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El trasiego diario alcanza ritmos frenéticos, nos faltan minutos para contentar a la prisa acechante. Al menos en lo referente al personal activo en las variadas esferas comunitarias o cargado con sus inquietudes particulares. En el otro bando se encuentran los individuos dominados por la pasividad, sea por su carácter indolente o debido al sometimiento a una serie de carencias e impotencias.
He podido contemplar desde mi modesto observatorio dos actitudes que me hicieron recapacitar sobre la naturaleza humana. La primera me la proporcionaron los jugadores de la selección española más modesta que puedo recordar. Desde "El segmento de plata” se valora mucho más la virtud de la humildad que la exhibición petulante.
Quizás tengamos que retornar al niño que todos llevamos dentro para poder disfrutar de ese espíritu de belleza, de bien y de verdad, transformándonos en un comportamiento, tan afectivo como efectivo; pues todos los deseos que siembran positividad, nos alientan a ese gozo de mansedumbre, de benevolencia, de bondad en suma. No hay mayor alegría que la de sentirse querido y la de poder amar.
Las actitudes impresionan como una fuga empecinada detrás de los intereses peculiares; crematísticos, turísticos, políticos y en escasa proporción como buscadores de la comprensión superadora.
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