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Perspectivas de la igualdad

Las feministas han pasado de pedir la igualdad de derechos y oportunidades a pedir la desobediencia al patriarcado, con bragas a modo de bozalillo
Jesús  Salamanca
martes, 6 de marzo de 2018, 07:02 h (CET)

Cuando se lucha por algo se hace con seriedad y con rigor, presentando unos objetivos claros, una planificación consecuente y una aspiración firme. Llevamos varios días escuchando que el día 8 de marzo hay una huelga para luchar por la igualdad entre sexos; fíjense que digo sexos y NO géneros, pero no me voy a parar ahora en la explicación, pues también se suele confundir violencia doméstica con violencia de género. Allá cada cual con sus estructuras mentales y sus definiciones interesadas, unas veces, y erróneas, otras.


Confieso que en el ambiente laboral en que me he desenvuelto siempre, la mujer no ha sufrido esa discriminación a la que aluden sectores torticeros, politizados y cavernarios. A diario compruebo que hay mujeres en todos puestos de la Administración, incluso con categoría superior a la mayoría de los hombres. Y no pasa nada, es más lo vemos con tanta normalidad que nos sorprenden comentarios que escuchamos un día sí y otro también en boca de formaciones sin valores y dados a la crítica por la crítica, sin saber construir ni aportar una reflexión sincera y coherente.


Alguno me dirá que en la administración, la docencia y la medicina hay más mujeres que hombres y que eso forma parte de lo cotidiano. Pues claro. Y de eso se trata, que la cotidianeidad sea lo habitual, lo normal y lo lógico. Y si alguien piensa que esa no es la tónica del mundo laboral, pues habrá que decirle que luche por la igualdad en el sector que reconoce como discriminatorio, pero que no generalice. La generalización es el argumento de la inconsistencia y del ridículo.


El principio de igualdad y de no discriminación por razón de sexo es un derecho internacional que cada vez se extiende más en la práctica. Vincula a todos los Estados del mundo aunque no faltan lacras extendidas aún. No hay ninguna duda (ver estadísticas y realidad) de que la igualdad de sexos ha mejorado en España considerablemente en los últimos veinte años, pero quedan asignaturas pendientes. El informe reciente del Instituto Europeo de Igualdad de Género así lo avala. Reconozco que Europa va por detrás de nosotros en desigualdad, tanto en empleo como en cuestiones domésticas, salvo excepciones.


Si bien España está muy cerca de Dinamarca y Suecia en cuestiones de igualdad, esa desigualdad hay que estudiarla por generaciones. Las generaciones de los más jóvenes comparten más todo tipo de tareas, incluidas las domésticas; no obstante, como cada pareja en un mundo diferente, muchas optan por la especialización en función de afinidades, gustos y habilidades. ¡Y no admitamos que generalice en estos temas esa corriente que se llama feminista y que no representa a las mujeres!


El estudio del citado Instituto destaca en particular que "los avances respecto a las mejoras en igualdad experimentadas en la última década fueron "lentas" en el ámbito laboral. Las mayores puntuaciones en el índice las registraron Suecia, Dinamarca y Holanda, mientras que las más bajas se dieron en Italia, Grecia y Eslovaquia". Todavía se siguen aventando tropelías como que "el salario de las mujeres llega a ser un 25% inferior al de los hombres". Ya estamos generalizando y diciendo brutalidades. Al menos, esa no es la realidad en los países desarrollados de nuestro entorno. No entramos en lo que aún sucede en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo: otro día lo trataremos. Ahí nunca quieren entrar las feministas porque salen desmochadas, como no se atreven a entrar en el mundo musulmán o a desnudarse en una mezquita.


Insisto: en los sectores que conozco, a misma categoría, estudio, oposición, esfuerzo y sacrificio corresponde misma retribución. Incluso entre las generaciones jóvenes se ha igualado el tiempo dedicado a las tareas del hogar; en España hemos pasado de cero a ochenta en veinte años, en este aspecto, y seguimos creciendo en positivo. Decía Gutiérrez Aragón que lo normal y lo cotidiano se aprecian mejor desde la anormalidad. Ya sé que las palabras son como las abejas porque tienen miel, pero también pueden ser como el aguijón.


La igualdad no se defiende desde las huelgas ni desde las manifestaciones ni desde la trinchera donde las feministas piden que las mujeres acudan a la manifestación con bombachas en la mano. El logro de la igualdad está en el día a día y antes, incluso, en la educación. Si no educamos para esa igualdad, ya pueden hacer huelga, salir en manifestación, algarada o procesión, que no se llegará a ningún puerto con satisfactorio objetivo. A veces, sufrimos más por nuestras opiniones --en palabras de Séneca-- que por los acontecimientos mismos.


Al principio del artículo decíamos que, cuando se defiende algo en lo que se cree, hay que hacerlo con seriedad y rigor. Lo que no es de recibo son los carteles que algún grupo feminista ha publicado para anunciar la manifestación del día 8. Las feministas han pasado de pedir la igualdad de derechos y oportunidades a pedir la desobediencia al patriarcado, con bragas a modo de bozalillo. Pero es que además, remarcan que las mujeres acudan al Teatro Colón con bombacha en la mano. ¿Alguien se va a tomar en serio a esta gente? Créanme que están sentando las bases para que la ciudadanía con valores acabe por correr a gorrazos a estos personajes desorejados, mal educados y esperpénticos.


A pesar de lo dicho en el párrafo anterior, comprobarán que no faltan oportunistas que quieren hacerse notar: sindicatos de clase a la desesperada, partidos estrafalarios y corruptos, organizaciones feministas (aunque no defiendan la igualdad real) y allegados que buscan un rinconcito en la prensa para, llegado el momento, recurrir a subvenciones para vivir del cuento o de las cuentas públicas. Al tiempo. Doy fe.

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