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Vicente Manjón Guinea
Vicente Manjón Guinea
Nuestro presidente se ha tomado cinco días de asueto para decirnos si sigue o si hace los bártulos. Ha puesto de moda el ser fijo discontinuo

Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...

La cultura no da dinero y la derecha ha estado siempre muy cercana al dinero y a los réditos. Tanto como lo empieza a estar nuestra izquierda desdibujada

Un pequeño jardín interior donde brotan diversas flores y plantas, e incluso algún que otro árbol tropical, es el patio que da acceso a la sala donde se organiza el acto. Es la noche de los libros y la Asociación Colegial de Escritores, de la mano de la Fundación de Ferrocarriles Españoles, ha organizado un pequeño evento, que no es otra cosa que un tributo a nuestro poeta Vicente Aleixandre.

La política, hoy día, lejos de centrarse en la fuente de la verdad, se ha embadurnado de un agua turbia y pestilente

Hay ocasiones en las que uno, casualmente, consigue leer un texto con cierta enjundia política e incluso filosófica. Algún que otro artículo, que pasa desapercibido de entre tanta morralla acumulada en la escollera del periodismo mamporrero, nos enciende una pequeña luz en el pensamiento y la razón. Uno de esos escasos artículos a los que me refiero es La política contra los pueblos de Ramón Jáuregui, exministro de la Presidencia y exeurodiputado.

MAR, así le apodan. Y a su paso se oye el tintinear de las espuelas antes de acercarse a la barra y solicitar al camarero, no una zarzaparrilla, sino un whisky solo, sin hielo

Veo en pantalla aparecer su rostro, de barba poblada y canosa, pelo fosco y duro en raíz, el cuello de la camisa desabrochado que deja entrever la frondosa pelambrera de hombre, de pelo en pecho, de los de antes, muy distante a la moda metrosexual; y es entonces, cuando me viene al recuerdo la imagen de esos pistoleros de taberna del oeste que entraban a la cantina, en un día de lluvia torrencial, acompañado de varios de sus secuaces.

No hay camino peor que el aburrimiento para terminar encontrando hechos inusitados. Llevado por mi hastío frente al televisor comienzo a hacer 'zapping', ese deporte sedentario tan típico de los entrados en años. Y en una de esas expediciones indolentes termino por arribar en un programa que se emite en La 1 de Radio Televisión Española.

Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

La exposición que podemos contemplar en la Fundación Mapfre hace un recorrido por la vida itinerante de Strömholm, fotógrafo sueco. En ella podemos verificar la concepción existencialista del mundo. «Me gusta fotografiar las cosas rotas, estropeadas, que demuestran las heridas de la vida».

El 8 de marzo de 1908 ocurría un grave suceso en la historia del trabajo y de la lucha sindical. Cerca de 130 trabajadoras de la fábrica Cotton de Nueva York, se declaraban en huelga y ocupaban el lugar donde estaban empleadas. Sus reivindicaciones eran simples y justas: conseguir una jornada laboral de 10 horas, salario igual que el de los hombres y una mejora de las condiciones higiénicas.

Escribió en cierta ocasión Rafael Chirbes, en uno de sus Diarios que «ahora hay que mecer el territorio y pisotear al contrario. Anular las conciencias críticas y fomentar el sentido de pertenencia». Esa es la clave para seguir en el poder. Fomentar la incultura. Convertir a los ciudadanos en repetidores de consignas y por supuesto acabar con la individualidad.

Ahora que ya han pasado por las tierras del globo terráqueo dos de los jinetes de la Apocalipsis, la peste y la muerte… ahora que ya ha quedado muy atrás su rastro de enfermedad y de tragedia, vemos que, tras la estela verdusca y blanca de sus caballos, sale a relucir la miseria del ser humano. El gran negocio de la muerte.

Puede que algunos piensen, como he leído por ahí, que el último libro de Luis Landero, 'La última función', es un himno a los finales felices. Quizá así se interprete por el cruce de caminos entre dos de sus protagonistas: Paula y Tito. La primera, Paula, una actriz malograda que termina en la estación de un lugar desconocido. El segundo, Tito, un emprendedor del mundo teatral consumido por el desencanto y la decepción; por cumplir los deseos de su padre antes de morir.

La falta de cultura y el olvido que ocasiona el paso del tiempo son factores determinantes para caer en la confusión. Desligar la historia del pasado y situarla tan sólo en el presente puede ser un grave error. Quizá sea esta la razón del por qué estamos viviendo un momento en que el antijudaísmo ha aumentado su difusión y se está volviendo aceptable como un lenguaje crítico en determinados sectores y espectros políticos, movidos siempre por esa captación del voto fácil.

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