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Nos hemos equivocado

África

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Hace poco he visto una película española buenísima titulada "Los papeles de Sara" en la que se plantea con realismo descarnado el problema del continente africano.


África es un continente que, a pesar de que, según parece, es la primera porción de la tierra habitada por el hombre, ha arrastrado un estado de subdesarrollo comparativo que desde hace muchos siglos ha despertado en el resto del planeta dos sentimientos totalmente contrapuestos. Por una parte, la idea de explotar a esos pobres gilipollas negros a quienes incluso se les negaba la posibilidad de reconocer que tienen alma. Me remito al antiguo comercio de esclavos, al caso más reciente – actual – de los negros explotados en las minas de diamantes o incluso al pintoresco caso del bosquimano disecado de Bañolas, felizmente retirado de ese museo.


Por otra parte, esos seres humanos han sido vistos, principalmente desde la Iglesia Católica, aunque no solo esta, como seres humanos iguales a nosotros, hijos de Dios, y como consecuencia de ello, desde hace muchos decenios, han sido numerosas las oleadas de misioneros que han dado su vida, muchas veces cruentamente, yendo a esas tierras para no volver, con el fin de elevar todo lo posible la temperatura moral e incluso cívica, de aquellas gentes que se han quedado en la prehistoria mientras que el resto del mundo avanzaba en calidad de vida en todos los sentidos.


Estos dos planteamientos han convivido durante el siglo XIX y gran parte del XX. El resultado fue la colonización de África, distribuida en diversos países cuyas fronteras, más que responder a un motivo histórico, han sido un simple reparto de tarta entre explotadores. Simultáneamente a esto, los misioneros hicieron lo que pudieron en favor de la dignidad de esas gentes.


Pasada la mitad del siglo XX llegó la fiebre descolonizadora. A la vuelta de los años suele verse lo inoportuno de determinadas decisiones políticas. Lo mismo que en España fue un error confundir democracia con descentralización (Francia jamás cometería ese error, por ejemplo), y lo mismo que no necesariamente una unión política está siendo para Europa mejor que lo que inicialmente era un mercado común, la descolonización por la descolonización, tal y como se llevó en los años sesenta, se ve ahora que fue un error que está dando unos problemas que quizá no tengan solución.

La descolonización de África se llevó a cabo con una buena dosis de propaganda y de demagogia barata, auspiciada por el presidente Kennedy. Se llegó a entender colectivamente que el colonialismo occidental era poco menos que el demonio. Y puede ser que lo fuera, pero por el modo de llevarlo a cabo, no por el hecho de ser colonialismo.

Pongamos un ejemplo. Cualquier padre o madre sabe perfectamente que la libertad de sus hijos debe ser progresivamente reconocida y administrada. Es evidente que a un chaval de 13 años no se le puede dar la misma libertad que a uno de 18.


Este razonamiento tan elemental no se supo aplicar en el caso del continente africano. No se supo valorar la preparación y madurez previas de los países a quienes se les dio la independencia. Por ofrecer un dato puntual significativo, Guinea Ecuatorial solo tenía un medico nativo cuando recibió la independencia de España en 1968.


La independencia de los países de África se hizo con improvisación y con desconocimiento profundo de los problemas tribales ancestrales que subyacían latentes y que afloraron más tarde de una manera muchísimo más violenta e irreparable. No es casualidad la enorme cantidad de guerras posteriores que ha habido en este continente. Pero no guerras con lanzas y flechas, sino con sofisticados subfusiles con los que los países occidentales han armado a poblaciones enteras de tipos sanguinarios, violentos y salvajes, a cambio de extraerles las riquezas naturales de su país, que ellos son incapaces de explotar. El resultado ha sido un empobrecimiento generalizado, un mayor subdesarrollo, una insostenible situación sanitaria y educativa, un genocidio violento en muchos países (recordemos por ejemplo, Ruanda), con el consiguiente ánimo de venganza para muchos decenios vista, una corrupción extrema que hace imposible que llegue a su destino la ayuda occidental, y una situación sin salida que ha forzado una emigración sin precedentes que no hay quien la pare.


Hay muchos políticos que dicen que el problema de la inmigración se soluciona invirtiendo en esos países, de modo que al hacerlos prósperos, ya no necesitarán emigrar porque habrán sido protagonistas de su propio desarrollo.

Esto es una ingenuidad, pues estos países ya no son casi ni siquiera países, sino unos amorfos territorios desestructurados en manos de múltiples señores de la guerra, de mafiosos criminales. En unas circunstancias así, es imposible hacer llegar a los pobres habitantes de esos países la más mínima ayuda; se pierde en las múltiples cloacas de los grupos armados que campan por doquier.


En un panorama así, la labor de los misioneros (que a pesar de todo, sigue llevándose a cabo) queda ya como algo inútil desde el punto de vista humano. En medio de una jauría de lobos, no es buen asunto ser un cordero. Siempre ha sucedido así, pero más hoy día, lo mejor que le puede pasar a un misionero es, simplemente, que no lo maten, y no es pedir mucho.


¿Levantar humanamente la población? ¿sembrar hábitos de honradez, de generosidad, de bondad en medio de esa "merienda de negros", caracterizada porque, literalmente, unos se comen a otros? ¿predicar a Jesucristo en medio de regiones con creencias animistas o de religiones fanáticas, cuando no entregadas en cuerpo y alma al culto diabólico y del vudú? Pedir hoy día todo esto en África, es mucho pedir. Pero mucho más difícil todavía es pretenderlo cuando unos cuantos salvajes aparecen por un poblado, no para colaborar en la catequesis, sino para violar a todas las mujeres que sea posible, matar a los hombres que encuentren por medio y llevar como rehenes a los niños para inculcarles el noble arte de la guerra.


A mi modo de ver, el problema de África, hoy día, no tiene solución. O al menos, con los métodos escleróticos y acomplejados de Occidente, que intentará, como hace actualmente, aparentar preocupación hacia este problema, pero siendo incapaz de ofrecer alguna solución eficaz a este desaguisado del que él es culpable, aunque no lo reconozca.

El otro día, hablando de esto, un amigo mío me dió una solución. Me advirtió previamente que la misma es "absolutamente incorrecta" desde el punto de vista político. Mi amigo propone una recolonización de África, una entonación del "mea culpa" en la que se reconozca que la independencia del siglo pasado fue inoportuna por cuanto esos lugares, que no países, no tenían suficiente madurez como para administrarse a sí mismos, no estaban preparados para asumir la responsabilidad de autogobernarse civilizadamente.


Lo más grandioso en las personas es saber dar un paso atrás. En Occidente también debería ser así. Nos hemos equivocado. Habría que rectificar, volver atrás y seguir de otra manera. ¿Acaso no seríamos capaces de maniatar en sendas sillas a dos hermanos que se están matando mutuamente? Pues aquí pasa lo mismo. Occidente debería reconocer que África es un buen "cliente" de las armas que fabricamos. Occidente debería reconocer que ese negocio es a costa de desangrar la población africana y de esquilmar sus riquezas naturales a través de los clanes mafiosos que operan allí. Y después de ese acto de contrición, debería ofrecer una solución eficaz.


Habría que frenar ese desenfreno, aun a costa de hacerlo mediante la violencia ¿Acaso nuestras policías no emplean lícitamente la violencia en situaciones menos sanguinarias?


Una vez pacificados esos territorios, habría que emprender un plan serio encaminado a formar a esas gentes, respetando su cultura e idiosincrasia, para que lleguen a ser capaces (de verdad) de dirigir su propio destino. Y esto se consigue con trabajo, con formación, con paciencia, sin prisas, creando cuadros intermedios, de profesionales competentes y con sentido de honradez y vocación de servicio a sus compatriotas.


Y cuando alcancen la madurez suficiente, entonces sí, pueden caminar solos, pero no antes.


No veo solución al problema de África. No es que no exista solución; es que no la veo. Porque hace ya años que no creo en ese hipócrita llamado Occidente.

África

Nos hemos equivocado
Antonio Moya Somolinos
martes, 6 de marzo de 2018, 07:08 h (CET)

Hace poco he visto una película española buenísima titulada "Los papeles de Sara" en la que se plantea con realismo descarnado el problema del continente africano.


África es un continente que, a pesar de que, según parece, es la primera porción de la tierra habitada por el hombre, ha arrastrado un estado de subdesarrollo comparativo que desde hace muchos siglos ha despertado en el resto del planeta dos sentimientos totalmente contrapuestos. Por una parte, la idea de explotar a esos pobres gilipollas negros a quienes incluso se les negaba la posibilidad de reconocer que tienen alma. Me remito al antiguo comercio de esclavos, al caso más reciente – actual – de los negros explotados en las minas de diamantes o incluso al pintoresco caso del bosquimano disecado de Bañolas, felizmente retirado de ese museo.


Por otra parte, esos seres humanos han sido vistos, principalmente desde la Iglesia Católica, aunque no solo esta, como seres humanos iguales a nosotros, hijos de Dios, y como consecuencia de ello, desde hace muchos decenios, han sido numerosas las oleadas de misioneros que han dado su vida, muchas veces cruentamente, yendo a esas tierras para no volver, con el fin de elevar todo lo posible la temperatura moral e incluso cívica, de aquellas gentes que se han quedado en la prehistoria mientras que el resto del mundo avanzaba en calidad de vida en todos los sentidos.


Estos dos planteamientos han convivido durante el siglo XIX y gran parte del XX. El resultado fue la colonización de África, distribuida en diversos países cuyas fronteras, más que responder a un motivo histórico, han sido un simple reparto de tarta entre explotadores. Simultáneamente a esto, los misioneros hicieron lo que pudieron en favor de la dignidad de esas gentes.


Pasada la mitad del siglo XX llegó la fiebre descolonizadora. A la vuelta de los años suele verse lo inoportuno de determinadas decisiones políticas. Lo mismo que en España fue un error confundir democracia con descentralización (Francia jamás cometería ese error, por ejemplo), y lo mismo que no necesariamente una unión política está siendo para Europa mejor que lo que inicialmente era un mercado común, la descolonización por la descolonización, tal y como se llevó en los años sesenta, se ve ahora que fue un error que está dando unos problemas que quizá no tengan solución.

La descolonización de África se llevó a cabo con una buena dosis de propaganda y de demagogia barata, auspiciada por el presidente Kennedy. Se llegó a entender colectivamente que el colonialismo occidental era poco menos que el demonio. Y puede ser que lo fuera, pero por el modo de llevarlo a cabo, no por el hecho de ser colonialismo.

Pongamos un ejemplo. Cualquier padre o madre sabe perfectamente que la libertad de sus hijos debe ser progresivamente reconocida y administrada. Es evidente que a un chaval de 13 años no se le puede dar la misma libertad que a uno de 18.


Este razonamiento tan elemental no se supo aplicar en el caso del continente africano. No se supo valorar la preparación y madurez previas de los países a quienes se les dio la independencia. Por ofrecer un dato puntual significativo, Guinea Ecuatorial solo tenía un medico nativo cuando recibió la independencia de España en 1968.


La independencia de los países de África se hizo con improvisación y con desconocimiento profundo de los problemas tribales ancestrales que subyacían latentes y que afloraron más tarde de una manera muchísimo más violenta e irreparable. No es casualidad la enorme cantidad de guerras posteriores que ha habido en este continente. Pero no guerras con lanzas y flechas, sino con sofisticados subfusiles con los que los países occidentales han armado a poblaciones enteras de tipos sanguinarios, violentos y salvajes, a cambio de extraerles las riquezas naturales de su país, que ellos son incapaces de explotar. El resultado ha sido un empobrecimiento generalizado, un mayor subdesarrollo, una insostenible situación sanitaria y educativa, un genocidio violento en muchos países (recordemos por ejemplo, Ruanda), con el consiguiente ánimo de venganza para muchos decenios vista, una corrupción extrema que hace imposible que llegue a su destino la ayuda occidental, y una situación sin salida que ha forzado una emigración sin precedentes que no hay quien la pare.


Hay muchos políticos que dicen que el problema de la inmigración se soluciona invirtiendo en esos países, de modo que al hacerlos prósperos, ya no necesitarán emigrar porque habrán sido protagonistas de su propio desarrollo.

Esto es una ingenuidad, pues estos países ya no son casi ni siquiera países, sino unos amorfos territorios desestructurados en manos de múltiples señores de la guerra, de mafiosos criminales. En unas circunstancias así, es imposible hacer llegar a los pobres habitantes de esos países la más mínima ayuda; se pierde en las múltiples cloacas de los grupos armados que campan por doquier.


En un panorama así, la labor de los misioneros (que a pesar de todo, sigue llevándose a cabo) queda ya como algo inútil desde el punto de vista humano. En medio de una jauría de lobos, no es buen asunto ser un cordero. Siempre ha sucedido así, pero más hoy día, lo mejor que le puede pasar a un misionero es, simplemente, que no lo maten, y no es pedir mucho.


¿Levantar humanamente la población? ¿sembrar hábitos de honradez, de generosidad, de bondad en medio de esa "merienda de negros", caracterizada porque, literalmente, unos se comen a otros? ¿predicar a Jesucristo en medio de regiones con creencias animistas o de religiones fanáticas, cuando no entregadas en cuerpo y alma al culto diabólico y del vudú? Pedir hoy día todo esto en África, es mucho pedir. Pero mucho más difícil todavía es pretenderlo cuando unos cuantos salvajes aparecen por un poblado, no para colaborar en la catequesis, sino para violar a todas las mujeres que sea posible, matar a los hombres que encuentren por medio y llevar como rehenes a los niños para inculcarles el noble arte de la guerra.


A mi modo de ver, el problema de África, hoy día, no tiene solución. O al menos, con los métodos escleróticos y acomplejados de Occidente, que intentará, como hace actualmente, aparentar preocupación hacia este problema, pero siendo incapaz de ofrecer alguna solución eficaz a este desaguisado del que él es culpable, aunque no lo reconozca.

El otro día, hablando de esto, un amigo mío me dió una solución. Me advirtió previamente que la misma es "absolutamente incorrecta" desde el punto de vista político. Mi amigo propone una recolonización de África, una entonación del "mea culpa" en la que se reconozca que la independencia del siglo pasado fue inoportuna por cuanto esos lugares, que no países, no tenían suficiente madurez como para administrarse a sí mismos, no estaban preparados para asumir la responsabilidad de autogobernarse civilizadamente.


Lo más grandioso en las personas es saber dar un paso atrás. En Occidente también debería ser así. Nos hemos equivocado. Habría que rectificar, volver atrás y seguir de otra manera. ¿Acaso no seríamos capaces de maniatar en sendas sillas a dos hermanos que se están matando mutuamente? Pues aquí pasa lo mismo. Occidente debería reconocer que África es un buen "cliente" de las armas que fabricamos. Occidente debería reconocer que ese negocio es a costa de desangrar la población africana y de esquilmar sus riquezas naturales a través de los clanes mafiosos que operan allí. Y después de ese acto de contrición, debería ofrecer una solución eficaz.


Habría que frenar ese desenfreno, aun a costa de hacerlo mediante la violencia ¿Acaso nuestras policías no emplean lícitamente la violencia en situaciones menos sanguinarias?


Una vez pacificados esos territorios, habría que emprender un plan serio encaminado a formar a esas gentes, respetando su cultura e idiosincrasia, para que lleguen a ser capaces (de verdad) de dirigir su propio destino. Y esto se consigue con trabajo, con formación, con paciencia, sin prisas, creando cuadros intermedios, de profesionales competentes y con sentido de honradez y vocación de servicio a sus compatriotas.


Y cuando alcancen la madurez suficiente, entonces sí, pueden caminar solos, pero no antes.


No veo solución al problema de África. No es que no exista solución; es que no la veo. Porque hace ya años que no creo en ese hipócrita llamado Occidente.

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