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Palabras y otras cosas: una serie de artículos sobre el lenguaje

​Signos

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Además de una gata llamada Mía, en mi casa viven dos conejas: Nube y Bella. Bella habita la cocina. Cada vez que alguien abre la puerta de la nevera, se acerca corriendo y se alza sobre sus dos patas traseras. Es su modo de pedir que le den hierbecillas frescas, como canónigos o rúcula. De sobra sabe ella que de ahí salen y que ese ruido precede al manjar. Como es lógico, pocas veces ocurre que le caiga la golosina, pero ella intenta que se la den insistentemente, sobre todo cuando llega la hora de la cena humana, que es cuando se le dispensa el capricho.


Está claro que para Bella el sonido de la puerta de la nevera es un signo de que ahí hay comida. Llamamos signo a una realidad material a la que damos un significado que por sí sola no tiene. Así, si acerco mi mano al fuego, la retiro por el riesgo de dañarme. El calor, por sí solo, no significa nada. Es mi mente la que lo interpreta como peligro. Se convierte, pues, en un signo para mí en ese momento. Puedo asegurar que yo, cuando oigo la puerta de la nevera abrirse, no acudo a su base para ponerme sobre mis dos patas (entre otras cosas, porque soy bípedo).


Lo que quiero decir con esto es que cualquier cosa puede ser un signo, pero solo lo es en un momento determinado y para alguien en concreto. El mismo fuego del ejemplo anterior puede pasar inadvertido para otra persona que esté a cierta distancia de él. ¿Qué convierte, pues, algo en signo? Es simple: el significado que le otorgamos. Puede suponerse, por tanto, que estamos continuamente recibiendo estímulos que pueden convertirse en signos. Ahora mismo, al escribir esto, he oído un claxon de un coche a lo lejos. Para mí no ha significado otra cosa que un ejemplo de lo que estoy explicando. Tal vez para otro ha sido una amenaza y para muchos ha sido irrelevante por completo y, por tanto, no se ha vuelto signo de nada.


Del estudio de los signos y de su significado se ocupa la semiótica o semiología. Hay quien la considera una ciencia autónoma y quien la toma como una disciplina de la filosofía. Surge de manera paralela y sin conexión entre sí en dos lugares: Europa y Estados Unidos; en Europa, de la mano del lingüista Ferdinand de Saussure, como semiología, y en Estados Unidos, de la de Charles Sanders Peirce, con el nombre de semiótica, el que se ha impuesto.


Seguramente al lector le suene haber estudiado aquello de indicio, icono y símbolo. Es una clasificación de los tipos de signos que debemos a Peirce. En realidad, la suya es una clasificación mucho más compleja y difícil de entender; esa tríada famosa es solo parte de ella. Repasémosla sintéticamente.


Cuando el signo es un elemento natural al que doto de un significado establecido por la relación de causa-efecto, hablamos de indicio (o índice, más propiamente en la terminología de Peirce). Todos los ejemplos anteriores lo son; percibo un viento helado en mi piel, signo de que hace frío.

El icono, por el contrario, requiere elaboración humana. Se trata de signos que muestran parecido con lo que representan, como los planos de una casa o el mapa de España. Hay en ellos un intento de universalidad. De hecho, en 1936, Otto Neurath y otros crearon el Isotype (International System of Typographic Picture Education), con la intención de difundir un código internacional. Algunas de sus creaciones fueron estas: 


Presentación1


Nos resultan muy familiares, claro. Son pictogramas. Como veremos en posteriores capítulos, están unidos al hombre desde sus primeras manifestaciones artísticas, como las pinturas rupestres de búfalos y cazadores, y desde el origen de la escritura, como demuestran los jeroglíficos egipcios, por ejemplo. Tal vez por ello no nos cuesta apenas esfuerzo desentrañar su significado. Son, aparentemente, intuitivos. Sin embargo, a pesar de su aparente “naturalidad”, hay en ellos codificación. Cualquier bebé es capaz de entender el frío como amenaza y llorar por ello, pero no podría interpretar una imagen de las expuestas.



Más complejo es el caso de los símbolos. Estos sí que hay que aprenderlos. No puedo saber, por ejemplo, qué significa esto si no me lo enseñan:


Presentación2


El símbolo implica una relación arbitraria; es decir, pactada entre quienes lo usan. Hay que conocer el pacto para usarlos y entenderlos. Son símbolos las banderas, los logos de las marcas, los semáforos o, por supuesto, las palabras.


Parece que solo sabemos acceder a la realidad por medio de los signos. Los necesitamos para conceptualizar el mundo que nos rodea. Nada entendemos si no es por su mediación. Desde la mera huida ante el peligro de un ladrido amenazador hasta el reclamo de un refresco bien frío al ver la marca en un cartel, todas nuestras acciones y pensamientos se conectan con la realidad por medio de signos.  Piénselo: ¿qué significado se le ocurre que no sea un signo? Hasta la agradable sensación de quitarse los zapatos al llegar a casa es un signo. Pruebe a explicarla y verá que solo puede hacerlo por medio de palabras o imágenes o gestos o… signos.


Esto plantea otra pregunta que atormenta a los pensadores desde antiguo: ¿a qué llamamos realidad? Dicho de otro modo, ¿qué podemos considerar como real si solo podemos entenderlo por medio de signos? Pensemos en ello.


Camino por la ciudad y un semáforo muestra su muñequito de viandante rojo. Me detengo a la espera del paso seguro. He interpretado la imagen como una orden de detenerme. ¿Qué significa “detenerme”? Es un concepto que, como tal, solo tiene realidad mental, solo existe en mi mente. Lo mismo sucede, en verdad, con cualquier significado. Todos ocurren en mi inteligencia; recuérdese aquel verso de Juan Ramón: “¡intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas!”. Si intento explicar el concepto de detenerme, veo que su explicación requiere de otros signos: “dejar de caminar”, “quedarse quieto”. Igualmente ocurre con los objetos. Defina “manzana”, por ejemplo: fruto carnoso de forma esférica… Bien, entonces, defina “fruto” … Los signos, inevitablemente, remiten a otros signos.


A este interminable proceso de signos que refieren a otros signos lo llama Peirce semiosis ilimitada. La realidad está ahí, mostrándose cercana, pero entre ella y yo media una cadena de signos que refieren a otros hasta el infinito. Como en una pesadilla de espejos borgeana, la realidad se nos escapa siempre de las manos, huye de nosotros como el agua entre las manos.


A mí me parece un concepto, el de la semiosis ilimitada, un tanto angustioso, una suerte de revelación de que vivimos en Matrix. Sin embargo, no deja de ser la muestra clara de que no hay una única realidad, sino tantas como ojos que la miran.

​Signos

Palabras y otras cosas: una serie de artículos sobre el lenguaje
Raúl Galache
miércoles, 5 de julio de 2023, 09:22 h (CET)

Además de una gata llamada Mía, en mi casa viven dos conejas: Nube y Bella. Bella habita la cocina. Cada vez que alguien abre la puerta de la nevera, se acerca corriendo y se alza sobre sus dos patas traseras. Es su modo de pedir que le den hierbecillas frescas, como canónigos o rúcula. De sobra sabe ella que de ahí salen y que ese ruido precede al manjar. Como es lógico, pocas veces ocurre que le caiga la golosina, pero ella intenta que se la den insistentemente, sobre todo cuando llega la hora de la cena humana, que es cuando se le dispensa el capricho.


Está claro que para Bella el sonido de la puerta de la nevera es un signo de que ahí hay comida. Llamamos signo a una realidad material a la que damos un significado que por sí sola no tiene. Así, si acerco mi mano al fuego, la retiro por el riesgo de dañarme. El calor, por sí solo, no significa nada. Es mi mente la que lo interpreta como peligro. Se convierte, pues, en un signo para mí en ese momento. Puedo asegurar que yo, cuando oigo la puerta de la nevera abrirse, no acudo a su base para ponerme sobre mis dos patas (entre otras cosas, porque soy bípedo).


Lo que quiero decir con esto es que cualquier cosa puede ser un signo, pero solo lo es en un momento determinado y para alguien en concreto. El mismo fuego del ejemplo anterior puede pasar inadvertido para otra persona que esté a cierta distancia de él. ¿Qué convierte, pues, algo en signo? Es simple: el significado que le otorgamos. Puede suponerse, por tanto, que estamos continuamente recibiendo estímulos que pueden convertirse en signos. Ahora mismo, al escribir esto, he oído un claxon de un coche a lo lejos. Para mí no ha significado otra cosa que un ejemplo de lo que estoy explicando. Tal vez para otro ha sido una amenaza y para muchos ha sido irrelevante por completo y, por tanto, no se ha vuelto signo de nada.


Del estudio de los signos y de su significado se ocupa la semiótica o semiología. Hay quien la considera una ciencia autónoma y quien la toma como una disciplina de la filosofía. Surge de manera paralela y sin conexión entre sí en dos lugares: Europa y Estados Unidos; en Europa, de la mano del lingüista Ferdinand de Saussure, como semiología, y en Estados Unidos, de la de Charles Sanders Peirce, con el nombre de semiótica, el que se ha impuesto.


Seguramente al lector le suene haber estudiado aquello de indicio, icono y símbolo. Es una clasificación de los tipos de signos que debemos a Peirce. En realidad, la suya es una clasificación mucho más compleja y difícil de entender; esa tríada famosa es solo parte de ella. Repasémosla sintéticamente.


Cuando el signo es un elemento natural al que doto de un significado establecido por la relación de causa-efecto, hablamos de indicio (o índice, más propiamente en la terminología de Peirce). Todos los ejemplos anteriores lo son; percibo un viento helado en mi piel, signo de que hace frío.

El icono, por el contrario, requiere elaboración humana. Se trata de signos que muestran parecido con lo que representan, como los planos de una casa o el mapa de España. Hay en ellos un intento de universalidad. De hecho, en 1936, Otto Neurath y otros crearon el Isotype (International System of Typographic Picture Education), con la intención de difundir un código internacional. Algunas de sus creaciones fueron estas: 


Presentación1


Nos resultan muy familiares, claro. Son pictogramas. Como veremos en posteriores capítulos, están unidos al hombre desde sus primeras manifestaciones artísticas, como las pinturas rupestres de búfalos y cazadores, y desde el origen de la escritura, como demuestran los jeroglíficos egipcios, por ejemplo. Tal vez por ello no nos cuesta apenas esfuerzo desentrañar su significado. Son, aparentemente, intuitivos. Sin embargo, a pesar de su aparente “naturalidad”, hay en ellos codificación. Cualquier bebé es capaz de entender el frío como amenaza y llorar por ello, pero no podría interpretar una imagen de las expuestas.



Más complejo es el caso de los símbolos. Estos sí que hay que aprenderlos. No puedo saber, por ejemplo, qué significa esto si no me lo enseñan:


Presentación2


El símbolo implica una relación arbitraria; es decir, pactada entre quienes lo usan. Hay que conocer el pacto para usarlos y entenderlos. Son símbolos las banderas, los logos de las marcas, los semáforos o, por supuesto, las palabras.


Parece que solo sabemos acceder a la realidad por medio de los signos. Los necesitamos para conceptualizar el mundo que nos rodea. Nada entendemos si no es por su mediación. Desde la mera huida ante el peligro de un ladrido amenazador hasta el reclamo de un refresco bien frío al ver la marca en un cartel, todas nuestras acciones y pensamientos se conectan con la realidad por medio de signos.  Piénselo: ¿qué significado se le ocurre que no sea un signo? Hasta la agradable sensación de quitarse los zapatos al llegar a casa es un signo. Pruebe a explicarla y verá que solo puede hacerlo por medio de palabras o imágenes o gestos o… signos.


Esto plantea otra pregunta que atormenta a los pensadores desde antiguo: ¿a qué llamamos realidad? Dicho de otro modo, ¿qué podemos considerar como real si solo podemos entenderlo por medio de signos? Pensemos en ello.


Camino por la ciudad y un semáforo muestra su muñequito de viandante rojo. Me detengo a la espera del paso seguro. He interpretado la imagen como una orden de detenerme. ¿Qué significa “detenerme”? Es un concepto que, como tal, solo tiene realidad mental, solo existe en mi mente. Lo mismo sucede, en verdad, con cualquier significado. Todos ocurren en mi inteligencia; recuérdese aquel verso de Juan Ramón: “¡intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas!”. Si intento explicar el concepto de detenerme, veo que su explicación requiere de otros signos: “dejar de caminar”, “quedarse quieto”. Igualmente ocurre con los objetos. Defina “manzana”, por ejemplo: fruto carnoso de forma esférica… Bien, entonces, defina “fruto” … Los signos, inevitablemente, remiten a otros signos.


A este interminable proceso de signos que refieren a otros signos lo llama Peirce semiosis ilimitada. La realidad está ahí, mostrándose cercana, pero entre ella y yo media una cadena de signos que refieren a otros hasta el infinito. Como en una pesadilla de espejos borgeana, la realidad se nos escapa siempre de las manos, huye de nosotros como el agua entre las manos.


A mí me parece un concepto, el de la semiosis ilimitada, un tanto angustioso, una suerte de revelación de que vivimos en Matrix. Sin embargo, no deja de ser la muestra clara de que no hay una única realidad, sino tantas como ojos que la miran.

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