Comienza uno de los mejores relatos de Jorge Luis Borges con la muerte tras penosa enfermedad de Beatriz Viterbo, mujer fascinante ante la que el narrador de la historia solo puede expresar devoción. Las primeras líneas del texto nos refieren a un cambio en una de las carteleras de anuncios de la Plaza Constitución, que pasa a anunciar una nueva marca de cigarrillos. Este hecho afecta más que cualquier otro a nuestro hombre pues en él ve el primero de una serie infinita de cambios que lentamente irán alejando de Beatriz a un universo que sigue metido en su transcurrir cotidiano.
Reconozco que el fin de semana pasado, rodeado de tanta o más gente que hace cinco años, cuando Beatriz Viterbo aún despertaba en muchos corazones la ilusión de lo factible y su voz sonaba fuerte y clara a través de cada proclama, y parecía cimentar de ilusiones factibles un edificio con demasiadas goteras, este fin de semana digo, vi demasiada ausencia en cada mano que agarraba vacilante su micro para impostar con él dos o tres frases que ya no miraban adelante sino que se limitaban a recordar.
Me encantaría pensar que no es así pero creo que muchos nos quedamos en esa plaza hace cinco años, escuchando a Beatriz. Y este mundo se nos aleja a la misma velocidad que la esperanza.