia realidad. Se conceden licencias respecto a los hechos y suelen mentir para mantener sus ilusiones. Se engañan a sí mismos y tienden a elaborar razones plausibles. Emplean mecanismos de racionalización y de regulación cognitiva, de modo que componen representaciones subjetivas en mayor medida de lo normal mediante recuerdos ilusorios y cambiantes sobre realidades pasadas. Los conflictos e impulsos inaceptables son rápidamente remodelados en cuanto surge la necesidad. El poder y la gloria de sí mismo es un espectáculo que debe ponerse en escena una y otra vez en la imaginación. El narcisista es a la vez actor y aplauso —tiene rasgos histriónicos—, de manera que el argumento no se vuelve aburrido por muchas veces que se repita. La fantasía sirve para regocijarse de la exhibición de sí mismo. Es bien conocida, por otra parte, la asociación entre el narcisismo y el abuso de poder que ejercen las figuras megalómanas y carismáticas dentro de sus organizaciones (Sankowsky, 1995), redefiniendo la realidad con el fin de retener a sus seguidores y preservar su status especial. Por lo tanto, desde el punto de vista cognitivo, los narcisistas sustituyen la realidad por las ensoñaciones y la imaginación. Su pasado, presente y futuro están matizados por estas fantasías al servicio de su gloria.


TERCERO: Creerse especial y único. El narcisista cree que es “especial” y único y que sólo puede ser comprendido por, o sólo puede relacionarse con otras personas (o instituciones) que son especiales o de alto status.

En expresión de T. Millon, “se considera a sí mismo como único y especial. Se comporta con egocentrismo y se cree el centro del universo”.


CUARTO: Exigir una excesiva admiración de sí El narcisista exige admiración excesiva.

Dice Millon que los narcisistas “se rodean de personas que los admiran de un modo incondicional”. No soportan a otro tipo de personas en su cercana compañía. (piénsese ahora en Álvaro Portillo o Javier Echevarría. Este último sabía todas las fechas y datos de la biografía de Escrivá, y realmente lo idolatraba).

No está de más copiar a continuación una cita textual de dicho doctor: La fusión del ideal del sí mismo y la imagen de sí mismo explica el sentimiento de grandeza de los narcisistas; la fusión del ideal del otro y la imagen de sí mismo explica su necesidad de admiración y su sentimiento de tener derechos sobre los demás. El otro ideal es una persona que le admira, que llega incluso a la veneración, que está dedicado en cuerpo y alma a mantener la ilusión de que el narcisista es el centro del universo. Además, dado que el otro ideal está mezclado con el sí mismo ideal, los que se relacionen con el narcisista también deben ser perfectos. Las imperfecciones de los demás son incongruentes con la imagen que los narcisistas tienen de sí mismos y suelen conducir a expresiones de ridiculización y desprecio (Theodore MILLON, Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Barcelona 2006, p.362).


QUINTO: Irrazonablemente pretencioso. El narcisista es muy pretencioso, por ejemplo, expectativas irrazonables de recibir un trato de favor especial o de que se cumplan automáticamente sus expectativas.


SEXTO: Interpersonalmente explotador. El narcisista es interpersonalmente explotador: por ejemplo, saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.


SÉPTIMO: Ausencia de empatía. El narcisista carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.


OCTAVO: Una acusada tendencia a la envidia. El narcisista frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él.

Llegados a este punto, parece de interés leer algunos párrafos de Millon: Esta utilización masiva de la racionalización nos da una idea de la arquitectura de la mente del narcisista. La primera impresión es que el mundo interno del narcisista parece inteligente, sólido y sustancial. Sin embargo, son pocas las ideas que genera que no han sido diseñadas para conseguir la admiración de una audiencia. Cuando afloran las evidencias incriminatorias, los narcisistas idean una sutil cadena de acontecimientos y se convencen, e intentan convencer a los demás, de que todo el tiempo han estado en lo cierto, de que lo han planeado todo de antemano y forma parte de su grandioso plan. El mundo interno del narcisista, lejos de contar con una base ideológica sólida, está formado por construcciones inconstantes con algún propósito temporal, o de conveniencia. Sus argumentos no necesitan ser defendidos de forma absoluta, ya que siempre se reorquestan para cualquier nuevo propósito que pudiera surgir. Su interpretación del mundo, basada más en la conveniencia que en los principios, así como su facilidad para variar las interpretaciones en la medida en que sea necesario para apoyar sus propios objetivos egocéntricos, reflejan la existencia de un superyó omnipresente que aflige a la mayoría de los narcisistas. La moralidad y los valores no son más que otra cortapisa a su ilimitado deseo de omnipotencia (Theodore MILLON, Trastornos de la personalidad en la vida moderna. Barcelona 2006, pp.359-360).


NOVENO: Arrogancia El narcisista presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios.


El estudio de Markus Tank del que venimos hablando (http://www.opuslibros.org/PDF/marcus_trastorno.pdf ) recoge muchísimos episodios y citas de testimonios que avalan el hecho de que el fundador del Opus Dei padecía toda esta sintomatología.


Al fin y al cabo, la psiquiatría y la psicología trabajan con un “material” que es menos tangible que la temperatura de una persona resfriada o la fractura de quien se ha roto un hueso. Pero que sea un material menos tangible no quiere decir que no sea real, pues el comportamiento de una persona resulta evidente para quien lo observa.


Otra cosa serán las sistematizaciones profesionales de esos comportamientos, las clasificaciones, los análisis y los estudios de los mismos.


Evidentemente, el estudio en el que me estoy deteniendo es un mero estudio, pequeño, incipiente, que sin duda no será el único, de una persona cuyo rastro, lo digo desde ahora, ES IMPOSIBLE BORRAR, por más que lo intenten los directores del Opus Dei. Es demasiado el rastro dejado por san Josemaría como para que en el futuro no se le conozca muy bien.


Los coetáneos de Hitler le conocían mucho peor que nosotros. Entre los historiadores y los médicos pueden hacer que se llegue a conocer a una persona mucho mejor que como la conocieron sus coetáneos.


El estudio que estamos comentando plantea la cuestión de la posible compatibilidad del supuesto trastorno narcisista de la personalidad con otros trastornos psíquicos, y dice lo siguiente:


“El narcisismo no se encuentra sistemáticamente vinculado a otros trastornos psíquicos o del estado de ánimo, pero estos otros trastornos sí son matizados por esa patología de la personalidad. Por eso algunos autores sugieren la relación del narcisismo con el trastorno bipolar, pero no es una opinión comúnmente aceptada. En estos casos sólo se presentaría la sintomatología narcisista en la fase maníaca, ya que los periodos de grandiosidad pueden asociarse a hipomanía. La vulnerabilidad de su autoestima hace a estos sujetos muy sensibles a la crítica o a la frustración, que puede llevarles a la depresión o distimia. Y así es como pueden pasar por momentos depresivos cuando entran en contacto con sus fracasos personales.


Esto le ocurrió al fundador del Opus Dei, sin duda, con motivo del Concilio y de las duras críticas al Opus Dei vertidas en determinados círculos sinodales, y también con las dificultades para obtener la solución jurídica que deseaba, durante el pontificado de Pablo VI. Aunque no se relata en las “biografías” oficiales, el Papa llegó a decirle por escrito que, si no se estaba tranquilo y dejaba de hacer nuevas peticiones jurídicas, le quitaría incluso el estatuto de instituto secular y los privilegios de que gozaba. Estas “contrariedades” le llevaron seguramente a una crisis personal y a un estado depresivo o distímico, comprobado, que requirió el traslado del numerario psiquiatra Juan Manuel Verdaguer a Roma. Es bien sabido que Escrivá se pasaba tertulias enteras triste y sin decir palabra, apoyando su cabeza en el revestimiento de madera de la columna de la sala de estar. Esto producía un ambiente tenso en el Colegio Romano, porque se repetía una y otra vez, trascurriendo muchos minutos sin que nadie dijese nada, hasta que Álvaro se llevaba al fundador”.

Al final del estudio vienen unas conclusiones entre las que destacan que no hay por qué poner en tela de juicio, en general, una sinceridad de vida por parte de Escrivá; tantas extravagancias y tantos desvaríos tienen un origen en el transtorno psicológico analizado.


Ahora bien, lo inaceptable según el autor del estudio, es entender como “divino” el Opus Dei, aun admitiendo la rectitud interior del fundador y de tantos miembros, seducidos por el señuelo de lo divino o sobrenatural, que sin renegar de que Dios pueda suscitarlo, siempre será en el ámbito de la revelación privada y nunca podrá extrapolarse hasta situarse al margen de la vida normal de la Iglesia, que es el cauce normal de lo sobrenatural y de la intervención de Dios.

Como dice el autor del estudio, “el “buen Opus Dei” lo han hecho gentes con buena voluntad, y aun a pesar del Escrivá real”.


Avanzando ya en el final del trabajo, el autor se expresa así:


“Con el paso del tiempo, al cabo de las décadas, la semilla de falsedad que se encontraba en la raíz de este montaje se ha desarrollado y ha contaminado casi todo, ya que los sucesores de Escrivá — también fautores de la manipulación— continúan resistiéndose a mostrar la verdad desnuda. Por eso han optado por mantener el mito y el fanatismo a toda costa, usando medidas de control asfixiantes, e integrando en el escalafón de su particular “jerarquía” a dóciles ejecutores que saben aparcar su conciencia. Es así como ha llegado a corromperse casi todo y ya no existe tarea pastoral incontaminada, ni reducto de aire sobrenatural limpio, ni reunión familiar “interna” que no sea artificial. Una obra religiosa donde no está el hálito de Dios, sino que es el desarrollo empresarial de una idea humana, deforme y sin verdad, es una organización de sectarios fanáticos. Y lo seguirá siendo mientras no triunfe en ella la verdad.


A mi modo de ver, conviene poner en estado de sospecha esas organizaciones eclesiales que otorgan más importancia al culto a su fundador que a Dios, y que de hecho buscan en los súbditos más unión con el superior y la institución que con Dios y su Iglesia. Es lo típico de las organizaciones sectarias a cuyo frente suelen estar “iluminados” que exigen una adhesión fanática a ellos mismos y nunca respetan la acción libre del Espíritu Santo y la respuesta libre de cada persona a esa acción divina. Este tipo de instituciones no son nada distinto de un “hacer humano” empresarial, en el mejor de los casos. Cabe incluso que consigan una gran expansión, como sucede con casi todas las sectas, pero no puede atribuírseles un carácter eclesial: lo que se pide a cualquier institución católica es que deje obrar a Dios, sin estorbarle ni sustituirle, ya que el Reino no es edificación de hombres”.


Me parece especialmente atinado el último párrafo del referido estudio, que dice así: “Me conformaría con haber aportado alguna luz para los lectores asiduos de esta web, ya que en ella buscan también comprender lo que ha ocurrido con sus vidas. Sin transformar este final en “un sermoncico cristiano que es un gusto el decille o el oille”, según la ironía cervantina, os digo que no deberíais sentiros defraudados, porque nada de lo hecho por Dios y con amor, se pierde. Muy al contrario, los muchos o pocos años empleados para colaborar con esa especie de “locura colectiva”, que es el Opus Dei, pueden transformarse en la purificación hacia el crecimiento interior de una vida espiritual, madura y sólida, de auténtico encuentro con Dios”.


Yo creo que esto es así en la mayoría, por no decir en todos, los ex miembros del Opus Dei. Quizá tras un breve tiempo de reajuste tras dejar la organización, todos han rehecho sus vidas y, por lo que yo puedo decir, empezando por mí mismo, no conozco a nadie que sea menos feliz que cuando era del Opus Dei. Y hay una cosa que siempre da más felicidad: La libertad, la verdadera libertad.


Cuando terminé de exponer mi punto de vista a mis dos amigos, el médico entendió todo perfectamente. Al historiador le quedó una duda: ¿Cómo es posible que un tipo así haya metido en esa locura colectiva a tanta gente, muchos de ellos notablemente inteligentes?


Le respondí con su propia profesión: ¡Con qué facilidad olvida el ser humano la historia! Aunque se trate de un contexto distinto, a nivel de psicología social es parecido: ¿Cómo es posible que Hitler metiera en esa locura colectiva a todo un país de gente tan probadamente inteligente?


Para los dos casos, la respuesta está en el misterio del hombre, siempre tan desconocido, no solo a nivel individual, sino en lo relativo a su socialidad. En cualquier caso, para quien tenga fe, vale eso de que “Dios escribe con renglones torcidos”. Por otra parte, el mismo san Josemaría se consideraba “un instrumento inepto, sordo e inútil”.


Bueno, pues no se de qué se extrañan los del Opus Dei, salvo que esas afirmaciones de san Josemaría sean un mero postureo o brindis al sol, que todo podría ser. 

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