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Etiquetas | Pablo Iglesias | Elecciones | Madrid | La tronera
Madrid tiene la oportunidad histórica de borrar a esa impresentable chusma que odia la democracia y teme la voz de las urnas

​Iglesias baja a la arena de Madrid

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Me cuentan de primera mano que no gustó a Pablo Iglesias el acercamiento entre Ciudadanos y el PSOE en Murcia. Entendió que podría convertirse en un reguero de pólvora por las Españas. Lo de Díaz Ayuso, disolviendo la Asamblea, ya fue para Pablo ‘moña’ algo así como lo son las banderillas negras para el inquieto e indómito morlaco. Vislumbraba la desaparición de Podemos y eso era demasiado: primero el País Vasco, después Galicia… ¿Y ahora Madrid? No podía ser así, de ahí que optara por saltar al ruedo dejando la vicepresidencia en la que sólo ha cosechado miles de muertos, fracasos de gestión, fraudes a la ciudadanía, destrozos del escudo social y causas judiciales.

Conociendo los destrozos que ha sufrido la formación de extrema izquierda, con la consiguiente humillación a la Policía y a la Guardia Civil, confío en que no tenga representación en Madrid. Hay que ser muy cafre para depositar el voto en una formación dañina, violenta y proterrorista que, además, se encuentra muy cómoda enmarañando la convivencia, engañando, insultando y aventando odio por doquier. Por eso, Madrid debe ser la tumba definitiva del comunismo, algo que pide a gritos la UE. No por casualidad, condenó al comunismo por sus cien millones de muertos y sus atrocidades en el mundo.

Pablo Iglesias, va a combatir en Madrid intentando sacar a la calle a sus huestes violentas, ejército de okupas y ‘tronchabordillos’, militantes vagueados e incendiarios de la convivencia, la paz y la concordia. La comunidad de Madrid tiene la oportunidad histórica de borrar de su mapa comunitario a esa impresentable chusma que anhela el fin de la democracia y teme la voz de las urnas.

Salvo la habitual torpeza de la izquierda involucionista, la ciudadanía madrileña va a votar libertad frente al comunismo y a su acólito, el socialismo. Y, por si alguien no lo sabe, quiero recordar que tras Díaz Ayuso se parapeta el mejor profesional de la comunicación, capaz de sentar en Moncloa a un burdégano o a un gaznápiro. Alguien a quien los asesores, Redondo y Cuadrado, temen como a un nublado de verano.

Los madrileños supieron en 1808 quién era el enemigo de España, al igual que saben ahora quién es el virus de la convivencia, el coronavirus bolivariano del casoplón, el vago renqueante, la degenerada nueva casta y el mentiroso de tertulia. Plena confianza me da la flamante ‘flautista de Hamelín’, Isabel Díaz Ayuso, que sabrá dónde y cómo desplazar a las ratas. Está muy equivocado Pablo Iglesias si piensa que el mejor fuego es el que se enciende más rápidamente. Al tiempo.

Sospecho que Iglesias no dejará el escaño del Congreso de los Diputados para poder seguir con la tendenciosa manipulación y las prebendas de la casta roja. Sabe que su fin político está a la vuelta de la esquina y que ese día será el rechinar de dientes del arcaico comunismo. Ni siquiera los represivos y jóvenes ‘Ahumadas’ protegerán su valla y la ciudadanía podrá pasear tranquilamente por esa calle; la misma que ahora es ocasionalmente privada y, para muchos galapagueños, senda maldita.


¿Hay que elegir entre populismo y chavismo o democracia y libertad? Pues sí, así es. La extrema izquierda no cree en la democracia ni en el sector público; no hay más que mirar sus algarabías frente al Hospital Enfermera Isabel Zendal y la fabricación de pruebas falsas. En este momento, Pablo Iglesias está más ‘quemao’ que las sardinas del infierno. Madrid lo pondrá en su sitio y en primer tiempo de saludo; máxime, tras sus declaraciones de odio contra esa Comunidad y los lugareños.

Pedro Sánchez tiene un ultimátum para romper con el comunismo en su Gobierno. La Unión Europea congelará las ayudas económicas a España hasta ver que cumple con su compromiso; de ahí que Pablo haya anunciado su marcha con una simple llamada a Sánchez, antes de que regresara el presidente con la orden europea de cortar por lo sano. Lo sabía, de ahí su reacción y la convulsión que ha creado en el Gobierno, chulería incluida.

¿Chulería? Pues sí, porque cree que lo va a resolver “nombrando” a sus sustitutas: ni Belarra ni la ministra de Trabajo han dado la talla. Son ‘pájaras’ de mal agüero que nadie quiere cerca: al menos así lo han manifestado las ministras del PSOE en más de una ocasión. El escándalo del SEPE, el nuevo millón de parados, el fracaso del IMV y la advertencia obrera tras los meneos a su coche oficial hablan en contra de la sindicalista gallega. En el caso de la navarra, Belarra, tiene en contra su amorfa gestión y el continuado papel de ‘azafata’ de Pablo, con lo que genera plena desconfianza y encendida desilusión. Sépase, además, que es Sánchez quien hace los nombramientos, nunca el ‘marqués’ de la moña.

Por cierto, antes de que se cabree la adulterada y sectaria siniestra, “moña” no lo escribimos como insulto ni de forma despectiva. En el s. XIX, los toreros dejaban crecer la coleta que trenzaban en un moño, llamado moña. También era un peinado habitual de algunas mujeres mayores de la segunda mitad del siglo XX.

​Iglesias baja a la arena de Madrid

Madrid tiene la oportunidad histórica de borrar a esa impresentable chusma que odia la democracia y teme la voz de las urnas
Jesús  Salamanca
viernes, 19 de marzo de 2021, 12:22 h (CET)

Me cuentan de primera mano que no gustó a Pablo Iglesias el acercamiento entre Ciudadanos y el PSOE en Murcia. Entendió que podría convertirse en un reguero de pólvora por las Españas. Lo de Díaz Ayuso, disolviendo la Asamblea, ya fue para Pablo ‘moña’ algo así como lo son las banderillas negras para el inquieto e indómito morlaco. Vislumbraba la desaparición de Podemos y eso era demasiado: primero el País Vasco, después Galicia… ¿Y ahora Madrid? No podía ser así, de ahí que optara por saltar al ruedo dejando la vicepresidencia en la que sólo ha cosechado miles de muertos, fracasos de gestión, fraudes a la ciudadanía, destrozos del escudo social y causas judiciales.

Conociendo los destrozos que ha sufrido la formación de extrema izquierda, con la consiguiente humillación a la Policía y a la Guardia Civil, confío en que no tenga representación en Madrid. Hay que ser muy cafre para depositar el voto en una formación dañina, violenta y proterrorista que, además, se encuentra muy cómoda enmarañando la convivencia, engañando, insultando y aventando odio por doquier. Por eso, Madrid debe ser la tumba definitiva del comunismo, algo que pide a gritos la UE. No por casualidad, condenó al comunismo por sus cien millones de muertos y sus atrocidades en el mundo.

Pablo Iglesias, va a combatir en Madrid intentando sacar a la calle a sus huestes violentas, ejército de okupas y ‘tronchabordillos’, militantes vagueados e incendiarios de la convivencia, la paz y la concordia. La comunidad de Madrid tiene la oportunidad histórica de borrar de su mapa comunitario a esa impresentable chusma que anhela el fin de la democracia y teme la voz de las urnas.

Salvo la habitual torpeza de la izquierda involucionista, la ciudadanía madrileña va a votar libertad frente al comunismo y a su acólito, el socialismo. Y, por si alguien no lo sabe, quiero recordar que tras Díaz Ayuso se parapeta el mejor profesional de la comunicación, capaz de sentar en Moncloa a un burdégano o a un gaznápiro. Alguien a quien los asesores, Redondo y Cuadrado, temen como a un nublado de verano.

Los madrileños supieron en 1808 quién era el enemigo de España, al igual que saben ahora quién es el virus de la convivencia, el coronavirus bolivariano del casoplón, el vago renqueante, la degenerada nueva casta y el mentiroso de tertulia. Plena confianza me da la flamante ‘flautista de Hamelín’, Isabel Díaz Ayuso, que sabrá dónde y cómo desplazar a las ratas. Está muy equivocado Pablo Iglesias si piensa que el mejor fuego es el que se enciende más rápidamente. Al tiempo.

Sospecho que Iglesias no dejará el escaño del Congreso de los Diputados para poder seguir con la tendenciosa manipulación y las prebendas de la casta roja. Sabe que su fin político está a la vuelta de la esquina y que ese día será el rechinar de dientes del arcaico comunismo. Ni siquiera los represivos y jóvenes ‘Ahumadas’ protegerán su valla y la ciudadanía podrá pasear tranquilamente por esa calle; la misma que ahora es ocasionalmente privada y, para muchos galapagueños, senda maldita.


¿Hay que elegir entre populismo y chavismo o democracia y libertad? Pues sí, así es. La extrema izquierda no cree en la democracia ni en el sector público; no hay más que mirar sus algarabías frente al Hospital Enfermera Isabel Zendal y la fabricación de pruebas falsas. En este momento, Pablo Iglesias está más ‘quemao’ que las sardinas del infierno. Madrid lo pondrá en su sitio y en primer tiempo de saludo; máxime, tras sus declaraciones de odio contra esa Comunidad y los lugareños.

Pedro Sánchez tiene un ultimátum para romper con el comunismo en su Gobierno. La Unión Europea congelará las ayudas económicas a España hasta ver que cumple con su compromiso; de ahí que Pablo haya anunciado su marcha con una simple llamada a Sánchez, antes de que regresara el presidente con la orden europea de cortar por lo sano. Lo sabía, de ahí su reacción y la convulsión que ha creado en el Gobierno, chulería incluida.

¿Chulería? Pues sí, porque cree que lo va a resolver “nombrando” a sus sustitutas: ni Belarra ni la ministra de Trabajo han dado la talla. Son ‘pájaras’ de mal agüero que nadie quiere cerca: al menos así lo han manifestado las ministras del PSOE en más de una ocasión. El escándalo del SEPE, el nuevo millón de parados, el fracaso del IMV y la advertencia obrera tras los meneos a su coche oficial hablan en contra de la sindicalista gallega. En el caso de la navarra, Belarra, tiene en contra su amorfa gestión y el continuado papel de ‘azafata’ de Pablo, con lo que genera plena desconfianza y encendida desilusión. Sépase, además, que es Sánchez quien hace los nombramientos, nunca el ‘marqués’ de la moña.

Por cierto, antes de que se cabree la adulterada y sectaria siniestra, “moña” no lo escribimos como insulto ni de forma despectiva. En el s. XIX, los toreros dejaban crecer la coleta que trenzaban en un moño, llamado moña. También era un peinado habitual de algunas mujeres mayores de la segunda mitad del siglo XX.

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