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César Valdeolmillos
César Valdeolmillos
Por funestas que puedan ser las consecuencias de una ley sancionada por el Parlamento, nadie carga con la responsabilidad, ni a nadie es posible exigirle cuentas

Excúsenme si para expresar gráficamente lo que está ocurriendo en España, acudo a una de las imágenes, que entre los recuerdos de mi niñez, tengo grabadas. El calendario debería mostrarnos la España de la postguerra. Más o menos, mediada la década de los años cuarenta del siglo pasado. La España paupérrima, que tras una conflagración entre hermanos, heredamos millones de españoles.

Hubo un presidente que huyendo de la confrontación, se puso como meta la reconciliación. Ese presidente fue Adolfo Suárez

Si se preguntara a las nuevas generaciones por quiénes hicieron posible la transición a la democracia, en España, ¿cuántas personas darían una respuesta que se aproximase a la realidad? Me temo que muy pocas, y seguramente, algunas de las respuestas que se recibieran, harían que nos sonrojásemos al comprobar el alto grado de confusión y desconocimiento.

El viejo pensamiento paranoico del pensamiento único, es la columna vertebral de la cultura dominante entre las élites que detentan el poder

Occidente se enfrenta en la actualidad a una de las más graves crisis de su historia. Tanto las instancias que detentan el poder, como una buena parte de su sociedad, se están dejando impregnar por un viejo modelo de la concepción del ser humano, y de su existencia sobre el planeta que habita. Un insólito patrón que perturba la propia concepción de sí mismo, e ignora deliberadamente su propia evolución antropológica y cultural en el transcurso de los tiempos.

Nuestro vacío identitario es de tal naturaleza, que solo se puede evaluar constatando la capacidad intelectual de los dirigentes a los que elegimos

En 1900, Joaquín Costa, uno de los grandes intelectuales españoles, en el contexto gubernamental de un proceso regenerador de la sociedad española, consideró que para lograr esa transformación de España, la misma habría de asentarse sobre dos pilares, sin los cuales el proyecto estaría condenado al fracaso: la escuela y la despensa.

Desde que erróneamente aceptamos la falsa realidad de la “globalización”, una buena parte de la sociedad ha convertido el concepto “ecologismo” casi en una religión. Los valedores de esta doctrina, propugnan la defensa de la naturaleza a ultranza, y la preservación del medio ambiente. Pero la naturaleza es una fuerza viva que, en su propia esencia, se alimenta de un instinto que genera su conservación y desarrollo.

Hoy sufrimos la amenaza de los que contemplan una España plurinacional. Pero España no es la suma de sus pueblos. No es la suma de sus 52 provincias, ni sus 17 autonomías. España es mucho más que el deseo de aquellos que quieren destruirla o hacer de ella un puzle irreconocible. España es el resultado de lo que hicieron nuestros padres desde hace 2500 años.

Si un espectáculo hermoso se ha podido presenciar en estos días, ha sido el de la vuelta al colegio de nuestros niños. Bastaba con aproximarse a la puerta de cualquier colegio y contemplar la llegada de nuestros ángeles —sí, nuestros, no del Estado— con sus mochilas a la espalda. Algunas abultaban casi más que sus diminutas figuras, con sus falditas o pantalones cortos, cogidos de la mano de sus padres o abuelos.

Una de las más graves consecuencias de la democracia, es que permite imponer lo que diga una mayoría bajo el sofisma de que es lo mejor, lo cierto, lo verdadero, lo auténtico. Hacer que la voluntad de los más sustituya a la certidumbre; suplantar la sustancia por la entelequia, la evidencia por la irrealidad, la cantidad por la calidad.

Más de 150.000 personas se manifestaron recientemente en la madrileña plaza de Colón contra los indultos que el Gobierno de Pedro Sánchez proyecta conceder a los golpistas del 1-O. Unos delincuentes que no sólo no se han arrepentido de los graves delitos cometidos, sino que han reiterado su intención de volverlo a hacer.

El calendario dice que hoy tengo que acordarme de ti, madre: decirte que te quiero, y hacerte un pequeño presente como prueba de mi cariño.

Harto de la mierda en que se ha convertido la política española, y de la jauría sedienta de dinero, poder y revancha que últimamente se ha apoderado de la misma, me había prometido a mí mismo, el no ocuparme más de ella, pues la sola mención de cualquiera de los hechos y/u omisiones de esta manada de depredadores, elegida por nosotros mismos, me produce náuseas.

Recuerdo aquel memorable discurso pronunciado en el Congreso de los diputados por el entonces

Presidente, Adolfo Suárez, en el que dirigiéndose a todos los españoles, asemejaba la transformación total del país, a la reforma general de una casa. “Sin que dejara de funcionar la luz, ni faltara agua en las cañerías”.

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