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Desdeñar las principales cualidades humanas, nos conduce al desvarío

Deflación diabólica

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Es evidente que cuando a pleno sol europeo del siglo XXI surgen brotes racistas escandalosos, cuando buen número de gente se llena hasta las cartolas de tóxicos, los más jóvenes se sienten embravecidos y engullidos a la vez con acosos descontrolados y las variadas algaradas avasallan diversos sectores ante la pasividad comunitaria; si todo esto, no sólo ocurre, sino que predomina, las alarmas debieran sonar con furor ante unos fenómenos bien visibles. Ese clamor saturado de desdichas, cobra prestancia y aturde, por la sospechosa INDOLENCIA de quienes somos a la vez actores, cómplices, sufridores y espectadores de tales desmanes. Los rumbos continúan desquiciados a conciencia, los fiascos no cesan.


De los vetustos tratados conceptuales ni se habla ni se les recuerda; eran otros tiempos. De las sesudas reflexiones deliberativas, tampoco; los ritmos han cambiado, la aceleración nos acerca a la inmediatez en cuanto a las decisiones. Los diferentes sectores se han de adaptar a esta dinámica sin respiro. En esa vorágine, cada grupo empoderado impone sus CÓDIGOS, diabólicos por su desfachatez, algaradas, frivolidad, intolerancias y sectarismo. Al son de sus arbitrariedades crepitan comportamientos racistas y xenófobos, en determinadas comarcas con alardes democráticos. Se confunden los términos en torno a la sexualidad, con notable inestabilidad para el trato de jóvenes y mayores.


De como el sabor de un contrasentido nos mantiene en vilo, brotan sin parar los ejemplos distribuidos al azar por comarcas y pantallas. Están al alcance de quien se preste a observarlos; diría más, los tenemos incrustados en la piel con una serie de trabazones interminables. De cualquier asunto percibimos múltiples señales indiferentes, clarificadoras o confusas, con abundantes versiones; los indicios apuntan a un incremento progresivo y rápido. De donde deducimos la tarea del presente, ser capaces de asimilar esa avalancha DESBORDANTE, cuestiona sin remisión nuestras aptitudes discriminativas. Proliferan de tal manera las sugerencias y posibilidades que se diluye la opción decisiva, no la encontramos.


Circulamos confusos por ambientes fluctuantes, con la intranquilidad en las alforjas. Por necesidad del procedimiento, recogemos el guante de las certeras comprobaciones de la técnica; la inicial percepción de los sentidos dio paso al rigor científico determinante. Representa toda una carrera de obstáculos hasta el establecimiento de ciertos pronunciamientos estables; es una tarea exigente y laboriosa, siempre inacabada, al no estar cerrada a nuevas averiguaciones. La obtención de datos VERIFICADOS refleja una sucesión de conocimientos de inestimable valor, permiten sentir una firmeza como primer paso para continuar explorando; aunque no todo es comprobable y es enorme el panorama no conocido.


Una vez situados en la tesitura vital, cargamos con otra serie de componentes tan inestimables como ambivalentes, eso de presentar dos caras nos acompaña con tenacidad durante las actuaciones. Es bueno no sobrecargarnos y el olvido ejerce esa labor liberadora; sin obviar su capacidad de alejarnos así mismo de cosas importantes. En lo referente a la ciencia, tendemos a dejar de lado el esfuerzo riguroso de sus métodos, cayendo así en la mediocridad. También aparentamos desconocer sus limitaciones, nos reducimos a comprobaciones que nunca serán absolutas. Por esa presunción y la mediocridad, nos anclamos en POSITIVISMOS simplones, que tienden a la necedad y a las imposiciones.


No somos tan íntegros como pudiéramos creernos, ni mucho menos, con la sinceridad de la cual alardeamos. En el punto de partida topamos con la pobre captación de las realidades, que apenas intuimos sin profundizar. A los demás les pasa lo mismo, si bien intentan engañarnos con todas sus artes para el alarde de su sapiencia. A la postre, nadie navega en la sólida barcaza, pero somos obligados a navegar por procelosos mares. Aparte de hacer lo que se pueda, aún sin alardes, uno se siente protagonista y el sentirse paladín de sus propias actuaciones es natural. Un poco más allá sobreviene el error al intentar generalizar esa posición en un activismo RENQUEANTE, poco propenso al intercambio de ideas con franqueza.


Si nos fijamos, importa poco el rango de las observaciones, la complejidad es manifiesta; al menos, eso debiera moderar nuestras ínfulas. Considerados como un componente más del cosmos, ni que decir, las dimensiones son elocuentes. Al centrarnos en las relaciones moleculares, nos damos cuenta de los cortos alcances propios. Y si pretendemos apreciar los rasgos humanos, ni siquiera acertamos a definirlos con una mínima precisión. La incapacidad no invalida la potencialidad de los múltiples elementos. Las auténticas PRESENCIAS de todos ellos, constituyen una rica entidad de por sí. Por lo tanto, si nos cerramos a su reconocimiento, no sólo sabremos menos de ese conjunto, nos disminuiremos como entes humanos.


El asunto es más radical de lo que pudiera parecer, no se trata de malentendidos anecdóticos o de errores pasajeros. La mencionada implantación de códigos arbitrarios al servicio de determinados prebostes. El desbordamiento masivo, en parte natural, pero muy incrementado y malversado por intereses ladinos. La utilización mediocre y aviesa de la ciencia. El activismo irreflexivo manipulado y manipulador. Se implantan como factores agresivos contra el mismo núcleo de la PERSONA; este concepto insustituible no aparece en ninguna parte entre estos movimientos. Convierten a las personas como algo prescindible en aras de la movida. Y sin la persona, la misma comunidad se desintegra.


Si hemos llegado a esto por indolencia, ignorancia, incapacidad o imbecilidad colectiva, será algo pendiente de aclaración; también, si conviene reaccionar a tiempo o sólo permanecer en esa corriente. En todo caso, la renuncia a posicionarnos parece fuera de lugar, puesto que estamos aquí y ahora; la abdicación de la propia responsabilidad no es liberadora, nos arrastra. La primera decisión será la de analizar si esa DEFLACIÓN de cuantos valores rodean a la persona supone una degradación o una simple manifestación evolutiva. No caben dilaciones ante el rumbo de las actuales movidas. Los requerimientos han de optar ante la indiferencia, la sumisión o el planteamiento cívico de lo que representamos como personas.


No es suficiente la grandilocuencia falaz sobre los derechos humanos. Delatar y combatir a los reduccionistas embaucadores, ha de suponer un potente añadido, como la puesta en activo de los VALORES estimados como cruciales; mantenerlos aparcados en ciertos escaparates no es suficiente y los inutiliza. El cinismo de aprovecharse de ellos según las conveniencias es un error demasiado frecuente.


La cerrazón en determinadas posturas fijas, tampoco aporta soluciones. La complejidad existencial es dinámica, surgen conexiones insospechadas por doquier, incluso desde los adentros personales. La calibración propia y de cuanto acontece, nos exige una APERTURA participativa con el bagaje completo; para afinar con la captación de novedades, implicaciones y, sobre todo para evitar dislates en los proyectos.

Deflación diabólica

Desdeñar las principales cualidades humanas, nos conduce al desvarío
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 11 de agosto de 2023, 09:44 h (CET)

Es evidente que cuando a pleno sol europeo del siglo XXI surgen brotes racistas escandalosos, cuando buen número de gente se llena hasta las cartolas de tóxicos, los más jóvenes se sienten embravecidos y engullidos a la vez con acosos descontrolados y las variadas algaradas avasallan diversos sectores ante la pasividad comunitaria; si todo esto, no sólo ocurre, sino que predomina, las alarmas debieran sonar con furor ante unos fenómenos bien visibles. Ese clamor saturado de desdichas, cobra prestancia y aturde, por la sospechosa INDOLENCIA de quienes somos a la vez actores, cómplices, sufridores y espectadores de tales desmanes. Los rumbos continúan desquiciados a conciencia, los fiascos no cesan.


De los vetustos tratados conceptuales ni se habla ni se les recuerda; eran otros tiempos. De las sesudas reflexiones deliberativas, tampoco; los ritmos han cambiado, la aceleración nos acerca a la inmediatez en cuanto a las decisiones. Los diferentes sectores se han de adaptar a esta dinámica sin respiro. En esa vorágine, cada grupo empoderado impone sus CÓDIGOS, diabólicos por su desfachatez, algaradas, frivolidad, intolerancias y sectarismo. Al son de sus arbitrariedades crepitan comportamientos racistas y xenófobos, en determinadas comarcas con alardes democráticos. Se confunden los términos en torno a la sexualidad, con notable inestabilidad para el trato de jóvenes y mayores.


De como el sabor de un contrasentido nos mantiene en vilo, brotan sin parar los ejemplos distribuidos al azar por comarcas y pantallas. Están al alcance de quien se preste a observarlos; diría más, los tenemos incrustados en la piel con una serie de trabazones interminables. De cualquier asunto percibimos múltiples señales indiferentes, clarificadoras o confusas, con abundantes versiones; los indicios apuntan a un incremento progresivo y rápido. De donde deducimos la tarea del presente, ser capaces de asimilar esa avalancha DESBORDANTE, cuestiona sin remisión nuestras aptitudes discriminativas. Proliferan de tal manera las sugerencias y posibilidades que se diluye la opción decisiva, no la encontramos.


Circulamos confusos por ambientes fluctuantes, con la intranquilidad en las alforjas. Por necesidad del procedimiento, recogemos el guante de las certeras comprobaciones de la técnica; la inicial percepción de los sentidos dio paso al rigor científico determinante. Representa toda una carrera de obstáculos hasta el establecimiento de ciertos pronunciamientos estables; es una tarea exigente y laboriosa, siempre inacabada, al no estar cerrada a nuevas averiguaciones. La obtención de datos VERIFICADOS refleja una sucesión de conocimientos de inestimable valor, permiten sentir una firmeza como primer paso para continuar explorando; aunque no todo es comprobable y es enorme el panorama no conocido.


Una vez situados en la tesitura vital, cargamos con otra serie de componentes tan inestimables como ambivalentes, eso de presentar dos caras nos acompaña con tenacidad durante las actuaciones. Es bueno no sobrecargarnos y el olvido ejerce esa labor liberadora; sin obviar su capacidad de alejarnos así mismo de cosas importantes. En lo referente a la ciencia, tendemos a dejar de lado el esfuerzo riguroso de sus métodos, cayendo así en la mediocridad. También aparentamos desconocer sus limitaciones, nos reducimos a comprobaciones que nunca serán absolutas. Por esa presunción y la mediocridad, nos anclamos en POSITIVISMOS simplones, que tienden a la necedad y a las imposiciones.


No somos tan íntegros como pudiéramos creernos, ni mucho menos, con la sinceridad de la cual alardeamos. En el punto de partida topamos con la pobre captación de las realidades, que apenas intuimos sin profundizar. A los demás les pasa lo mismo, si bien intentan engañarnos con todas sus artes para el alarde de su sapiencia. A la postre, nadie navega en la sólida barcaza, pero somos obligados a navegar por procelosos mares. Aparte de hacer lo que se pueda, aún sin alardes, uno se siente protagonista y el sentirse paladín de sus propias actuaciones es natural. Un poco más allá sobreviene el error al intentar generalizar esa posición en un activismo RENQUEANTE, poco propenso al intercambio de ideas con franqueza.


Si nos fijamos, importa poco el rango de las observaciones, la complejidad es manifiesta; al menos, eso debiera moderar nuestras ínfulas. Considerados como un componente más del cosmos, ni que decir, las dimensiones son elocuentes. Al centrarnos en las relaciones moleculares, nos damos cuenta de los cortos alcances propios. Y si pretendemos apreciar los rasgos humanos, ni siquiera acertamos a definirlos con una mínima precisión. La incapacidad no invalida la potencialidad de los múltiples elementos. Las auténticas PRESENCIAS de todos ellos, constituyen una rica entidad de por sí. Por lo tanto, si nos cerramos a su reconocimiento, no sólo sabremos menos de ese conjunto, nos disminuiremos como entes humanos.


El asunto es más radical de lo que pudiera parecer, no se trata de malentendidos anecdóticos o de errores pasajeros. La mencionada implantación de códigos arbitrarios al servicio de determinados prebostes. El desbordamiento masivo, en parte natural, pero muy incrementado y malversado por intereses ladinos. La utilización mediocre y aviesa de la ciencia. El activismo irreflexivo manipulado y manipulador. Se implantan como factores agresivos contra el mismo núcleo de la PERSONA; este concepto insustituible no aparece en ninguna parte entre estos movimientos. Convierten a las personas como algo prescindible en aras de la movida. Y sin la persona, la misma comunidad se desintegra.


Si hemos llegado a esto por indolencia, ignorancia, incapacidad o imbecilidad colectiva, será algo pendiente de aclaración; también, si conviene reaccionar a tiempo o sólo permanecer en esa corriente. En todo caso, la renuncia a posicionarnos parece fuera de lugar, puesto que estamos aquí y ahora; la abdicación de la propia responsabilidad no es liberadora, nos arrastra. La primera decisión será la de analizar si esa DEFLACIÓN de cuantos valores rodean a la persona supone una degradación o una simple manifestación evolutiva. No caben dilaciones ante el rumbo de las actuales movidas. Los requerimientos han de optar ante la indiferencia, la sumisión o el planteamiento cívico de lo que representamos como personas.


No es suficiente la grandilocuencia falaz sobre los derechos humanos. Delatar y combatir a los reduccionistas embaucadores, ha de suponer un potente añadido, como la puesta en activo de los VALORES estimados como cruciales; mantenerlos aparcados en ciertos escaparates no es suficiente y los inutiliza. El cinismo de aprovecharse de ellos según las conveniencias es un error demasiado frecuente.


La cerrazón en determinadas posturas fijas, tampoco aporta soluciones. La complejidad existencial es dinámica, surgen conexiones insospechadas por doquier, incluso desde los adentros personales. La calibración propia y de cuanto acontece, nos exige una APERTURA participativa con el bagaje completo; para afinar con la captación de novedades, implicaciones y, sobre todo para evitar dislates en los proyectos.

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Utilizar al Rey como actor forzado en la escena final de su opereta y ni siquiera anunciar una moción de confianza prueban que este hombre buscaba - sin mucho éxito - provocar a los malos, al enemigo, a los periodistas y tertulianos que forman parte de ese imaginario contubernio fascista que le quiere desalojar del poder.

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