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Helia Pérez Murillo, mi compañera en las clases de interpretación, así como en las de expresión corporal, enseñaba literatura inglesa en un colegio religioso. Religiosa ella, rara avis, buen humor y mal aliento, no respondía a los cánones usuales de quien se prepara para ejercer de actor. Se anexaba a los grupúsculos más laburadores sin desestimar a los que apuntaban hacia un destino de reviente.
En esta obra Juan Diego Botto es Federico García Lorca, pero, a un tiempo, y en determinados momentos, Federico es Juan, lo que le permite al autor moverse de una época a otra con ingeniosa facilidad. El texto se vale de la excusa de la tendencia a la dispersión del personaje para engarzar anécdotas, reflexiones, discursos y confesiones en una pieza que, hecha a retales, da un resultado monolítico, indisoluble, redondo como piedra de molino, porque quien está ahí es alguien tan real, tan palpable como quien lo escucha.
El pasado 23 de noviembre acudí a la representación llevada a cabo por la compañía “La Soubrette”, “Orient Ópera Express”, y salí encandilado tras haber asistido a las interpretaciones de las dos grandes damas del bel canto que la conforman (Sara B. Viñas y Mª José Carrasco), dueto acompañado al piano por el excelente intérprete Carlos Martínez de Ibarreta.
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