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Tenemos la idea de que hemos entrado en una nueva etapa en la que nuestra nación parece haber adjurado de muchas de sus tradiciones, de lo que han sido costumbres parlamentarias y de la importancia de algunas de sus instituciones más relevantes, que tomaron cuerpo, se entronizaron y fueron el leitmotiv de lo que se dio por denominar la España de la transición, fruto de la nueva Constitución, postfranquista, de 1978.
La Guardia Civil fue creada durante el reinado de Isabel II gracias al Real Decreto de 28 de marzo de 1844. Y al año siguiente, en 1845, se aprueba la Cartilla de la Guardia Civil, en donde se recogían «los principios, valores y virtudes de los miembros de la Guardia Civil, estableciendo un alto nivel moral, además de regular aspectos de mera urbanidad, relaciones sociales y humanas de los integrantes de la institución con la sociedad, autoridades e instituciones».
He escrito muchos comentarios sobre esa “prudencia política”, que muchos consideran esencial en el desarrollo de la actividad parlamentaria. Siempre he querido referirme al “patio de la actividad política”, nunca, eso espero, al ámbito personal. Dicho esto, debo exponer con claridad mi postura ante la llamada “prudencia política”.
Por eso cumplimos concienzudamente con nuestros deberes sociales, y los otros… Somos ciudadanos responsables y sensatos. También respetuosos con todo el mundo y buenos ciudadanos, a menudo excelentes. Y todo eso no es circunstancial, ni contingente o condicional, tampoco supeditado al contexto. Todo eso es sagrado y absoluto para la población que defendemos, la que somos y creemos que debe ser siempre.
Los gobernantes son el reflejo de la sociedad. No son ángeles santos que han bajado del cielo para sacar las castañas del fuego a las naciones. Son personas salidas de la masa social y, por lo tanto, con las características buenas o malas propio de una humanidad caída en pecado, lo cual ha desfigurado la imagen y semejanza de Dios en que fue creada.
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