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No sabemos cuándo se decretará el final del estado de alarma, pero sí conocemos, desde el 25 de abril, que ese día futuro dejarán de estar vigentes las condiciones establecidas para los desplazamientos fuera del hogar familiar de los menores de catorce años.
Diciembre es sinónimo de “dar, ayudar y compartir”. El periodo navideño es la época de la solidaridad por antonomasia. Sin embargo, un informe anual realizado GoFundMe, "Year in Giving", publicado esta semana demuestra que la solidaridad no atiende necesariamente a las fechas más señaladas del calendario.
Ofende al más elemental sentido que se tenga del Estado capitalista, o de la tan cacareada “sociedad libre de mercado”, que en medio de la opulencia, de los restaurantes abarrotados los fines de semana, de los aeropuertos que no dan abasto a tantos vuelos llenos de pasajeros que han aprendido en nada de tiempo las ventajas de los “viajes a bajo coste”, o de los establecimientos repletos de mercancías que los consumidores arrasamos en las rebajas y fuera de ellas, existan personas que carecen de lo más indispensable para subsistir.La extrema pobreza también es un contra Dios También lo es porque para los creyentes la fe supone la aceptación de los principios que emanan de la divinidad, donde el amor, la solidaridad y el respeto mutuo imponen la obligación de evitar que tu prójimo pueda sufrir males que cada uno de nosotros podamos aliviar o evitar.
No podemos continuar atrincherados en una estrechez mental, de falta de discernimiento en el valor de cada cosa, pues nos impide avanzar hacia otros estadios más armónicos. Indudablemente, hay que pasar de las bellas palabras a los hechos, y lo importante es que la desigualdad no crezca en un mundo en el que hay que promover de manera justa la ponderación de oportunidades, en toda esa familia global, de la que formamos parte.
Nunca pierde la sonrisa. Nunca. Puede estar dolorida o cansada por las largas horas de rehabilitación pero su sonrisa siempre está ahí. Así es Ainara, una pequeña princesa que tenía prisas por llegar al mundo y que día a día demuestra que las historias que merecen la pena no son las que tienen un final feliz, sino aquellas que te enseñan a luchar, venga lo que venga, con una gran sonrisa.
Me gusta esa población activa dispuesta a hacer lo que predica, a tomar conciencia de que la cuestión social se ha globalizado, lo que nos exige movilizarnos y pasar a la congruente acción responsable. Se me ocurre pensar en esos jóvenes argentinos, congregados para frenar y mitigar las secuelas del cambio climático. Cuentan para ello, con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, que les ofrece un espacio para que se formen e informen, puedan buscar soluciones conjuntas entre todos los moradores del mundo, y sus mensajes puedan trascender a través de canales de acción adecuados. Ahora bien, no es igual predicar que dar trigo, además sabiendo que el principio de la educación es instruir con el ejemplo, nos conviene ampliar los horizontes y comprometernos con ser honestos y razonables en nuestras actuaciones.
La realidad nos muestra de forma significativa ciertos acontecimientos, que ponen en peligro la sensatez en el mundo, el equilibrio entre moradores, pues tanto la degradación humana como la ambiental es un hecho que está ahí, en cualquier esquina del planeta. Se me ocurre pensar en esa multitud de gentes que aún sufren inseguridad alimentaria aguda. Desde luego, las guerras son la principal causa del hambre extrema. No aprendemos. La ceguera es manifiesta.
Vivimos sometidos -intencionalmente- a la crónica funesta de estadísticas siempre lamentables, epónimas del tiempo en el que vivimos, cuando no, también, alienantes en el más amplio sentido marxista de la palabra; porque esa alienación tiene un correlato con la globalidad en un mundo de “daños colaterales”, en un mundo líquido. Sobre esto último, versa éste análisis: cómo nos vemos inmersos en una nueva clase (los desocupados) en un mundo donde el “capitalismo irónico”, no solo llegó para quedarse, sino que también muestra duramente su ironía, a veces rozando lo inmoral.
Ciertamente somos diversos y son, precisamente, estos variados ritmos los que nos armonizan y embellecen a toda la humanidad, haciéndonos únicos y exclusivos. Todo se enriquece de esta complejidad de lenguas y conocimientos. Lo que hay que tratar es que la pluralidad se reconcilie consigo mismo y no abandone ninguno de sus latidos.
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