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Juan Antonio Freije Gayo
Profesor de Geografía e Historia en un instituto Oviedo (jubilación en septiembre de 2023). Le preocupa, sobre todo, el asunto de la libertad individual, que considera menguante en nuestros tiempos, y sobre eso reflexiona y escribe. Ha publicado algunos libros relacionados con su labor docente, que se pueden encontrar en Amazón: Síntesis de Historia Contemporánea de España (formato Kindle) o Apuntes de Historia de España (kindle y papel). Y algún otro libro más personal, como Glosas para la libertad (kindle y papel), entre otros. |
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A punto de clausurar el año, o de emprender uno nuevo, nos hacemos conscientes del paso del tiempo. Y, merodeando por la Red, leo que “vivimos una sociedad que ensalza la juventud y niega el proceso natural de envejecimiento invitando a disimular sus efectos sobre el aspecto físico y a realizar actividades de ocio que transmitan una imagen juvenil”.
Abundan, en la Red, y en los libros, frases y sentencias sobre la Navidad, casi todas empalagosas y manidas. Se trata de aserciones como la que reza “la Navidad es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón”, atribuida a Washington Irving. Poco que añadir en el universo del lugar común como elemento central de cualquier retórica.
Las hay de distintos tipos. Están las financieras, fuente de muchas zozobras y adversidades y resultado de un tipo de práctica que se ha dado en llamar especulativa. Discurrimos, desde este punto de vista, sobre burbujas como la de los activos tóxicos, que explosionó en 2008, o la de las empresas “punto.com”, pero las hay más antiguas, y entre ellas se suele destacar la de los tulipanes, allá por el siglo XVII, que cumple con todos los requisitos propios del fenómeno.
Especulando sobre la razón de Estado, la ética ciudadana o la moral pública y privada, es fácil que el sujeto pensante se haga un lío. La confusión es afección propia de este rincón del espacio-tiempo que nos ha tocado en suerte, pero hay otros motivos. Entre un piélago de conceptos confusos o aureolares, se va imponiendo la evidencia de que todo, hasta lo más desatinado, se puede amasar o construir desde la nada en la era del simulacro, para darle vida después a la manera de Golem conceptual.
No hay libertad sin liberticidas dispuestos para cercenarla. Al menos, eso parece a la luz del acaecer histórico. No es fácil, en realidad, lograr la suficiente autonomía para ningún individuo; somos animales sociales y no es posible ni sensato plantear una quimera basada en el solipsismo. Pero tiene nuestra especie una parte individual que le aleja de la dimensión puramente zoológica. En ella reside, creo, nuestra propensión a ser libres.
No son amigos de los detalles los colectivistas que ahora acometen gobernarnos, como no lo suelen ser los creyentes religiosos ni, en general, los amantes de la verdad absoluta, independientemente de profesar dogmas laicos o clericales.
Escribió Hannah Arendt que “lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales”. Extractaba así el concepto de banalidad del mal, expresado por la escritora judía en el contexto del juicio al jerarca nazi tras ser capturado en Argentina, allá por 1960, para ser juzgado en Israel.
Nos legó Valle Inclán el esperpento originario al escribir Tirano Banderas. De la Grecia antigua procede el término “tiranía”, precisada por Aristóteles como monarquía en la que se ejercita el poder de modo despótico, aunque fueron, en realidad las tiranías, en el arcaico mundo helénico, un paso intermedio entre la oligarquía y la democracia, entendida esta última con las limitaciones del contexto.
Publicaba El Mundo (27 de octubre de 2023) un reportaje revelando que “tras décadas de fe ciega en la tecnología, los expertos en educación dan marcha atrás y redescubren la importancia del aula, la memorización, la caligrafía y los libros en papel: En los próximos años vamos a asistir a una ola de desdigitalización masiva".
En 1987, publicaba Alain Finkielkraut “La derrota del pensamiento”. Entre otras cosas, aseveraba su autor que los ideales ilustrados, como la razón y el humanismo cosmopolita, parecían esfumarse descollados por la exaltación nacionalista y el etnicismo, en la línea del romanticismo alemán y de su Volkgeist. Quedaba mucho que trillar, pero se apuntaba el inicio de un proceso que desemboca en nuestro presente.
No sería incoherente pensar al vocablo poesía como antónimo de economía. Todos preferimos, en el fondo, la primera, pero la segunda es inasequible al desaliento; nos hace descender, con frecuencia, de la nube blanca y esponjosa de nuestros ensueños o delirios, y resulta ello tan desagradable como despertarse con brusquedad de un sueño dulce.
Carlo María Cipolla, historiador económico italiano, fundó, ya en el pasado siglo, a través de un curioso opúsculo, lo que él mismo denominó las leyes de la estupidez humana. Considerando que el porcentaje de estúpidos es constante en cualquier grupo humano sin distinción (incluso si tomamos como referencia el de los premios Nobel), enunció las citadas leyes.
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