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El reinado de los ignorantes

Hoy día nos abruma una horda de periodistas desinformados que se han convertido en difusores de opinión
Vicente Manjón Guinea
miércoles, 11 de junio de 2025, 09:27 h (CET)

Fue Dostoievski quien dijo que «llegará un día en que la tolerancia será tan intensa que se prohibirá pensar a los inteligentes para no molestar a los imbéciles». No estoy seguro de que ese momento haya llegado ya, pero de lo que sí estoy seguro es de que vivimos un momento donde ya reina, sin duda, el poder hegemónico y mediático de los ignorantes.


Hoy día nos abruma una horda de periodistas desinformados que se han convertido en difusores de opinión, como si de un ambientador se tratara, para construir lo que Gramsci llamaba la hegemonía intelectual y cultural.


El problema es que parece ser que ya no es necesario cultivarse culturalmente, ni leer, ni contrastar las informaciones, ni escuchar a quién piensa distinto de ellos, para una vez analizada la información recibida, fundamentar el motivo de discrepancia. Eso es mucho esfuerzo en la era de los likes y las redes sociales.


Tv


Ahora, lo verdaderamente importante es dar el rebuzno con mayor número de decibelios para imponer un criterio sustentado en el desconocimiento. Hay una plaga, como de langostas devoradoras de trigo, que invade nuestras mentes o al menos lo pretende. Son los figurines del directo. Los tertulianos de estudios de televisión y platós capaces de opinar sobre cualquier cosa y tener la solución inmediata para todo. Son portavoces de ideologías polarizadas convertidas en baratijas de saldo. Idolatrados pregoneros de mercadillo. Porque a la gente lo que le gusta es ir al mercadillo y rebuscar entre bragas y calzoncillos el par más barato. Ellos y ellas, los elegidos de la nueva cultureta se nos presentan bien vestidos y bien pagados por las cadenas televisivas. Hacen las correspondientes reverencias a vuecencia y a las ensalzadas señorías del buen vivir y del mal hacer. Pero esas genuflexiones a ellos no les importa, porque su cometido no es otro que llenarse el bolsillo mientras emiten por su boca las panfletarias doctrinas para las que han sido contratados.

Atrás, o mejor aún, como diría Dostoievski, en el subsuelo, quedan la sensatez, el raciocinio y la capacidad crítica. Hay que abolir los conocimientos e ignorarlos cuando estos se oponen a las tesis que deliberadamente se quiere acreditar. Aunque estén sustentadas sobre la volatilidad de lo viral, del fogonazo.


Este grupo de periodistas, artistas o escritores que son, como dio en llamarlos Hayek, «distribuidores de segunda mano», conforman un engranaje para difundir opinión al ser fuente de información de mayorías. Tienen la posibilidad de, no ya cinco minutos de gloria, como dijera Warhol, sino de horas de distintos programas semanales frente a la cámara de televisión para decir lo que les venga en gana. Lejos de convertirse en difusores de información se han convertido en meros propagandistas. Son burritos palmeros, altavoces de la estulticia llevada a la máxima potencia. La de reconocer su propia idiocia sin sentir rubor alguno.


Porque ese es el verdadero problema, que pueden decir la mayor estupidez sin arrepentirse de ello, sin sentir bochorno alguno por la somera tontería que acaban de manifestar.


Escritor en la noche


De pronto veo en la televisión pública, en un programa dirigido por Xabier Fortes, unas declaraciones del escritor Javier Cercas, donde contesta a una serie de preguntas en relación con su último libro El loco de Dios en el fin del mundo. Un libro de cuatrocientas ochenta y ocho páginas a sus espaldas donde se aborda el papado de Francisco I, entre la crónica y el ensayo. Meses de estudio, lecturas y contra lecturas, recopilación de opiniones y de hechos para poder forjar su propia opinión. El autor dirá: «lo más difícil ha sido limpiarme de prejuicios. En España, siendo un país católico, hay una auténtica fobia anticatólica».


Papa


Todo correcto, desde el sosiego y la tranquilidad de un escritor que no pretende demostrar nada. Porque un gran escritor no demuestra, tan solo muestra lo que ve y lo que siente. Intenta reflejar esa parte de su tiempo que le ha tocado vivir con todas y cada una de sus contradicciones. Como diría Borges, «el tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego». Y hete aquí, que, en mitad de esta suma de contradicciones, de paradojas e incoherencias de las que está conformada la vida, alza la voz una de esas contertulias profesionales del centelleo. Amigas del blanco o el negro. Del sí o del no. Del cliché y de los prejuicios establecidos sin tener en cuenta ni un solo hilo de la enorme tela de araña que conforma nuestra existencia.


Marta Nebot, imperiosa y expeditiva, toma la palabra y acusa al escritor de blanquear la Iglesia Católica con su obra. Así, sin más, ponderada e iluminada gracias a ese foco y a esa cámara que han puesto la atención sobre la trillada palabra. Verbo este, el de blanquear, que se utiliza como comodín de partida de póker en cualquier refriega tertuliana. «Me parece que al ser humano le iría mejor con menos religión que con más», sentencia la manufacturera de opiniones.


El escritor natural de la provincia de Cáceres parece no salir de su asombro y tras dejar claro que su intención no ha sido nunca hacer apología ni del cristianismo ni del ateísmo, sino tan solo intentar entender a una institución que tiene más de dos mil años de historia, pregunta a la aguerrida periodista si ha leído el libro. Entonces, con toda la naturalidad del mundo contesta que NO.


Solo faltaría que tuviera que leerse el libro para opinar. Menudo ladrillo pensará. Casi quinientas páginas que se pueden resumir en una sola frase utilizando el verbo de moda: un libro que blanquea la Iglesia Católica. Así lo piensa y así lo suelta. Sin importarle las horas de trabajo e investigación que el autor ha dedicado a entender una forma de ver la vida, de filosofía y de fe, a través de la Historia. Sin dar la más mínima importancia a las horas, día tras día, mes tras mes, que Javier Cercas ha dedicado a estudiar los recovecos que configuran cada una de las páginas del libro.


Ella, Marta Nebot, no tiene que leerse un libro para opinar. A ella ya le vale con imaginar lo que habrá escrito. Y su videncia será mas que suficiente para establecer su máxima, su doctrina, su… quizá, ¿acto de fe?


Sí, un acto de creer sin comprender que ha sido siempre el refugio de los ignorantes.

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