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Será por la falta de costumbre. Será porque vivimos en la Costa del Sol y nos sentimos un tanto turistas. Será por la tristeza que traen consigo las nubes. Será por lo que sea. Llevamos una semana nublados y estamos hartos de oscuridad.
He dicho que estamos nublados. Lo reafirmo. Los malos recuerdos acuden a nuestras mentes, desaparece el bullicio y la alegría de las calles y sobre todo –por lo menos a mí me pasa-, veo todo negro. Aunque las luces navideñas siguen brillando.
Los pertenecientes al “segmento de plata” nos convertimos un poco en niños. Siempre somos quisquillosos, sentimos celos, nos creemos ninguneados e inútiles, etc. Pero el nublado hace que nuestro espíritu reabra sus heridas ocultas y saque a la luz las manchas que el sol ha tapado. Nos pasa como a las viejas paredes; con la humedad resaltan sus defectos en días como estos. Los mayores asimilamos mal la oscuridad.
Hoy me ha costado mucho trabajo el ponerme a escribir en el ordenador. Me pide el cuerpo silencio, calma y cama. Si tuviera cuarenta años menos, estaría renegando de Guardiola, tomando partido por los franceses o los argentinos, me estaría ciscando en los políticos que se han empeñado en amargarnos más la vida o estaría disfrutando de las múltiples comidas de Navidad, con amigos y compañeros, que se celebran desde primeros de diciembre hasta después de Reyes.
Hace unos días asistí a una de ellas en compañía de cuatro viejos amigos: viejos y amigos. El tema central de nuestra conversación -mientras veíamos la lluvia resbalar por los cristales- fue los diversos achaques de los que “disfrutábamos” y el recuerdo de aquellos que habían pasado a mejor vida. Mi grupo de dominó lleva varias semanas sin poder reunirse por mor de las distintas dolamas que padecemos los integrantes del mismo. Creo que tenemos que limpiar la plata de nuestro segmento con un poco de optimismo. Para eso necesitamos urgentemente que vuelva a asomar el sol sobre nuestras cabezas.
Desgraciadamente hoy me invade la nostalgia y la tristeza. Creo que no debería haber redactado este triste articulillo. Pero de lo que abunda el corazón… habla la boca… o redacta el teclado. La verdad es que estoy fastidiado. Me consuela saber que “siempre que ha llovío… ha escampío”.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
En el pasar de los años, las paredes de las iglesias han sido testigos silenciosos de un fenómeno que trasciende las fronteras del tiempo: el flujo constante de generaciones que acuden a los servicios religiosos en busca de consuelo, reflexión y conexión espiritual.
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