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Es hora de ponerse en ejercicio. Ahora bien, necesitamos de otros lenguajes más fraternos para poder seguir adelante con buen espíritu y mejor actitud, lo que requiere otros cultivos menos confusos y más sabios, injertados quizás por la brisa de la comprensión y de la cercanía.
La semana pasada con el visionado de los videos aportados por las acusaciones y las defensas quedó casi finalizado en el Tribunal Supremo el juicio contra los promotores de la celebración del Referéndum el 1-O y la posterior declaración política de la independencia de Catalunya por la mayoría independentista del Parlament de Catalunya.
Lo que le está pasando al planeta, y aunque pueda sonar a mensaje repetitivo, ciertamente es lo que nos sucede a nosotros mismos como participes del mundo, a través de la transmisión de la vida y con la unión de los vínculos.
A comienzo de los noventa el mundo parecía en orden: occidente y la economía se habían impuesto de modo neto al comunismo, era según el vaticinio de algunos filósofos “el fin de la historia”, (como si la historia pudiera tener fin). La democracia como régimen de gobierno se quedaba, aparentemente, sin enemigos y sin alternativas.
Reconozco que me entusiasman los espíritus vigilantes, aquellos que están en vela permanente, dispuestos a luchar sin miedo alguno por poner calma allá donde la violación y la barbarie agita los corazones más sensibles e inocentes, o allende donde la libertad se encarcela y la estupidez nos halaga.
Desde el año 2013, Naciones Unidas, viene celebrando durante este mes de marzo, ese espíritu gozoso de felicidad que todos nos merecemos por el simple hecho de vivir. Sin duda, nuestra primera premisa ha de partir de una realidad, la de ser compasivo con nuestros análogos, puesto que en el bienestar de los demás también reside nuestra propia satisfacción. En consecuencia, hemos de poner en valor el horizonte de ser felices, ensanchando el corazón, abriendo los brazos, donándonos en suma, con perdón incluido.
El gran riesgo del mundo de hoy es proseguir con un estilo de vida que no entiende de vínculos entre las personas, deshumanizándolo todo y debilitando nuestro propio desarrollo humanístico. De ahí, la importancia de avivar otros proyectos educativos más innovadores que nos enseñen a pensar críticamente, al menos para poder discernir, y optar por un camino de maduración en valores.
Ciertamente somos diversos y son, precisamente, estos variados ritmos los que nos armonizan y embellecen a toda la humanidad, haciéndonos únicos y exclusivos. Todo se enriquece de esta complejidad de lenguas y conocimientos. Lo que hay que tratar es que la pluralidad se reconcilie consigo mismo y no abandone ninguno de sus latidos.
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