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Vicente Manjón Guinea
Vicente Manjón Guinea (Madrid, 9 de noviembre de 1968). Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y licenciado en Criminología por la Universidad Camilo José Cela de Madrid. Ha trabajado en prensa en diversos medios de comunicación, entre otros, un gabinete de prensa, Terra, Ecuality, Diversia, el portal de Internet Kataweb, del grupo La Repubblica, y para la confección de varios programas televisivos de monográficos sobre personajes célebres de la vida cultural. Fundador y director de la extinta revista literaria en internet Satiria. Cuenta con varios premios de poesía y relatos cortos. Perito judicial, especializado en robos y fraudes. Así mismo, vincula su profesión a la educación y reinserción de menores infractores en la Consejería de Justicia de la Comunidad de Madrid. Autor del ensayo literario titulado DE LA LITERATURA Y LAS PEQUEÑAS COSAS, del libro de relatos ALTAS MIRAS y de las novelas UNA LLUVIA FINA Y MENTIROSA y CON TAL DE VERTE REÍR. Editor y escritor del blog de artículos Memorias de un náufrago. |
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Parece que últimamente hay una especie de aversión fomentada por una serie de escritores editores, amigos todos ellos, contra la autoedición. Basan sus reflexiones en que la autoedición son malos textos de escritores advenedizos, que no cumple con los estándares de calidad de edición de un texto y que no arriesgan nada frente a las pequeñas editoriales que, por el contrario, siempre miran por el bien de la literatura y por el fomento de la calidad literaria.
Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.
Veo en la televisión la imagen de un tipo con apellido de cárcel, porque sin darse cuenta lo lleva ya registrado en su onomástica. Un individuo de más de sesenta y cinco años que ha vivido casi toda su vida de la política. El gran refugio de los vagos y delincuentes. Es uno de esos individuos prototipos que describió certeramente Stefan Zweig en su libro Momentos estelares.
Fue Dostoievski quien dijo que «llegará un día en que la tolerancia será tan intensa que se prohibirá pensar a los inteligentes para no molestar a los imbéciles». No estoy seguro de que ese momento haya llegado ya, pero de lo que sí estoy seguro es de que vivimos un momento donde ya reina, sin duda, el poder hegemónico y mediático de los ignorantes.
Puede que el momento sea el oportuno para determinados intereses, pero que no le quepa a nadie la menor duda de que el dictamen final de lo que se dice acierta de pleno. Según el CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, nueve de cada diez ciudadanos no cree que la justicia sea igual para todos. El 89,9% no comparte que se trate igual a los políticos que a los ciudadanos.
Todas y cada una de las lecturas que hacemos a lo largo de nuestra vida van dejando un pequeño poso en la configuración de nuestro carácter y nuestra personalidad. Incluso aquellas que abandonamos a mitad de lectura por parecernos insufribles, nos enseñan que, a veces, tendremos que asumir la frustración. Haber perdido el tiempo dedicado, por nuestra insistencia, a leer un panfleto lleno de estereotipos.
El dos de abril. Esa es la fecha que el nuevo colonialista americano ha decidido llamar como el «Día de la liberación». Con ello, el actual presidente americano Donald Trump pretende simbolizar el cambio drástico en la política económica americana. Su estandarte, la implementación de aranceles a la mayoría de los países que pretendan vender sus productos en el interior de las fronteras americanas.
La vida suspendida, de Eduardo Laporte, es uno de esos libros que tienen la valentía de descender, como un espeleólogo, hacia las entrañas de un mundo desconocido. Sus páginas abordan la pérdida de un hijo no nato, que tomó camino hacia la inexistencia, al poco tiempo de que el autor hubiera conocido a su pareja y haberse concebido.
Dijo en cierta ocasión Lord Acton, allá por mitad del siglo XIX, que «el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos...». Parece que hoy día a esos «grandes hombres» se les ha investido con una especie de capa de visionario del futuro, de emprendedor de la gloria y, cómo no, de salvador de la humanidad.
El mar siempre ha sido un compañero de la buena literatura. Un ser andrógino convertido en hombre o mujer, según la inspiración de los poetas. Proclives a cantar su fiereza y su bravura como consecuencia de grandes y musculadas epopeyas oceánicas. En la memoria anidan los recuerdos de aventuras como las descritas por Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, Julio Verne, Herman Melville o Daniel Defoe entre muchos otros.
Ya no queda nada, absolutamente nada, de lo que podamos decir que es blanco, o, por el contrario, negro. Se acabaron las verdades inmutables. Se han derruido los pilares sobre los que se sustentaba nuestra educación y nuestras creencias. Más bien nuestras esperanzas. Los espigones de acero, insertados entre los moldes de hormigón, como cimientos de grandes edificios, se han convertido en juncos flexibles que se doblegan según sopla el viento o según interese.
Hay pueblos que están condenados a vagar por el mundo sin un lugar donde poder asentarse. Son pueblos convertidos en nómadas porque así lo han decidido las grandes potencias colonialistas e imperialistas que dominan el mundo. Al recuerdo me vienen los kurdos, un pueblo de más de treinta millones de personas repartidas entre Turquía, Irán, Irak, y Siria, sin la posibilidad de tener un estado propio.
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