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Jorge Hernández Mollar
Jorge Salvador Hernández Mollar nació en Melilla en 1945. Casado y con tres hijos, se considera ante todo católico, vitalista y optimista, además de respetuoso con las personas y con los derechos humanos. Se licenció en Derecho por la Universidad Complutense Madrid y ha sido funcionario del Cuerpo Superior de la Seguridad Social. Ha desempeñado cargos orgánicos en el Partido Popular y ha sido Senador, Diputado en las Cortes y Diputado en el Parlamento Europeo. |
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La crucifixión era uno de los castigos más brutales que el hombre ha utilizado a lo largo de la historia. Atado o clavado en una cruz de madera, el condenado sufría una terrible agonía física y mental hasta su muerte.
Entre la pandemia coronavírica y el sainete burlesco de la vida política española, la parodia nacional, es lo más parecido al espectáculo diario que nos ofrece esta nueva generación de dirigentes y representantes públicos. Situémonos en un escenario teatral de la antigua Grecia.
El Papa Francisco hizo referencia a estos mártires del siglo XXI: “Que el recuerdo de su sacrificio nos inspire para renovar nuestra confianza en la fuerza de la Cruz y de su mensaje de perdón, reconciliación y resurrección.” El Papa con su presencia física en un lugar sagrado donde el fanatismo religioso ha inflingido tanto dolor, ha querido recordar a toda la Iglesia universal que frente al odio y al daño que causa, solo cabe la confianza en la fuerza de la Cruz, aunque algunos estén empeñados en enterrarla o hacerla infructuosamente desaparecer.
Parece que el coronavirus, en algunos aspectos, se ha convertido en aliado de la avanzada tecnología. Antes de la epidemia, el teletrabajo, por ejemplo, se veía más como una posibilidad de ir modernizando el proceso de producción de una empresa que como una necesidad inmediata.
Sin minusvalorar la gravedad de la epidemia, lo cierto es que la machacante repetición diaria de datos, la descarada manipulación de los mismos (la más flagrante, la de los fallecidos) y el impúdico partidismo propagandístico de portavoces tan desacreditados como Fernando Simón o el propio Ministro Illa han causado más desasosiego que tranquilidad y confianza en la propia gestión del gobierno como hubiera sido su obligación.
La Navidad coincide también con la apertura de un nuevo año. Desde que se instauró nuestro calendario gregoriano y muchos siglos antes también, cada año viene marcado por sucesos que han condicionado la vida de las personas. Los grandes descubrimientos científicos y revolucionarios, las convulsiones políticas, los fastos deportivos y sociales junto a las catástrofes naturales o las guerras y penalidades determinan de una forma u otra la historia de la humanidad.
Miles de ellos también alcanzan nuestras fronteras terrestres de Ceuta y Melilla con Marruecos, dejándose a veces la piel en sus muros de alambres en un espectáculo dantesco y humillante. Lo normal viene siendo que cuando el Estrecho se cierra para los negreros traficantes de seres humanos, los reconducen hacia los cayucos, que reciben la “mercancía” de barcos nodrizas para transportarlos desde las costas africanas hasta la proximidad de las Islas Canarias.
El aislamiento de nuestra nación en el contexto internacional, reforzó aún más el liderazgo del general Franco que rodeado de un gobierno monolítico reconstruyó una España devastada, rota económica y socialmente. El régimen franquista renegó de cualquier tipo de participación política a través del sistema de partidos y formulando la democracia como “orgánica”, instituyó la familia, el municipio y el sindicato como los únicos cauces de representación de la sociedad.
El Estado no puede conceder ningún derecho fundamental al hombre como persona, ya que ésta los posee por su propia naturaleza y solo debe limitarse a reconocérselos o en su caso a protegerle contra quienes quieran privarle del ejercicio de alguno de ellos. Todo lo contrario de lo que este gobierno filocomunista hace cada día desde su ya descarado totalitarismo.
Todas estas leyes han sido fruto de intensos debates, discrepancias e incluso polémicas públicas y han venido impuestas por la mayoría parlamentaria de unos u otros partidos, nunca por un pacto de Estado como hubiera sido lo deseable. La actual Ley Celáa añade a esta nueva imposición ideológica de dirigismo claramente estatalista, unos factores que la hacen aún más alarmante.
Hacía tiempo que no me emocionaba ante una pantalla de cine o televisión, como lo he hecho después de “revivir” con toda intensidad y emoción la trágica y larga historia de los casi 50 años del terrorismo etarra relatada con un rigor y profesionalidad encomiable en la serie “El Desafío: ETA”.
He de reconocer mi perplejidad por lo que se ha vivido estos días en el Congreso de los Diputados a cuenta de la fallida moción de censura de Santiago Abascal y que ha originado una tormenta política de inciertas consecuencias para el espacio electoral que hoy ocupan los tres partidos mayoritarios de la oposición.
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