MADRID, 17 (OTR/PRESS)Hasta el alcalde Bilbao, Juan Mari Aburto, un buen alcalde, un hombre sincero, sencillo, honesto, en la línea de los grandes alcaldes de Bilbao, como Iñaki Azkuna, se deja llevar a veces por los prejuicios, la ideología y el oportunismo. Ha hecho unas declaraciones absolutamente desafortunadas: "no quiero que Bilbao se convierta en ningún pueblo del sur del Estado, no quiero que en Bilbao no se tenga respeto a la Policía Municipal o a la Ertzaintza". Se refería, como el mismo ha reconocido, a los recientes sucesos de Torrepacheco o de Jumilla y a la manipulación extremista y xenófoba de estos sucesos. Es cierto que no ha tardado en rectificar y decir que "los pueblos del sur como la mayoría de los pueblos son extraordinarios" y que quiere es que "Bilbao sea una ciudad segura y libre". Tarde e insuficiente. Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y con lo que se sugiere porque, en el fondo transmite, o parece transmitir, una conciencia de que los demás son inferiores, una "conciencia nacional" de superioridad" que casi siempre es patrimonio de unos pocos y que casi siempre va en la misma dirección. Muchos políticos vascos y catalanes se han referido a los españoles del sur como seres inferiores, vagos e ignorantes. Odón Elorza, alcalde de San Sebastián y miembro del PNV, como Aburto, le dijo a una diputada de Podemos que "para ser andaluza eres mucho más educada que yo" y para Jordi Pujol, los andaluces eran anárquicos, destruidos, míseros y desarraigados. Refiriéndose a los andaluces, escribió algo que se puede aplicar ahora a los xenófobos y racistas que pisan nuestra tierra y que no quieren inmigrantes: "si por la fuerza numérica llegasen a dominar, sin antes haber superado su propia perplejidad, destruirían Cataluña. Introducirían en ella su propia mentalidad anárquica y paupérrima, es decir, su falta de mentalidad". Muchos vascos y catalanes piensan lo mismos somos una raza superior" y no queremos mezclarnos. La conciencia nacional es un sentimiento compartido de identidad nacional y la comprensión compartida de que un grupo de personas comparte un origen étnico, lingüístico y cultural común. Los españoles, nuestra conciencia nacional es fruto de la invasión y las migraciones de decenas de pueblos, del mestizaje entre razas y culturas diversas y magníficas. Somos una de las razas menos "puras" y deberíamos estar orgullosos de ello porque, seguramente por eso, somos una nación alegre, abierta, acogedora, integradora, solidaria, capaz de adaptarse a las circunstancias más difíciles, de luchar por su libertad y su independencia y de no considerarse menos que nadie. Todos, desde Galicia a Andalucía y desde Cataluña a Extremadura. Y nadie es más que nadie ni ante la ley ni ante nada. La supuesta identidad nacional vasca o catalana es un concepto prefabricado con mentiras y tergiversaciones y casi siempre para defender privilegios. Lo hicieron en el franquismo, donde, entre otras muchas cosas, había que tener siempre ministros catalanes o vascos en el Gobierno y fueros que conservar, y también en la democracia. Unos, tolerando que el cáncer de ETA matara a cientos de inocentes y expulsara de sus tierras a más de doscientos mil vascos, que esa realidad se esconda ahora en las escuelas y en la sociedad vasca o que la metástasis de ETA esté a punto de convertirse en la primera fuerza gracias al odio a lo español y a una educación que ha llevado a los más jóvenes a considerarse, como muchos del PNV, diferentes y superiores. La identidad nacional vasca sería hoy muy diferente si no hubiera existido ETA y sus cómplices silenciosos y si los doscientos mil vascos condenados al exilio pudieran votar allí como lo hacen otros que viven fuera de "su país". En cuanto a Cataluña, no sólo sus políticos han recurrido al chantaje permanente sino que han modificado la historia con mentiras y "olvidos" incalificables, han hecho de la lengua un instrumento de destrucción masiva de lo español y han encanallado todo lo que tiene que ver con España. Hacer que sus ciudadanos olviden su identidad española, hacerles renunciar artificialmente a ella es perder los principios que sustentan la conciencia nacional española: la igualdad, la libertad, el respeto al otro, la solidaridad, la tolerancia, la defensa de los derechos humanos, la capacidad de acogida y ese sentimiento difícil de explicar, que se dio en la transición, de ir todos unidos para conquistar el futuro. Hay que tener mucho cuidado con las palabras que se usan.
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