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Convendría detenerse en observar algo evidente, profundamente asociado al transcurrir de la existencia, como es el protagonismo que ha tomado el mercado, que incluso es capaz de superar el papel asignado a la política, pasando a ser guía conductora de muchos pueblos.
Mientras el hombre común ha pasado a ser un número en un panorama social de masas como el actual, los grupos han tomado protagonismo en la sociedad consumista, amparados ideológicamente por la inteligencia capitalista y alimentados en la práctica por los operantes empresariales. La consecuencia es que el individuo común, el único que debe contar en la base de una sociedad libre y verdaderamente abierta, ha entrado en proceso de franca decadencia.
En la práctica, el constitucionalismo es un producto jurídico ideado por los antiguos representantes del gran capital para ilusionar a las gentes y manejar entre bastidores su destino. Sirvió de fundamento a lo que se bautizó como Estado de Derecho. Atento al principio del imperio de la ley, esta pasó a ser el alma del sistema, un producto maleable que atendía, en teoría, al interés general, pero venía afectada por intereses particulares.
Lo que se observa es una nueva sociedad construida desde el mercado, bajo la protección de la política y la colaboración de los medios, asumida pacíficamente por las gentes de buena parte del mundo, donde se respira un cargado ambiente de falsas libertades. Auspiciada por los intereses del mercado y la política, hay que señalar que la doctrina capitalista ha trabajado de forma eficiente para transformar la sociedad, sin levantar sospechas.
Acaba de publicarse un informe de la OCDE en el que se muestra que el 60% del empleo mundial se encuentra en la economía sumergida, un porcentaje que llega al 90% en los países de bajos ingresos. Decir que se está empleado en la economía sumergida no significa solo que se trata de empleo “informal”, como se dice en los informes oficiales. Equivale a empleo ilegal, a condiciones de trabajo insalubres, mal remuneradas, sin protección social y, en definitiva, sin derechos.
La irrupción rotunda y disruptiva de Javier Milei a la presidencia argentina ha habilitado un sinfín de calificativos sobre su ideología, caracterizada de las maneras más desmañadas e imprecisas que puedan imaginarse. Desde neofascismo, a “noemenemismo”, desde ser asumido como un 'déjà vu' de los 90, hasta un anuncio de la reedición de los parámetros políticos de Martínez de Hoz durante la última dictadura cívica militar que devastó al país.
Parece, a la vista de lo que se pone en escena, que la sinarquía que conduce la marcha del sistema —llamada por algunos el poder en las sombras—, para asegurar el negocio base —el mercado—, ha mudado en parte su estrategia política. Tímidamente empieza a colocar nuevamente en el teatro de operaciones visibles, haciendo uso del voto controlado, a los que, en otro tiempo, fueron fieles servidores del orden capitalista en el marco conservador.
Hace apenas tres años era solo un deslenguado economista que se hacía hueco a base de virales en la red. Hoy es el presidente electo de Argentina. Javier Milei tiene ante sí un doble reto fabuloso; por un lado, reconstruir la destrozada economía de su país; por otro, confrontar el liberalismo ante otras ideologías dominantes hoy en el mundo.
A un siglo de que la revolución anarquista argentina que fue sofocada en sangre, en ese mismo país asumirá la presidencia, por primera vez en el mundo, alguien que se reclama de una variante del anarquismo. Todas las insurgencias anarquistas de antes acabaron en violentas derrotas (Francia 1871, Rusia 19178-21, España 1936-39, etc.) y fracasaron al querer anular de un solo golpe a las clases y Estados para dar paso a una sociedad igualitaria comunista.
¿Cómo hacer para que las ideologías no absoluticen el poder, sino que pongan en el centro a a la persona? El liberalismo prioriza la libertad personal pero si no lo armoniza con el principio de la igualdad se convierte en capitalismo salvaje; el socialismo prioriza la igualdad, pero si impide el crecimiento económico de las personas y su libertad, se convierte en un régimen de muchos que pueden vivir pero no se crea riqueza (Cuba, Venezuela, la antigua URSS...).
Sujetos a los cánones económicos dominantes, en general, la política de los distintos Estados es incapaz de mantener su independencia funcional, ya que solamente unos pocos alcanzan ese nivel que permite dejar constancia de sus particularidades. En todo caso, si llegan a tal punto, fundamentalmente por haber adquirido cierta ventaja tecnológica y contando con su plena integración en la realidad económico-política, es como premio a su fidelidad.
Los oficiantes del imperialismo económico global vienen exigiendo a las gentes fidelidad al mercado, lo que en gran medida aceptan sin rechistar, mientras que, por otra parte, la hacen extensiva a que se siga la doctrina establecida por el sistema. Si lo primero supone entregarse al consumo irreflexivo por obligación, lo segundo, invita a desprenderse de la identidad personal y dejarse llevar por las consignas que se imponen a la manada.
Cuando se empieza a discutir la posible formación de un nuevo gobierno de coalición progresista en España vuelve a hablarse de medidas económicas que suelen concitar bastante desacuerdo entre economistas. Con los precios de muchos bienes y servicios básicos, como los alimentos o la vivienda, todavía subiendo, aunque el índice general se haya frenado, desde la izquierda se proponen controlarlos legalmente.
Para nadie es un secreto que el militarismo y el deseo de enriquecerse y seguir siendo rico es la característica del mundo capitalista actual. No citaré a pensadores ostensiblemente anticapitalistas, porque existen muchas dudas sobre la naturaleza de esas personas. Por eso, lo que escribo en este artículo son experiencias que presenciamos todos los días, pero no les prestamos atención.
Aunque no se define claramente hasta años más tarde, la globalización, como instrumento para establecer el imperio capitalista a nivel mundial, tiene sus orígenes al finalizar la segunda gran guerra del siglo pasado. Su patrocinador oficial, es decir, el que se ofertó como promotor político, utilizando el argumento de la superioridad atómica y económica, lanzando el diseño de Bretton Woods, fue USA
Uno de los mitos más extendidos en nuestra sociedad es que la economía capitalista en la que vivimos funciona o puede funcionar guiada tan sólo por una mano invisible que, a partir de la simple iniciativa individual, organiza todo el orden económico garantizando -automáticamente y sin necesidad de ninguna otra intervención- estabilidad y plena satisfacción de los intereses generales.
Recuerdo, en un cónclave socialista, oír de un destacado político del municipalismo catalán, la siguiente afirmación: 'las fábricas de hoy son los hoteles'. En este interludio estival me ví inmerso en la experiencia de la ilimitación capitalista del sector turístico hotelero que por momentos me arrastró a la malograda vida de Charlie Chaplin en la película "Tiempos modernos".
Ante el desconcierto presente, aquí mismo, casi en la punta del continente europeo, para tener una mínima idea sobre lo que está pasando, hay que tener en cuenta ese fenómeno que se ha llamado la globalización. Esta última, dicho brevemente, es el último acto del despliegue del capitalismo, representado por la corte del gran capital, en términos imperialista y totalitarios a nivel mundial.
La globalización no es ni mucho menos un fenómeno nuevo. Sin embargo, la posición de la única superpotencia realmente existente, los Estados Unidos, ante la globalización -que, como Marx y Lenin explicaron en su tiempo, es consustancial al mismo modo de producción capitalista- ha variado tan drásticamente como para pasar de ser su adalid como superpotencia en su apogeo a ser su atacante como superpotencia en su ocaso.
El libro de Shoshana Zuboff titulado La era del capitalismo de la vigilancia, es un extenso ensayo, que trata numerosos aspectos de la realidad de del capitalismo neoliberal salvaje, característico de la era digital en la que estamos viviendo. Sirve también para comentar diversos aspectos de la situación que los ciudadanos están afrontando en estos últimos años, por causa del control digital de la existencia y de las acciones y conductas humanas.
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