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Juan Antonio Freije Gayo
Juan Antonio Freije Gayo
Sabemos de nuestra debilidad y nos fascina lo apocalíptico. Se aprovechan de ello para dominarnos y hacernos más obedientes. El miedo es el arma más poderosa

El apagón, como el algodón del anuncio, no engaña. Muestra la languidez de nuestro montaje social que, visto lo visto, parece pender de un hilo. La verdad es que siempre hemos sido quebradizos en lo individual y en lo colectivo; nuestros sistemas sociales, nuestras civilizaciones y culturas, han dependido de inciertos factores naturales o culturales.

Cada vez más, preferimos la seguridad a la libertad, nos volvemos obedientes y sumisos

¿Optarían los más jóvenes por disfrutar de una buena vida en lo material a cambio de una reducción en la calidad de la democracia? Eso parece desprenderse de una encuesta emanada de los entresijos del poder, pero se trata, creo yo, de un tanteo engañoso, pues no está reñida una cosa, el nivel de vida, con la otra, es decir, con la democracia.

Está presente, junto con el resentimiento, en las tramas y actitudes de cada día

Resulta manida la pregunta acerca de si el odio mueve al mundo. Tal vez, creo yo, se podría hablar de resentimiento. Este, frente al carácter personal del odio, posee una índole más impersonal o genérica, y aclara con mayor exactitud muchas de las cosas que ocurren.

Descanse en paz, nos queda su obra

Desde siempre, me corroe la envidia cuando leo a Vargas Llosa. No sé si sana o insana (¿existe la envidia sana?), pero envidia, al fin y al cabo. Ha muerto el genio literario en los inicios de esta semana santa. Eso no se lo envidio, aunque es ley de vida, pero sí su prosa, a la que es aplicable aquella frase de Paul Valéry que tanto citaba el maestro Umbral: “la sintaxis es una facultad del alma”.

En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

El auténtico kit de supervivencia, el que nos salva de nosotros mismos, no se guarda en una bolsa ni en una caja, y ni siquiera ocupa lugar, pues forma parte del universo del saber, construido a partir de los datos y del conocimiento. Nada que ver, por tanto, con el miedo como mecanismo de control y de construcción social. Se trata de un kit inmaterial y se dirige sobre todo a arrojar luz sobre el pensamiento.

El rechazo a la tecnología y sus secuelas parece estar inscrito en alguna porción de nuestro ADN. No nos gustan los cambios y tendemos a pensarlos, muchas veces, como cosas del diablo, entendido este en sentido amplio. Como ejemplo de ello, en la Inglaterra de fines del siglo XVIII y principios del XIX se desarrolló el movimiento “ludita”, citado en cualquier manual historiográfico.

Descanse en paz el sentido común, ya fenecido o, en todo caso, viviendo los estertores de su agonía. Se trataba, o esa era la coletilla al uso, del menos común de los sentidos, y con su uso disponíamos al menos de una ubicación orientativa para centrar ideas y razonamientos. Tengo la impresión de que inauguramos una nueva realidad que solo conserva ramalazos cada vez más ocasionales del susodicho sentido.

Incapaz para valorar el “reality” geopolítico que nos invade, me inclino por reflexionar acerca de cuestiones más permanentes. Y se me ocurre que no es baladí la cuestión relativa a la oposición entre altruismo y egoísmo. No se trata de una disputa cotidiana ni explícita, pero está ahí, en segundo plano, alimentando, de manera subrepticia y subconsciente, la infraestructura de nuestro pensamiento y condicionando, por ende, el mecanismo de la ideología.

No solo de geopolítica planetaria o continental se nutren nuestras zozobras. En una escala más local, la nuestra de aquí sin ir más lejos, se dan situaciones que pasman y anonadan. Es el caso de la xenofobia en ciernes que atesora un acuerdo político de estos días, relacionado con las competencias en inmigración e impulsado o aceptado desde el Gobierno, mostrando una suerte de encumbramiento del “todo vale” según para quién y dónde.

En el contexto actual de tambores de guerra, desconozco si de este lado se la prefiere o no a la paz. Me viene al recuerdo “Elogio de la locura”, la obra que Erasmo pergeñó a principios del siglo XVI, hace ya más de quinientos años. La traducción textual sería “elogio de la estupidez”, aunque, sea como sea, no es fácil desentrañar las intenciones de su autor al escribirla.

Inventamos a nuestros enemigos cuando procede, que suele ser casi siempre, tal vez porque ideamos asimismo todo lo referido a nuestras vidas. Ocurre ello a escala individual y subjetiva, pero también a escala colectiva, sea en el nivel familiar, grupal, tribal o político.

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