Decía en clave de humor el escritor paraguayo Helio Vera, que la definición de ONG podría establecerse llamándolas grupos de usurpadores que se autodenominan “sociedad civil”, eternos vividores de dinero y embajadas extranjeras, que se instalan en grupos cuyos miembros se eligen a sí mismos y que, con tan débil respaldo popular, reclaman la totalidad de la representación social y por ende, funciones, derechos y privilegios que corresponden a entidades legítimas.
A propósito, recientemente la prensa internacional se ha hecho eco del fenómeno que se da con el aumento de voluntarios para cooperar con ONG de África, pretexto utilizado para en realidad vacacionar en destinos elegidos como si en realidad se tratase también de un negocio turístico.
Para tener una idea de lo que sucede en el Sáhara Occidental basta saber que el 95 por ciento de los alimentos que consumen los refugiados es proveído por estas organizaciones, cuyos manejos desataron un escándalo internacional pocos meses atrás.
Según Moulay Ismail Alaoui, connotado referente del Partido Socialista del Progreso de Marruecos, en su país el dinero del petróleo argelino financia a muchas de las ONG que permanentemente embisten contra Rabbat buscando crear un estado fantoche que les permita una fácil salida atlántica.
Una de los errores que se cometen en algunos países, a veces con la complicidad mediática, es confundir a los activistas de ONG con altruistas militantes de causas humanitarias, cuando en realidad crearlas cuando no existen es un verdadero modus vivendi para ellos.
Las fuentes de financiación desmienten estas versiones, al punto que la han caracterizado por ser el paradigma del post-marxismo rampante. En el caso del Sahara Occidental, el premio Cervantes de literatura Juan Goytisolo ha citado hace ya décadas la opinión de quienes consideraban muy fácil pontificar sobre a quién pertenece un desierto mientras esperaban al maná que venía de Europa.
Las mismas Naciones Unidas tienen alrededor de 44 programas que pueden dar financiación a las Ong. Una organización extranjera por su parte, pertenece generalmente a un solo país, y da recursos a proyectos en otras naciones. Por ejemplo el programa de ayuda estadounidense, USAID.
En este último caso, la disponibilidad de fuentes se ha visto muchas veces relacionada con objetivos políticos. En Latinoamérica han sido documentados varios casos en los cuales esta agencia “humanitaria” en realidad ha financiado grupos que se esforzaban por desestabilizar gobiernos legitimados por las urnas.
Además de USAID, existen entidades privadas internacionales que se dedican a financiar ONG, entre las más importantes la Fundación de Bill y Melinda Gates, la Rockefeller y la Fundación Kellogg’s.
La cuarta fuente podría ser de forma bilateral, por ejemplo con la Unión Europea o el Fondo de Desarrollo de Noruega. Las cantidades de dinero que pueden obtener las Ong varían. En Latinoamérica, puede ser que en algunos casos el gobierno puede establecer que la organización da una parte y el Estado otra, además de fondos extranjeros, lo cual convierte a una ONG en gran negocio si logra nexos políticos.
En el Sahara Occidental, organismos europeos han documentado el escandaloso fraude en el número de refugiados, y la forma en que las donaciones terminan siendo vendidas en mercados de Argelia, o reemplazados por otros de menor calidad para ganar la diferencia.
Si un observador objetivo quisiera conocer la sorprendente longevidad del conflicto en el Sahara Occidental, solo debe hacer un estudio de campo al respecto y conocerá las dos caras de las ONG. Ya lo advirtió James Petras: “Hay que ponera las botas en el barro y matar mosquitos para ser una ONG solidaria”.
En realidad, al decir del mismo autor, se trata simplemente de vulgares empresarios de la pobreza.