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Opinión
Etiquetas | Opus Dei
San Josemaría decía que en la familia del Opus Dei, al no haber madre, él era a la vez padre y madre. Mal empezamos

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXVI)

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Hoy vamos a tratar de la autodenominada "vida de familia" en el Opus Dei, que es lo que en todas partes se llama vida de comunidad cuando una serie de señores, todos varones o todas mujeres, viven juntos o juntas respectivamente.

Recuerdo al turuta de la base aérea de Armilla de cuando yo hice la primera parte del servicio militar, que me decía que donde mejor vive un hombre es entre hombres, lo cual puede tener muchos significados, según se quiera, pero ninguno, salvo en el Opus Dei, es equivalente a "vida de familia".


Yo, desde bastante tiempo antes de irme del Opus Dei, me di cuenta de que el rollo de la vida de familia era un cuento insostenible, y abiertamente, incluso a los directores, les comenté en alguna vez que no pasaba nada por no ser familia y asumir que se es una prelatura. Cada cosa es lo que es, y no hay por qué entender que el Opus Dei es una familia cuando realmente es una prelatura.


La familia, según la Gaudium et Spes es una "comunidad de vida y amor" formada por el matrimonio y los hijos, y en un sentido más amplio, los abuelos, primos, nietos, cuñados, nueras, yernos, etc. Pero una comunidad cuyo vínculo es la pertenencia a una institución religiosa, no es una familia. Otra cosa es en ella haya un "ambiente familiar", como lo puede haber en un club de fútbol, en una sociedad de cazadores o en una comunidad de vecinos; e incluso en la autodenominada "gran familia militar". Todo el mundo sabe que la "gran familia militar" no es familia, sino una comunidad de personas en donde reina un ambiente familiar, pero no más.


San Josemaría decía que en la familia del Opus Dei, al no haber madre, él era a la vez padre y madre. Mal empezamos.

En una familia reina la confianza, cosa que en el Opus Dei no existe, pues lo que reina es la frialdad y el miedo más o menos explícito a la llamada "corrección fraterna", que de corrección fraterna evangélica no tiene nada, pues al no ser privada y hacer partícipe de ella a los directores del Opus Dei, pasa ya a ser una delación ante la institución y convertirse en medio de control por el que todos controlan a todos, y cuya consecuencia es que la espontaneidad brilla por su ausencia.


Sobre la corrección fraterna escribí no hace mucho un artículo, al cual me remito para no repetirme. El enlace es este: http://www.surdecordoba.com/opiniones/antonio-moya-somolinos/las-obras-misericordia-8-corregir-al-que-yerra

El Opus Dei se ha quedado con los detalles superficiales que se observan en una familia cualquiera, pero que no son la esencia de esta, porque lo esencial de la familia es, lo diré en mayúsculas, COMPARTIR LA VIDA. En el estudio sobre el verdadero rostro del Opus Dei que cité ayer, pone el dedo en la llaga en el sentido de que en el Opus Dei no hay amistad ni intimidad entre los miembros. Esto es lo que impide radicalmente que se comparta la vida y el amor, que es la esencia de la familia.


El resultado es que "la familia del Opus Dei" es un verdadero engendro en el que superficialmente se han copiado aspectos externos desconexos que tienen sentido cuando se es familia, pero resultan hipócritas y repugnantes cuando están vacíos de sentido.


San Josemaría dejó miles de criterios, reglas y normas que, según él, configurarían la vida de familia de la institución. No me voy a referir a todos ellos sino solo a algunos como botones de muestra.


Para empezar, cualquier familia se caracteriza por ser centrípeta, mientras que el Opus Dei se caracteriza por ser centrífugo, excluyente, empezando por la propia familia de los numerarios, a cuyas familias se les entiende como "la familia de sangre", de la que hay que tener precauciones "para no apegarse a ella", pues ello nos separaría de Dios. En los centros de numerarios está prohibido incluso que los numerarios tengan en su habitación algún pequeño retrato de sus padres en un marco de mesa.


Yo, desde hace ya bastantes años, mucho antes de irme del Opus Dei, decidí apegarme lo más posible a mi familia, a mis padres, a mi hermano, a mis sobrinos, porque vi claramente que eso me llevaba a Dios y porque sostener lo contrario era una solemne gilipollez propia de mentes enfermas y maniáticas.


Ahora, al haber formado una familia, mi mujer y yo nos queremos con locura, compartimos la vida y el amor; y sus hijos, aunque no son naturalmente míos, cada vez son más míos, sin que eso haya hecho disminuir, sino todo lo contrario, el amor a su padre, ya difunto, el primer marido de mi mujer. Esto es así porque la familia es incluyente, integrante, justo todo lo contrario que pasa en el Opus Dei.


Si esto pasa con los hijos, no digamos con los nietos. Algunos de los nietos de mi mujer tenían uno o dos años cuando murió su abuelo, por lo que realmente no le han llegado a conocer, y a mí me han llamado "abuelo" desde el primer momento y con toda naturalidad. Esto es la familia: integrar, amar, acoger, incluir, sin establecer incompatibilidades.

Otra de las características de la familia es la hospitalidad. Si hay algo que me ilusionó cuando, a pesar de ser todavía del Opus Dei, pasé a vivir yo solo en vez de vivir en el centro donde viví hasta ese momento, fue la posibilidad de invitar a comer, a cenar, a dormir a mi casa a todo el que tuviera un lugar en mi corazón; a tener mi casa abierta a todos mis amigos, y a tener tertulias con ellos hasta altas horas de la madrugada, hasta cuando ellos quisieran irse a sus casas.

Esto, ya de casados, lo estamos practicando mi mujer y yo, porque ella tiene el mismo sentir.


En el Opus Dei, sin embargo, una vez hasta me prohibieron organizar una merienda en el centro para unos amigos y amigas de un grupo parroquial de estudio de la biblia en el que estaba y sigo metido. Jamás en 42 años he podido invitar a ni un solo amigo a comer en mi centro, mientras fui del Opus Dei. Sin embargo, ahora, mis amigos están en mi casa como en la suya. Incluso alguno ni siquiera avisa cuando viene a charlar un rato con mi mujer y yo a casa mientras se toma una cerveza.


Las tertulias en el Opus Dei no son familiares, sino que están programadas y regladas: son después de comer y después de cenar, es obligatorio asistir a ellas, pues son "reuniones de familia", y duran entre 20 y 25 minutos cronometrados, levantándose todos al unísono cuando el director la levanta. Vaya, casi a toque de corneta. El problema es que el reloj puede funcionar, pero los asistentes a esas tertulias puede que uno o muchos días no estén muy duchos o no tengan nada que decir a esas horas, sencillamente porque no se les ocurre nada.


La consecuencia de tal anti-naturalidad y anti-espontaneidad se puede advertir: Muchas de ellas son un coñazo insoportable, sobre todo porque los numerarios son cada vez menos cultos y más timoratos ante temas tabú, y lo que podía ser un buen comercio intelectual, no pasa de ser un rollazo en el que todo lo más, se habla de fútbol, como en cualquier taberna.


Las llamadas "cartas de familia" son capítulo aparte. Las inició Álvaro del Portillo en 1978, cuando con motivo de las bodas de oro del Opus Dei tuvo la ocurrencia de empezar a escribir a todos los miembros una carta mensual de cuatro folios los días uno de cada mes.


Con puntualidad kantiana, así se ha hecho durante los 38 años siguientes, encuadernándolas en gruesos volúmenes de pastas duras titulados "Cartas de familia I", "Cartas de familia II", "Cartas de familia III", etc. Como Álvaro del Portillo era ligeramente más inteligente que Javier Echevarría, más o menos aguantó el tirón de la carta mensual del día uno. Sin embargo, Javier Echevarría había meses que se veía claro que no tenía nada que decir y se remitía a dar un repaso a las fiestas del mes o al tiempo litúrgico, que siempre es algo muy socorrido para el predicador que no tiene ideas en la cabeza. Poco antes de irme del centro último donde viví, me tropecé un día con esos tomos de los que he hablado. Estaban nuevos, a pesar de haberse editado hacía bastantes años. Eran tan infumables que ni siquiera los numerarios los leen.


Siempre me pareció una falta de naturalidad esas cartas. En una familia suelen escribirse los miembros de ella cuando es menester, no a golpe de corneta los días uno de cada mes. Esa rutina y esa periodicidad tan frías, claramente han hecho perder frescor a lo que pudo ser y no ha sido un vínculo de unión.


Parece ser que el actual prelado se dio cuenta de eso, y al poco de ser elegido, envió una carta diciendo que iba a dejar de escribir de esa manera, y que lo haría de un modo más espontáneo. Me parece buen criterio, lo mismo que suprimir el saludo protocolario con que todos los miembros, desde 1971, saludaban al prelado: besándole la mano rodilla en tierra. ¿Cómo no se habrán dado cuenta hasta 2017 de que una cosa así es un claro indicativo de que no viven en el mundo?


En el Opus Dei hacen otras cosas raras que ellos entienden que son esenciales en una familia, como acompañar un numerario a otro del centro cuando va al médico o cuando va a comprar ropa. En cuanto a lo primero, lo puedo entender, pues va con la caridad, que hay que practicarla primero con el que está más cerca.


Por cierto, esta costumbre de acompañar por la calle al médico tiene un aire de monja de clausura que quizá estaba en el subconsciente de san Josemaría cuando la estableció, ya que él mismo sostenía que los miembros del Opus Dei "en nada se diferencian, en lo esencial, de los religiosos". Pero eso no es vida de familia, es otra cosa.


En cuanto a lo segundo, ir juntitos a comprar trapitos, desde hace bastantes años me negué a seguir esa indicación, porque me parece carente de sentido común, ya que no es lo mismo que yo vaya con mi mujer a comprarme unos pantalones o un niki o que ella vaya con su hija a comprarse un bikini, no es lo mismo, repito, a que vayan dos tíos a comprarse unos calzoncillos o unos pantalones y uno le mire al otro a ver si le favorece o no.


No tengo nada contra los homosexuales; es más, lo he puesto por escrito: soy de los que piensan que probablemente el ser humano no sea solo heterosexual sino también homosexual, y en consecuencia, incluso la moral católica debería revisarse teniendo en cuenta ese dato probable. Pero no estoy dispuesto a que me tomen por homosexual cuando no lo soy, y menos todavía dar lugar a que otros, razonablemente, piensen así a partir de comportamientos míos que no respondan a la verdad de mi vida. No se trata de orgullo gay ni de orgullo no-gay, sino de actuar como uno es, y no llamar "detalles de familia" a actuaciones que no tienen nada que ver con eso.


Tema aparte de la "vida de familia" son las "canciones de Casa", colección de melodías, algunas con una letra extremadamente cursi, de puro ejercicio de polisemia, en las que la humildad colectiva o el proselitismo irrespetuoso con la conciencia individual campan a sus anchas.


Algunas están bien porque ayudan a rezar, pero otras son infumables y ñoñas. Por supuesto, siguiendo ese modo de actuar del Opus Dei, todas las que se recogen en el correspondiente librillo verde de canciones de Casa, han recibido la aprobación reglamentaria como canciones de Casa por parte del consejo general del Opus Dei. El que quiera ver ese librillo, puede verlo y descargarlo de Internet (http://www.opus-info.org/images/7/70/Canciones.pdf ). Parece ser que se les olvidó incluirlo a los del pleito entre las 46 publicaciones que tenían "derechos de autor".


De vez en cuando, en los centros de numerarios, el director dice que todo el mundo a cantar canciones de Casa. Y todo el mundo a cantar canciones de Casa a toque de corneta. Esto sí que es espontaneidad.

Otra cuestión relacionada con la "vida de familia" es que la toman para lo que les conviene, y para lo que no les conviene, la ignoran. Pongo un ejemplo.


Todo el mundo recordará el caso del sacerdote español del Vaticano Lucio Ángel Vallejo Balda, implicado en un escándalo de dinero y de faldas que causó revuelo en el 2015. Con tal motivo, tanto la oficina de información del Opus Dei de Roma como la propia página web de la prelatura, en cuanto estalló el escándalo, se apresuraron a marcar distancias, y sin mentir, dejaron claro que este sacerdote no estaba incardinado en la prelatura y poco menos que no tenía nada que ver con ella ( https://opusdei.org/es-es/article/arresto-de-mons-vallejo-balda-comunicado-de-la-oficina-de-informacion-del-opus-dei/ ), ( https://www.abc.es/sociedad/abci-vallejo-balda-economo-astorga-contable-vaticano-201607071845_noticia.html ).


Este modo de actuar es de un cinismo verdaderamente cruel, pues Lucio Vallejo Balda ERA DEL OPUS DEI. No se si lo seguirá siendo ahora, pero cuando estalló ese escándalo, lo era. Es verdad que no era sacerdote incardinado en el clero de la prelatura sino en la diócesis de Astorga, pero era miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que es el modo de pertenecer al Opus Dei de los sacerdotes diocesanos, sin dejar de estar incardinados en sus respectivas diócesis. El que no lo tenga claro, que lea los Estatutos del Opus Dei publicados en su propia web, como ya hemos dicho más atrás.


El Opus Dei siempre ha considerado y considera a estos sacerdotes como del Opus Dei. Incluso en el boletín semestral de la prelatura Romana, al informar de los miembros fallecidos en el último semestre, les incluye a ellos. San Josemaría les solía decir: "vosotros sois tan del Opus Dei como yo".


Por tanto, fue un repugnante cinismo que, ante una miseria de un miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, o sea, del Opus Dei en sentido amplio, los responsables de la prelatura mirasen para otro lado tratándolo como un leproso e ignorándolo, en vez de acogerle como un hermano que ha fallado, como podemos fallar todos. Eso sí que es poner por delante la institución a las personas, preferir que la institución siga pura y casta en pensamientos, obras y palabras, a que se contamine por un "miserable" que terminó en la cárcel del Vaticano, de la que ha salido hace pocas semanas.


Pongo otro ejemplo de barrer para adentro y que da idea de cómo están las cosas.

Cuando yo era numerario muy joven, el Opus Dei era instituto secular y a los numerarios de las promociones de nuevos sacerdotes numerarios los ordenaba algún obispo o cardenal relevante de la Iglesia. Era una manera de hacer política eclesiástica y cuidar las buenas relaciones con la alta jerarquía. Eso siempre venía bien.

Años después, cuando el prelado fue obispo, era ya él quien ordenaba a los sacerdotes que iban a quedar incardinados en la prelatura. Esto sucedió con Álvaro del Portillo y Javier Echevarría.


Ahora que el prelado vuelve a no ser obispo, han tenido que volver a funcionar las cartas dimisorias para que los nuevos sacerdotes sean ordenados por quien tenga la ordenación episcopal, es decir, la plenitud del sacerdocio, y por ello, la potestad de transmitirlo.


No se si se habrán fijado quien es el obispo que ordenó el pasado mes de marzo a los tres últimos diáconos de la prelatura que en setiembre próximo serán ordenados presbíteros en Torreciudad. Es el arzobispo emérito Klaus Küng. ¿Quien es este señor? Lean este enlace de wikipedia: https://translate.google.es/translate?hl=es&sl=de&u=https://de.wikipedia.org/wiki/Klaus_K%25C3%25BCng&prev=search

Es un numerario. Es más, fue el consiliario del Opus Dei de Austria desde 1976 hasta 1989. Luego fue nombrado obispo, y dejó de pertenecer a la prelatura, pero sigue siendo miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, es decir, sigue siendo del Opus Dei de la manera que un obispo puede ser del Opus Dei, es decir, dependiendo jerárquicamente de modo directo del Papa pero siendo socio de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, intrínsecamente unida al Opus Dei y cuyo presidente general es el prelado del Opus Dei.


Mientras que a Lucio Vallejo Balda lo ignoran, a este, comprometido desde siempre con la organización, le llaman para que ordene sacerdotes.


No tengo suficientes elementos de juicio para decir lo que sigue, y por tanto, lo digo con cautelas, pero me llama la atención que ante una oportunidad como esta de llevar a cabo una buena gestión de política eclesiástica, acudan a alguien que está en el equipo y de quien no hay nada que conseguir porque es un incondicional. Pienso si la razón de ello no será porque el Opus Dei atraviesa un momento políticamente difícil ante la jerarquía. ¿Acaso no hay algún cardenal presentable con quien se puedan entablar buenas relaciones? ¿O es acaso que los tiempos están de tal modo que no es conveniente significarse por ningún lado y optar por una postura ecléctica? ¿A lo mejor es que están empezando a leer los ejercicios espirituales de San Ignacio y a seguir ese consejo de discernimiento según el cual en época de tempestades, mejor no hacer mudanza? Antonio Moya Somolinos. 

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXVI)

San Josemaría decía que en la familia del Opus Dei, al no haber madre, él era a la vez padre y madre. Mal empezamos
Antonio Moya Somolinos
sábado, 14 de julio de 2018, 07:53 h (CET)

Hoy vamos a tratar de la autodenominada "vida de familia" en el Opus Dei, que es lo que en todas partes se llama vida de comunidad cuando una serie de señores, todos varones o todas mujeres, viven juntos o juntas respectivamente.

Recuerdo al turuta de la base aérea de Armilla de cuando yo hice la primera parte del servicio militar, que me decía que donde mejor vive un hombre es entre hombres, lo cual puede tener muchos significados, según se quiera, pero ninguno, salvo en el Opus Dei, es equivalente a "vida de familia".


Yo, desde bastante tiempo antes de irme del Opus Dei, me di cuenta de que el rollo de la vida de familia era un cuento insostenible, y abiertamente, incluso a los directores, les comenté en alguna vez que no pasaba nada por no ser familia y asumir que se es una prelatura. Cada cosa es lo que es, y no hay por qué entender que el Opus Dei es una familia cuando realmente es una prelatura.


La familia, según la Gaudium et Spes es una "comunidad de vida y amor" formada por el matrimonio y los hijos, y en un sentido más amplio, los abuelos, primos, nietos, cuñados, nueras, yernos, etc. Pero una comunidad cuyo vínculo es la pertenencia a una institución religiosa, no es una familia. Otra cosa es en ella haya un "ambiente familiar", como lo puede haber en un club de fútbol, en una sociedad de cazadores o en una comunidad de vecinos; e incluso en la autodenominada "gran familia militar". Todo el mundo sabe que la "gran familia militar" no es familia, sino una comunidad de personas en donde reina un ambiente familiar, pero no más.


San Josemaría decía que en la familia del Opus Dei, al no haber madre, él era a la vez padre y madre. Mal empezamos.

En una familia reina la confianza, cosa que en el Opus Dei no existe, pues lo que reina es la frialdad y el miedo más o menos explícito a la llamada "corrección fraterna", que de corrección fraterna evangélica no tiene nada, pues al no ser privada y hacer partícipe de ella a los directores del Opus Dei, pasa ya a ser una delación ante la institución y convertirse en medio de control por el que todos controlan a todos, y cuya consecuencia es que la espontaneidad brilla por su ausencia.


Sobre la corrección fraterna escribí no hace mucho un artículo, al cual me remito para no repetirme. El enlace es este: http://www.surdecordoba.com/opiniones/antonio-moya-somolinos/las-obras-misericordia-8-corregir-al-que-yerra

El Opus Dei se ha quedado con los detalles superficiales que se observan en una familia cualquiera, pero que no son la esencia de esta, porque lo esencial de la familia es, lo diré en mayúsculas, COMPARTIR LA VIDA. En el estudio sobre el verdadero rostro del Opus Dei que cité ayer, pone el dedo en la llaga en el sentido de que en el Opus Dei no hay amistad ni intimidad entre los miembros. Esto es lo que impide radicalmente que se comparta la vida y el amor, que es la esencia de la familia.


El resultado es que "la familia del Opus Dei" es un verdadero engendro en el que superficialmente se han copiado aspectos externos desconexos que tienen sentido cuando se es familia, pero resultan hipócritas y repugnantes cuando están vacíos de sentido.


San Josemaría dejó miles de criterios, reglas y normas que, según él, configurarían la vida de familia de la institución. No me voy a referir a todos ellos sino solo a algunos como botones de muestra.


Para empezar, cualquier familia se caracteriza por ser centrípeta, mientras que el Opus Dei se caracteriza por ser centrífugo, excluyente, empezando por la propia familia de los numerarios, a cuyas familias se les entiende como "la familia de sangre", de la que hay que tener precauciones "para no apegarse a ella", pues ello nos separaría de Dios. En los centros de numerarios está prohibido incluso que los numerarios tengan en su habitación algún pequeño retrato de sus padres en un marco de mesa.


Yo, desde hace ya bastantes años, mucho antes de irme del Opus Dei, decidí apegarme lo más posible a mi familia, a mis padres, a mi hermano, a mis sobrinos, porque vi claramente que eso me llevaba a Dios y porque sostener lo contrario era una solemne gilipollez propia de mentes enfermas y maniáticas.


Ahora, al haber formado una familia, mi mujer y yo nos queremos con locura, compartimos la vida y el amor; y sus hijos, aunque no son naturalmente míos, cada vez son más míos, sin que eso haya hecho disminuir, sino todo lo contrario, el amor a su padre, ya difunto, el primer marido de mi mujer. Esto es así porque la familia es incluyente, integrante, justo todo lo contrario que pasa en el Opus Dei.


Si esto pasa con los hijos, no digamos con los nietos. Algunos de los nietos de mi mujer tenían uno o dos años cuando murió su abuelo, por lo que realmente no le han llegado a conocer, y a mí me han llamado "abuelo" desde el primer momento y con toda naturalidad. Esto es la familia: integrar, amar, acoger, incluir, sin establecer incompatibilidades.

Otra de las características de la familia es la hospitalidad. Si hay algo que me ilusionó cuando, a pesar de ser todavía del Opus Dei, pasé a vivir yo solo en vez de vivir en el centro donde viví hasta ese momento, fue la posibilidad de invitar a comer, a cenar, a dormir a mi casa a todo el que tuviera un lugar en mi corazón; a tener mi casa abierta a todos mis amigos, y a tener tertulias con ellos hasta altas horas de la madrugada, hasta cuando ellos quisieran irse a sus casas.

Esto, ya de casados, lo estamos practicando mi mujer y yo, porque ella tiene el mismo sentir.


En el Opus Dei, sin embargo, una vez hasta me prohibieron organizar una merienda en el centro para unos amigos y amigas de un grupo parroquial de estudio de la biblia en el que estaba y sigo metido. Jamás en 42 años he podido invitar a ni un solo amigo a comer en mi centro, mientras fui del Opus Dei. Sin embargo, ahora, mis amigos están en mi casa como en la suya. Incluso alguno ni siquiera avisa cuando viene a charlar un rato con mi mujer y yo a casa mientras se toma una cerveza.


Las tertulias en el Opus Dei no son familiares, sino que están programadas y regladas: son después de comer y después de cenar, es obligatorio asistir a ellas, pues son "reuniones de familia", y duran entre 20 y 25 minutos cronometrados, levantándose todos al unísono cuando el director la levanta. Vaya, casi a toque de corneta. El problema es que el reloj puede funcionar, pero los asistentes a esas tertulias puede que uno o muchos días no estén muy duchos o no tengan nada que decir a esas horas, sencillamente porque no se les ocurre nada.


La consecuencia de tal anti-naturalidad y anti-espontaneidad se puede advertir: Muchas de ellas son un coñazo insoportable, sobre todo porque los numerarios son cada vez menos cultos y más timoratos ante temas tabú, y lo que podía ser un buen comercio intelectual, no pasa de ser un rollazo en el que todo lo más, se habla de fútbol, como en cualquier taberna.


Las llamadas "cartas de familia" son capítulo aparte. Las inició Álvaro del Portillo en 1978, cuando con motivo de las bodas de oro del Opus Dei tuvo la ocurrencia de empezar a escribir a todos los miembros una carta mensual de cuatro folios los días uno de cada mes.


Con puntualidad kantiana, así se ha hecho durante los 38 años siguientes, encuadernándolas en gruesos volúmenes de pastas duras titulados "Cartas de familia I", "Cartas de familia II", "Cartas de familia III", etc. Como Álvaro del Portillo era ligeramente más inteligente que Javier Echevarría, más o menos aguantó el tirón de la carta mensual del día uno. Sin embargo, Javier Echevarría había meses que se veía claro que no tenía nada que decir y se remitía a dar un repaso a las fiestas del mes o al tiempo litúrgico, que siempre es algo muy socorrido para el predicador que no tiene ideas en la cabeza. Poco antes de irme del centro último donde viví, me tropecé un día con esos tomos de los que he hablado. Estaban nuevos, a pesar de haberse editado hacía bastantes años. Eran tan infumables que ni siquiera los numerarios los leen.


Siempre me pareció una falta de naturalidad esas cartas. En una familia suelen escribirse los miembros de ella cuando es menester, no a golpe de corneta los días uno de cada mes. Esa rutina y esa periodicidad tan frías, claramente han hecho perder frescor a lo que pudo ser y no ha sido un vínculo de unión.


Parece ser que el actual prelado se dio cuenta de eso, y al poco de ser elegido, envió una carta diciendo que iba a dejar de escribir de esa manera, y que lo haría de un modo más espontáneo. Me parece buen criterio, lo mismo que suprimir el saludo protocolario con que todos los miembros, desde 1971, saludaban al prelado: besándole la mano rodilla en tierra. ¿Cómo no se habrán dado cuenta hasta 2017 de que una cosa así es un claro indicativo de que no viven en el mundo?


En el Opus Dei hacen otras cosas raras que ellos entienden que son esenciales en una familia, como acompañar un numerario a otro del centro cuando va al médico o cuando va a comprar ropa. En cuanto a lo primero, lo puedo entender, pues va con la caridad, que hay que practicarla primero con el que está más cerca.


Por cierto, esta costumbre de acompañar por la calle al médico tiene un aire de monja de clausura que quizá estaba en el subconsciente de san Josemaría cuando la estableció, ya que él mismo sostenía que los miembros del Opus Dei "en nada se diferencian, en lo esencial, de los religiosos". Pero eso no es vida de familia, es otra cosa.


En cuanto a lo segundo, ir juntitos a comprar trapitos, desde hace bastantes años me negué a seguir esa indicación, porque me parece carente de sentido común, ya que no es lo mismo que yo vaya con mi mujer a comprarme unos pantalones o un niki o que ella vaya con su hija a comprarse un bikini, no es lo mismo, repito, a que vayan dos tíos a comprarse unos calzoncillos o unos pantalones y uno le mire al otro a ver si le favorece o no.


No tengo nada contra los homosexuales; es más, lo he puesto por escrito: soy de los que piensan que probablemente el ser humano no sea solo heterosexual sino también homosexual, y en consecuencia, incluso la moral católica debería revisarse teniendo en cuenta ese dato probable. Pero no estoy dispuesto a que me tomen por homosexual cuando no lo soy, y menos todavía dar lugar a que otros, razonablemente, piensen así a partir de comportamientos míos que no respondan a la verdad de mi vida. No se trata de orgullo gay ni de orgullo no-gay, sino de actuar como uno es, y no llamar "detalles de familia" a actuaciones que no tienen nada que ver con eso.


Tema aparte de la "vida de familia" son las "canciones de Casa", colección de melodías, algunas con una letra extremadamente cursi, de puro ejercicio de polisemia, en las que la humildad colectiva o el proselitismo irrespetuoso con la conciencia individual campan a sus anchas.


Algunas están bien porque ayudan a rezar, pero otras son infumables y ñoñas. Por supuesto, siguiendo ese modo de actuar del Opus Dei, todas las que se recogen en el correspondiente librillo verde de canciones de Casa, han recibido la aprobación reglamentaria como canciones de Casa por parte del consejo general del Opus Dei. El que quiera ver ese librillo, puede verlo y descargarlo de Internet (http://www.opus-info.org/images/7/70/Canciones.pdf ). Parece ser que se les olvidó incluirlo a los del pleito entre las 46 publicaciones que tenían "derechos de autor".


De vez en cuando, en los centros de numerarios, el director dice que todo el mundo a cantar canciones de Casa. Y todo el mundo a cantar canciones de Casa a toque de corneta. Esto sí que es espontaneidad.

Otra cuestión relacionada con la "vida de familia" es que la toman para lo que les conviene, y para lo que no les conviene, la ignoran. Pongo un ejemplo.


Todo el mundo recordará el caso del sacerdote español del Vaticano Lucio Ángel Vallejo Balda, implicado en un escándalo de dinero y de faldas que causó revuelo en el 2015. Con tal motivo, tanto la oficina de información del Opus Dei de Roma como la propia página web de la prelatura, en cuanto estalló el escándalo, se apresuraron a marcar distancias, y sin mentir, dejaron claro que este sacerdote no estaba incardinado en la prelatura y poco menos que no tenía nada que ver con ella ( https://opusdei.org/es-es/article/arresto-de-mons-vallejo-balda-comunicado-de-la-oficina-de-informacion-del-opus-dei/ ), ( https://www.abc.es/sociedad/abci-vallejo-balda-economo-astorga-contable-vaticano-201607071845_noticia.html ).


Este modo de actuar es de un cinismo verdaderamente cruel, pues Lucio Vallejo Balda ERA DEL OPUS DEI. No se si lo seguirá siendo ahora, pero cuando estalló ese escándalo, lo era. Es verdad que no era sacerdote incardinado en el clero de la prelatura sino en la diócesis de Astorga, pero era miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que es el modo de pertenecer al Opus Dei de los sacerdotes diocesanos, sin dejar de estar incardinados en sus respectivas diócesis. El que no lo tenga claro, que lea los Estatutos del Opus Dei publicados en su propia web, como ya hemos dicho más atrás.


El Opus Dei siempre ha considerado y considera a estos sacerdotes como del Opus Dei. Incluso en el boletín semestral de la prelatura Romana, al informar de los miembros fallecidos en el último semestre, les incluye a ellos. San Josemaría les solía decir: "vosotros sois tan del Opus Dei como yo".


Por tanto, fue un repugnante cinismo que, ante una miseria de un miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, o sea, del Opus Dei en sentido amplio, los responsables de la prelatura mirasen para otro lado tratándolo como un leproso e ignorándolo, en vez de acogerle como un hermano que ha fallado, como podemos fallar todos. Eso sí que es poner por delante la institución a las personas, preferir que la institución siga pura y casta en pensamientos, obras y palabras, a que se contamine por un "miserable" que terminó en la cárcel del Vaticano, de la que ha salido hace pocas semanas.


Pongo otro ejemplo de barrer para adentro y que da idea de cómo están las cosas.

Cuando yo era numerario muy joven, el Opus Dei era instituto secular y a los numerarios de las promociones de nuevos sacerdotes numerarios los ordenaba algún obispo o cardenal relevante de la Iglesia. Era una manera de hacer política eclesiástica y cuidar las buenas relaciones con la alta jerarquía. Eso siempre venía bien.

Años después, cuando el prelado fue obispo, era ya él quien ordenaba a los sacerdotes que iban a quedar incardinados en la prelatura. Esto sucedió con Álvaro del Portillo y Javier Echevarría.


Ahora que el prelado vuelve a no ser obispo, han tenido que volver a funcionar las cartas dimisorias para que los nuevos sacerdotes sean ordenados por quien tenga la ordenación episcopal, es decir, la plenitud del sacerdocio, y por ello, la potestad de transmitirlo.


No se si se habrán fijado quien es el obispo que ordenó el pasado mes de marzo a los tres últimos diáconos de la prelatura que en setiembre próximo serán ordenados presbíteros en Torreciudad. Es el arzobispo emérito Klaus Küng. ¿Quien es este señor? Lean este enlace de wikipedia: https://translate.google.es/translate?hl=es&sl=de&u=https://de.wikipedia.org/wiki/Klaus_K%25C3%25BCng&prev=search

Es un numerario. Es más, fue el consiliario del Opus Dei de Austria desde 1976 hasta 1989. Luego fue nombrado obispo, y dejó de pertenecer a la prelatura, pero sigue siendo miembro de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, es decir, sigue siendo del Opus Dei de la manera que un obispo puede ser del Opus Dei, es decir, dependiendo jerárquicamente de modo directo del Papa pero siendo socio de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, intrínsecamente unida al Opus Dei y cuyo presidente general es el prelado del Opus Dei.


Mientras que a Lucio Vallejo Balda lo ignoran, a este, comprometido desde siempre con la organización, le llaman para que ordene sacerdotes.


No tengo suficientes elementos de juicio para decir lo que sigue, y por tanto, lo digo con cautelas, pero me llama la atención que ante una oportunidad como esta de llevar a cabo una buena gestión de política eclesiástica, acudan a alguien que está en el equipo y de quien no hay nada que conseguir porque es un incondicional. Pienso si la razón de ello no será porque el Opus Dei atraviesa un momento políticamente difícil ante la jerarquía. ¿Acaso no hay algún cardenal presentable con quien se puedan entablar buenas relaciones? ¿O es acaso que los tiempos están de tal modo que no es conveniente significarse por ningún lado y optar por una postura ecléctica? ¿A lo mejor es que están empezando a leer los ejercicios espirituales de San Ignacio y a seguir ese consejo de discernimiento según el cual en época de tempestades, mejor no hacer mudanza? Antonio Moya Somolinos. 

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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