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No puedo comprender cómo la sociedad mundial asiste indiferente a las grandes tragedias que se producen a diario en el Mediterráneo

​Indiferencia

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Da la impresión de que los gobiernos ribereños implicados, permanecen indiferentes ante los sucesivos naufragios de barcos repletos de inmigrantes, que dejan una triste estela de ahogados y desaparecidos.

    

El último drama al que, al parecer, hemos asistido imperturbables, ha sido el naufragio de un barco en el mar Jónico cercano a las costas de Grecia. Según he podido conocer a través de la BBC, cerca de 500 migrantes han desaparecido en las aguas de un mar que ha pasado de ser el “Mare Nostrum”, al mar de la muerte.


Lo más fácil para todos es buscar culpables entre los integrantes de la tripulación (fueron los primeros que se quitaron de en medio), los armadores que se encuentran tranquilamente en sus domicilios, las autoridades de los países de origen, que miran hacia otro lado y los países receptores de los emigrantes, que ponen todas las trabas posibles.

    

La realidad es que los culpables somos todos nosotros, la humanidad entera, que se preocupa mucho del cambio climático, de que no violen a las gallinas, que se sacrifiquen los animales en las granjas sin dolor o que nos ocupemos más de las mascotas que de los niños que pasan hambre. Una vez más permanecemos imperturbables ante la muerte de seres humanos que buscan “el paraíso europeo”.

     

¡Hasta cuándo vamos a vivir en un mundo lleno de hipocresía! Se declaran lutos nacionales por un fallecido importante, (cosa que por otro lado está muy bien), pero se deja en un rincón de los noticiarios esta tragedia distante y distinta. Se lucha hasta la saciedad por sacar pecho en las instituciones nacionales, europeas y mundiales autodeclarándonos los más solidarios, listos y progresistas. Mientras, en una gran parte del mundo, la injusticia, el hambre y la guerra hacen buscar a millones de personas la libertad y unas condiciones mínimas de vida en la llegada, como sea, a ese “el dorado” que para ellos se encuentra en el primer mundo.

       

Mi buena noticia de hoy me la transmiten esas buenas gentes del “Cotolengo” malacitano, que dan acogida a los más pobres de los pobres y a los más abandonados por la sociedad. Leo cómo en este año han conseguido –entre otras realidades- que una mujer que andaba por la calle durmiendo por el suelo, consiguiera enderezar sus maltrechos huesos hasta poder dormir en una cama. O cómo Phillip, un inmigrante procedente de Siria, ha conseguido superar un cáncer en el sistema linfático, tras un transplante, y este año ha conseguido su graduación en Bachillerato.

    

Parece muy poco. Pero es mucho. Esto es predicar y dar trigo. Esta es la mejor forma de superar la indiferencia general. Por sus hechos los conoceréis. La gente del Cotolengo no conoce la indiferencia.

​Indiferencia

No puedo comprender cómo la sociedad mundial asiste indiferente a las grandes tragedias que se producen a diario en el Mediterráneo
Manuel Montes Cleries
lunes, 19 de junio de 2023, 10:03 h (CET)

Da la impresión de que los gobiernos ribereños implicados, permanecen indiferentes ante los sucesivos naufragios de barcos repletos de inmigrantes, que dejan una triste estela de ahogados y desaparecidos.

    

El último drama al que, al parecer, hemos asistido imperturbables, ha sido el naufragio de un barco en el mar Jónico cercano a las costas de Grecia. Según he podido conocer a través de la BBC, cerca de 500 migrantes han desaparecido en las aguas de un mar que ha pasado de ser el “Mare Nostrum”, al mar de la muerte.


Lo más fácil para todos es buscar culpables entre los integrantes de la tripulación (fueron los primeros que se quitaron de en medio), los armadores que se encuentran tranquilamente en sus domicilios, las autoridades de los países de origen, que miran hacia otro lado y los países receptores de los emigrantes, que ponen todas las trabas posibles.

    

La realidad es que los culpables somos todos nosotros, la humanidad entera, que se preocupa mucho del cambio climático, de que no violen a las gallinas, que se sacrifiquen los animales en las granjas sin dolor o que nos ocupemos más de las mascotas que de los niños que pasan hambre. Una vez más permanecemos imperturbables ante la muerte de seres humanos que buscan “el paraíso europeo”.

     

¡Hasta cuándo vamos a vivir en un mundo lleno de hipocresía! Se declaran lutos nacionales por un fallecido importante, (cosa que por otro lado está muy bien), pero se deja en un rincón de los noticiarios esta tragedia distante y distinta. Se lucha hasta la saciedad por sacar pecho en las instituciones nacionales, europeas y mundiales autodeclarándonos los más solidarios, listos y progresistas. Mientras, en una gran parte del mundo, la injusticia, el hambre y la guerra hacen buscar a millones de personas la libertad y unas condiciones mínimas de vida en la llegada, como sea, a ese “el dorado” que para ellos se encuentra en el primer mundo.

       

Mi buena noticia de hoy me la transmiten esas buenas gentes del “Cotolengo” malacitano, que dan acogida a los más pobres de los pobres y a los más abandonados por la sociedad. Leo cómo en este año han conseguido –entre otras realidades- que una mujer que andaba por la calle durmiendo por el suelo, consiguiera enderezar sus maltrechos huesos hasta poder dormir en una cama. O cómo Phillip, un inmigrante procedente de Siria, ha conseguido superar un cáncer en el sistema linfático, tras un transplante, y este año ha conseguido su graduación en Bachillerato.

    

Parece muy poco. Pero es mucho. Esto es predicar y dar trigo. Esta es la mejor forma de superar la indiferencia general. Por sus hechos los conoceréis. La gente del Cotolengo no conoce la indiferencia.

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