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Volveremos a las trincheras de la defensa de nuestros derechos fundamentales, ni un paso atrás ante el fascismo que, a cara descubierta, invade las instituciones valencianas

PP y Vox, amor a primera vista

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Este martes y 13 muchos valencianos lo vamos a tener apuntado en rojo sangre en el calendario de nuestra vida como el día en que se consumó el matrimonio entre la derecha extrema, el Partido Popular, y la extrema derecha, los fieles ultras del franquismo del partido con nombre de diccionario. Los valencianos van a pagar el gasto de esta boda por la que el partido heredero del viejo franquista Manuel Fraga ha dado el sí a los defensores a ultranza de una ideología que se aclimata muy bien a aquellas catorce características con las que Umberto Eco en su pequeño libro “Contra el fascismo” definió en 1995 al movimiento fascista. Qué se puede esperar de un partido que, entre otras cosas, es enemigo de las autonomías y de la democracia, sencillamente que vilipendien ambas y las destruyan.


Pocas horas antes de conocerse que el pacto entre el PP y la extrema derecha para formar conjuntamente un gobierno para la Generalitat valenciana se había firmado, desde Madrid Borja Semper todavía andaba mareando la perdiz, cual una novia estrecha ante las exigencias del novio Borja hablaba de “líneas rojas” que su partido, el de la gaviota carroñera, no iba a traspasar en ningún momento. Hace dos días en rueda de prensa el portavoz de campaña del PP y vicesecretario de Cultura y Sociedad admitía que “la condena por maltrato del candidato de Vox en la Comunidad valenciana, Carlos Flores, es una “línea roja”. Pero hoy, martes y 13, desde Feijóo al ascensorista de la sede del PP en la calle Génova han callado ante el hecho consumado del reparto de cargos y sueldos entre Mazón y Carlos Flores, maltratador condenado en su día.


Los negociadores, con Carlos Flores a la cabeza y sin ninguna mujer en el comité de sabios negociadores, tal y como corresponde a un partido machista como el de nombre de diccionario, se han sacado un conejo de la chistera para saltar la línea roja de la que, desde Madrid, hablaba Borja Semper, un truco de prestidigitador que hacía desaparecer a Carlos Flores de la política valenciana para enviarlo a Madrid en las próximas listas electorales del 23-J. Escondemos al “malvado”, saltamos con nocturnidad y alevosía la “línea roja”, porque el rojo no es nuestro color favorito, y aquí, en el País Valencià, paz y allá en los madriles gloria y tranquilidad porque, como mínimo, durante cuatro años van a poder seguir expoliando a los valencianos como antes lo hicieron Rita, Grau, Zaplana, Blasco, Camps, Fabra y tantos y tantos otros aupados al poder, no lo olvidemos, con los votos de los valencianos, votantes que parecen haber olvidado y perdonando el saqueo que, a calzón quitado, durante más de veinte años perpetraron las mesnadas “populares” que tomaron el País Valencià como su cortijo particular con la inestimable ayuda de una parte de la prensa, del empresariado que siempre saca rédito, y, también, de algunos leguleyos que en más de una ocasión miraron hacia otro lado ante los desmanes urbanísticos y los trapicheos económicos en beneficio propio perpetrados por algunos miembros del Partido Popular bajo la égida de Eduardo Zaplana y Francisco Camps.


A partir de hoy están en peligro las señas de identidad de los valencianos, una de las primeras cosas que se ha establecido en los cinco puntos sobre los que derecha extrema y extrema derecha van a establecer su manera de gobernar es “defender y recuperar nuestras señas de identidad”. Ni piensen ustedes que van a defender el idioma y la literatura del País Valencià contra las constantes imposición del castellano, no, ellos no se atreven todavía a nombrar contra quien van, quién es su enemigo exterior, pero ya sabemos de qué pie ha cojeado siempre la iletrada derecha valenciana cuyo complejo de inferioridad cultural le hace buscar un enemigo exterior para realizarse y entretener a sus fieles. Se refieren a su enemigo de siempre Catalunya y nuestro idioma común, porque “ellos” llevan décadas adiestrando a sus fieles agitando el fantasma del catalanismo que nos quiere quitar la paella, la lengua, el Micalet de la Seu y, si me apuran, el “Virgo de Visanteta”. No tardaran en comenzar a atacar a los profesionales de la enseñanza con denuncias si no se ajustan a dar las clases como “ellos”, los fascistas, ordenen y quieran.


Volveremos a las trincheras de la defensa de nuestros derechos fundamentales, ni un paso atrás ante el fascismo que, ahora ya, a cara descubierta invade las instituciones valencianas. Los enemigos del régimen autonómico, aprovechando el “caballo de Troya” del PP han invadido los templos de una democracia en la que no creen para destruirla a poco que nos descuidemos.


Recuerden que el régimen nazi de Hitler también comenzó con una victoria en las urnas. Tal vez lo primero que la nueva alcaldesa haga, para ser consecuente con la ideología de sus socios, sea bautizar la renovada plaza del Ayuntamiento con su antiguo nombre de “plaza del Caudillo” o, todavía mejor, “plaza del 18 de Julio” seguro que a sus socios, los del nombre de diccionario, les encantaría ver rotulada la plaza con el nombre del régimen del que vienen y se sienten orgullosos.

PP y Vox, amor a primera vista

Volveremos a las trincheras de la defensa de nuestros derechos fundamentales, ni un paso atrás ante el fascismo que, a cara descubierta, invade las instituciones valencianas
Rafa Esteve-Casanova
miércoles, 14 de junio de 2023, 09:24 h (CET)

Este martes y 13 muchos valencianos lo vamos a tener apuntado en rojo sangre en el calendario de nuestra vida como el día en que se consumó el matrimonio entre la derecha extrema, el Partido Popular, y la extrema derecha, los fieles ultras del franquismo del partido con nombre de diccionario. Los valencianos van a pagar el gasto de esta boda por la que el partido heredero del viejo franquista Manuel Fraga ha dado el sí a los defensores a ultranza de una ideología que se aclimata muy bien a aquellas catorce características con las que Umberto Eco en su pequeño libro “Contra el fascismo” definió en 1995 al movimiento fascista. Qué se puede esperar de un partido que, entre otras cosas, es enemigo de las autonomías y de la democracia, sencillamente que vilipendien ambas y las destruyan.


Pocas horas antes de conocerse que el pacto entre el PP y la extrema derecha para formar conjuntamente un gobierno para la Generalitat valenciana se había firmado, desde Madrid Borja Semper todavía andaba mareando la perdiz, cual una novia estrecha ante las exigencias del novio Borja hablaba de “líneas rojas” que su partido, el de la gaviota carroñera, no iba a traspasar en ningún momento. Hace dos días en rueda de prensa el portavoz de campaña del PP y vicesecretario de Cultura y Sociedad admitía que “la condena por maltrato del candidato de Vox en la Comunidad valenciana, Carlos Flores, es una “línea roja”. Pero hoy, martes y 13, desde Feijóo al ascensorista de la sede del PP en la calle Génova han callado ante el hecho consumado del reparto de cargos y sueldos entre Mazón y Carlos Flores, maltratador condenado en su día.


Los negociadores, con Carlos Flores a la cabeza y sin ninguna mujer en el comité de sabios negociadores, tal y como corresponde a un partido machista como el de nombre de diccionario, se han sacado un conejo de la chistera para saltar la línea roja de la que, desde Madrid, hablaba Borja Semper, un truco de prestidigitador que hacía desaparecer a Carlos Flores de la política valenciana para enviarlo a Madrid en las próximas listas electorales del 23-J. Escondemos al “malvado”, saltamos con nocturnidad y alevosía la “línea roja”, porque el rojo no es nuestro color favorito, y aquí, en el País Valencià, paz y allá en los madriles gloria y tranquilidad porque, como mínimo, durante cuatro años van a poder seguir expoliando a los valencianos como antes lo hicieron Rita, Grau, Zaplana, Blasco, Camps, Fabra y tantos y tantos otros aupados al poder, no lo olvidemos, con los votos de los valencianos, votantes que parecen haber olvidado y perdonando el saqueo que, a calzón quitado, durante más de veinte años perpetraron las mesnadas “populares” que tomaron el País Valencià como su cortijo particular con la inestimable ayuda de una parte de la prensa, del empresariado que siempre saca rédito, y, también, de algunos leguleyos que en más de una ocasión miraron hacia otro lado ante los desmanes urbanísticos y los trapicheos económicos en beneficio propio perpetrados por algunos miembros del Partido Popular bajo la égida de Eduardo Zaplana y Francisco Camps.


A partir de hoy están en peligro las señas de identidad de los valencianos, una de las primeras cosas que se ha establecido en los cinco puntos sobre los que derecha extrema y extrema derecha van a establecer su manera de gobernar es “defender y recuperar nuestras señas de identidad”. Ni piensen ustedes que van a defender el idioma y la literatura del País Valencià contra las constantes imposición del castellano, no, ellos no se atreven todavía a nombrar contra quien van, quién es su enemigo exterior, pero ya sabemos de qué pie ha cojeado siempre la iletrada derecha valenciana cuyo complejo de inferioridad cultural le hace buscar un enemigo exterior para realizarse y entretener a sus fieles. Se refieren a su enemigo de siempre Catalunya y nuestro idioma común, porque “ellos” llevan décadas adiestrando a sus fieles agitando el fantasma del catalanismo que nos quiere quitar la paella, la lengua, el Micalet de la Seu y, si me apuran, el “Virgo de Visanteta”. No tardaran en comenzar a atacar a los profesionales de la enseñanza con denuncias si no se ajustan a dar las clases como “ellos”, los fascistas, ordenen y quieran.


Volveremos a las trincheras de la defensa de nuestros derechos fundamentales, ni un paso atrás ante el fascismo que, ahora ya, a cara descubierta invade las instituciones valencianas. Los enemigos del régimen autonómico, aprovechando el “caballo de Troya” del PP han invadido los templos de una democracia en la que no creen para destruirla a poco que nos descuidemos.


Recuerden que el régimen nazi de Hitler también comenzó con una victoria en las urnas. Tal vez lo primero que la nueva alcaldesa haga, para ser consecuente con la ideología de sus socios, sea bautizar la renovada plaza del Ayuntamiento con su antiguo nombre de “plaza del Caudillo” o, todavía mejor, “plaza del 18 de Julio” seguro que a sus socios, los del nombre de diccionario, les encantaría ver rotulada la plaza con el nombre del régimen del que vienen y se sienten orgullosos.

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