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Las entidades financieras se frotan las manos y los bancos centrales suben los tipos, porque se dice que la van a controlar, pero de hecho, con ayuda de los tipos o sin tipos, continúa su avance

Una novela para hacer frente a la inflación

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Se ha venido entendiendo la novela como un género literario, de prosa más o menos abundante, que hace un relato de pura ficción. No obstante, se ha puesto de moda asociarla con lo que llaman historia, en la que el autor, a falta de imaginación, acude a otra novela documentada como historia para rellenar la trama que pretende vender. Algo parecido sucede con la inflación, que camina desbocada y la jerarquía económica dice combatir, por un lado, y la anima, por otro; aunque viene a culpar a las gentes de su incontenible avance. Lo que es sencillamente ficción, propia de esa supuesta novela histórica de actualidad que básicamente juega con la documentación y los datos, tanto en la trama de los remedios para su contención como en el argumento de fondo que la mueve. De lo que se trata es de ocultar la realidad, por eso se hace precisa la colaboración de la novela que se vende al público en general.


La inflación presente por aquí es simplemente un instrumento del capitalismo de clase para que la minoría económica dominante prosiga su escalada. Su objetivo es desmontar el ahorro de las masas, porque supone alejarlas de cualquier intento de control de esa sinarquía económica que dirige el mundo. En definitiva, de lo que se trata es de que los buenos consumistas que han percibido ingresos de cualquier procedencia los entreguen al mercado corregidos y aumentado e incluso, a ser posible, endeudándose con las oficinas visibles del capitalismo, que son las entidades financieras; todo para tenerlos bien sujetos a la dictadura del sistema. Si la inflación siempre ha estado presente, con mayor o menor discreción, la actual no se esconde. Ha llegado al mismo centro neurálgico de la vida de este país que es la alimentación, aunque en perjuicio de las estadísticas oficiales, ya que si era posible disimular el coste de la cesta de la compra media a base de subvencionar por aquí o por allá, ahora hay que subvencionarlo todo o dejarlo a su aire. Salvo ligeros pegotes, han tirado la toalla y solo cabe que intervengan los empresarios acudiendo a la reduflación para pretender aliviar artificialmente el problema.


Hay algo elemental en esto de decir que hay que controlar la inflación porque, pese a las falsas buenas intenciones, simplemente impera el vil negocio. Aunque ahora se entretiene al personal con lo de las energías limpias, de momento alejadas de la realidad, el hecho es que el petróleo sigue siendo el rey y de él depende en gran medida la marcha de la economía mundial. Quiere esto decir que controlando el petróleo, el asunto de devaluar el poder económico de las masas permanece bajo control. Basta manejar a su conveniencia el precio del barril, algo que se puede observar a diario, para que arrastre los precios al alza, y a ello siga el incremento de los precios de la inmensa mayoría de los productos que se ofertan en el mercado Lo curioso es que sí toca bajar, por aquello de la reducción de los costes de producción, los precios se quedan en el nivel anterior alcanzado. Si se pasan de frenada las subidas, se detiene un poco la marcha, e incluso se acude a la marcha atrás para disimular las intenciones de fondo, pero pronto de recuperan para ganar estado y prepararse para la próxima subida. Del proceso quedan las elucubraciones, los datos o simplemente la falacia económica y el resultado es que el que tira la piedra esconde la mano.


Las entidades financieras se frotan las manos y los bancos centrales suben los tipos, porque se dice que la van a controlar, pero de hecho, con ayuda de los tipos o sin tipos, continúa su avance. Lo evidente es que el dinero, cada día que pasa, vale menos y las personas no saben qué hacer con lo que les queda, salvo malgastarlo en lo que sea. Ahí está el negocio del mandante, el capital prospera, de manera que sus manipuladores no tiene competencia. Eso sí, anima a sus peones a proseguir con la novela que, resumiendo el producto literario, se reconduce a decir que luchan para controlar la inflación, mientras a la sombra alguien la acentúa disimuladamente. Esta es en síntesis la operatividad del sistema, puro fariseísmo, para entendernos, que se trata de extender a todos los niveles. La inflación salvaje ha venido para quedarse, con sus respectivas pausas, porque es un instrumento ideal para los fines de dominación humana, sobre la base del poder del dinero en manos de una minoría.

Una novela para hacer frente a la inflación

Las entidades financieras se frotan las manos y los bancos centrales suben los tipos, porque se dice que la van a controlar, pero de hecho, con ayuda de los tipos o sin tipos, continúa su avance
Antonio Lorca Siero
viernes, 15 de marzo de 2024, 09:01 h (CET)

Se ha venido entendiendo la novela como un género literario, de prosa más o menos abundante, que hace un relato de pura ficción. No obstante, se ha puesto de moda asociarla con lo que llaman historia, en la que el autor, a falta de imaginación, acude a otra novela documentada como historia para rellenar la trama que pretende vender. Algo parecido sucede con la inflación, que camina desbocada y la jerarquía económica dice combatir, por un lado, y la anima, por otro; aunque viene a culpar a las gentes de su incontenible avance. Lo que es sencillamente ficción, propia de esa supuesta novela histórica de actualidad que básicamente juega con la documentación y los datos, tanto en la trama de los remedios para su contención como en el argumento de fondo que la mueve. De lo que se trata es de ocultar la realidad, por eso se hace precisa la colaboración de la novela que se vende al público en general.


La inflación presente por aquí es simplemente un instrumento del capitalismo de clase para que la minoría económica dominante prosiga su escalada. Su objetivo es desmontar el ahorro de las masas, porque supone alejarlas de cualquier intento de control de esa sinarquía económica que dirige el mundo. En definitiva, de lo que se trata es de que los buenos consumistas que han percibido ingresos de cualquier procedencia los entreguen al mercado corregidos y aumentado e incluso, a ser posible, endeudándose con las oficinas visibles del capitalismo, que son las entidades financieras; todo para tenerlos bien sujetos a la dictadura del sistema. Si la inflación siempre ha estado presente, con mayor o menor discreción, la actual no se esconde. Ha llegado al mismo centro neurálgico de la vida de este país que es la alimentación, aunque en perjuicio de las estadísticas oficiales, ya que si era posible disimular el coste de la cesta de la compra media a base de subvencionar por aquí o por allá, ahora hay que subvencionarlo todo o dejarlo a su aire. Salvo ligeros pegotes, han tirado la toalla y solo cabe que intervengan los empresarios acudiendo a la reduflación para pretender aliviar artificialmente el problema.


Hay algo elemental en esto de decir que hay que controlar la inflación porque, pese a las falsas buenas intenciones, simplemente impera el vil negocio. Aunque ahora se entretiene al personal con lo de las energías limpias, de momento alejadas de la realidad, el hecho es que el petróleo sigue siendo el rey y de él depende en gran medida la marcha de la economía mundial. Quiere esto decir que controlando el petróleo, el asunto de devaluar el poder económico de las masas permanece bajo control. Basta manejar a su conveniencia el precio del barril, algo que se puede observar a diario, para que arrastre los precios al alza, y a ello siga el incremento de los precios de la inmensa mayoría de los productos que se ofertan en el mercado Lo curioso es que sí toca bajar, por aquello de la reducción de los costes de producción, los precios se quedan en el nivel anterior alcanzado. Si se pasan de frenada las subidas, se detiene un poco la marcha, e incluso se acude a la marcha atrás para disimular las intenciones de fondo, pero pronto de recuperan para ganar estado y prepararse para la próxima subida. Del proceso quedan las elucubraciones, los datos o simplemente la falacia económica y el resultado es que el que tira la piedra esconde la mano.


Las entidades financieras se frotan las manos y los bancos centrales suben los tipos, porque se dice que la van a controlar, pero de hecho, con ayuda de los tipos o sin tipos, continúa su avance. Lo evidente es que el dinero, cada día que pasa, vale menos y las personas no saben qué hacer con lo que les queda, salvo malgastarlo en lo que sea. Ahí está el negocio del mandante, el capital prospera, de manera que sus manipuladores no tiene competencia. Eso sí, anima a sus peones a proseguir con la novela que, resumiendo el producto literario, se reconduce a decir que luchan para controlar la inflación, mientras a la sombra alguien la acentúa disimuladamente. Esta es en síntesis la operatividad del sistema, puro fariseísmo, para entendernos, que se trata de extender a todos los niveles. La inflación salvaje ha venido para quedarse, con sus respectivas pausas, porque es un instrumento ideal para los fines de dominación humana, sobre la base del poder del dinero en manos de una minoría.

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