MADRID, 2 (OTR/PRESS)Los meses de agosto de los últimos años no han necesitado ya que los periódicos se inventen serpientes de verano o monstruos del lago Ness: siempre hay un monstruo, dicho sea con perdón, claro, de carne y hueso, una serpiente pitón con forma humana que se traga todo lo que encuentra a su paso. El monstruo de ahora se llama Donald y no, no es precisamente el pato creado por el animador Dick Lundy en los estudios Disney en 1934. Se apellida, claro, Trump, ha agitado los mercados y lo seguirá haciendo hasta el próximo 7 de agosto, o hasta cuando a él le dé la gana, con sus 'aranceles móviles'. Pero, desde luego, eso no le basta al hombre más poderoso de la tierra en su afán por inquietarnos a todos: este viernes ordenó desplegar dos submarinos nuclares "en territorio adecuado", presumiblemente cerca de Rusia. ¿Qué puede salir mal cuando el mundo está regido por chiflados inmorales e iracundos como él, o como Putin, o como algunos otros que no cito para no hacer demasiado largo este comentario? Los grandes conflictos siempre han venido precedidos por hechos concretos a los que las poblaciones y sus dirigentes prestaron poca atención. Yo pienso que la inseguridad jurídica que Trump ha introducido en un mundo acostumbrado a otras reglas empieza a asemejarse a la inquietud antes de las grandes guerras que asolaron Europa, siempre con Estados Unidos como árbitro, por llamarlo de alguna manera. Y me temo, vista la 'rendición de Von der Leyen ante el déspota de la Casa Blanca, o la sumisión pelotillera del jefe de la OTAN, que los europeos hemos aprendido muy poco desde entonces. Viniendo al terreno nacional, no sé yo si esta calma chicha veraniega, el perfil bajo que el Gobierno trata de imponerse durante tres semanas de relajo, es lo más conveniente frente a unos locos que pretenden, sin lugar al sesteo, repartirse el mundo, vía aranceles o tanques, que a veces viene a ser lo mismo. Necesitamos un Gobierno atento a lo que pasa y puede pasar, vigilante, con ideas, con entusiasmo, con conocimientos. No es el caso: a Sánchez jamás le recibirán en la Casa Blanca. Me consuela poco que otras naciones europeas -lo de los asiáticos es muy otra cosa y quizá deberíamos tomar buena nota-se asemejen a la mía en esta aparente indiferencia no ante lo que nos viene, sino ante los que ya nos ha venido y nos está viniendo. Y me angustia más aún que haya quienes pretendan consolarse motejando a Trump como Taco ('Trump always chickens out', algo así como Trump siempre se acobarda), porque primero amenaza con unos aranceles y luego los rebaja, dice que se quedará con Canadá y pronto olvida semejante insensatez, etcétera. Este encogerse de hombros me parece preocupante. Hace años que vengo siguiendo todo lo de cerca que puedo, no sin cierta alarma, lo que hace o no hace este hombre, que cree haber vuelto a los tiempos imperiales para hacer a América Grande Again. Trump puede que esté loco, pero, desde luego, lo que de ninguna manera es es tonto. Si nos asusta con unos aranceles del 30 por ciento y luego nos los deja en dieciséis, respiramos, pobres europeos, aliviados. Y si amenaza con quedarse con Canadá, con el canal de Panamá, con Groenlandia, y luego parece olvidar tales sueños de grandeza, sonreímos plácidamente: "no es tan malo, al fin; hemos domado a la bestia". La bestia es indomable; en lo ético, en lo estético, en lo particular y en lo general. Y encima va y pretende que le den el premio Nobel de la Paz, para colmo de la mano de alguien como Netanyahu. Nunca entendería que le considerasen siquiera para el galardón: se lo han dado a gente mala, pero no tanto. Claro que tampoco consigo entender que nada menos que setenta y siete millones de personas le hayan votado. Es como adquirir un palco en el abismo. Soy consciente, claro, de que ni él ni sus censores leerán nunca un comentario como este. Si lo hiciesen, tal vez nos vetarían la entrada -lo están haciendo con muchos, eso sí, mucho más importantes que uno-- en ese país al que por turnos aborrecimos y admirábamos, los Estados Unidos. A donde no regresaré hasta que el tipo este, Donald, sea efectivamente un pato, pero cojo, y no pueda enviar submarinos, aranceles y mala educación al resto del planeta. Le sobreviviremos.
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