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MADRID, 23 (OTR/PRESS) La estadía gratis total de Isabel Díaz Ayuso y sus familiares en un chalet de la Comunidad de Madrid sito en el término de Rascafría ha producido, como es lógico, consternación y perplejidad, pero no sólo porque en el estatuto que regula su cargo no se menciona que pueda usar inmuebles de titularidad pública para sus expansiones privadas, sino porque en sus explicaciones tras ser pillada ha comparado lo suyo, para exculparse, con la utilización que el presidente del Gobierno o los ministros pueden hacer de esos espacios, en Lanzarote, en Doñana, en Quintos de Mora, para la que por ley sí están autorizados. Imbuida de su "fake" de que España es Madrid, debe suponer Ayuso que a ella, que no termina de entender que es sólo la presidenta de un gobierno regional, le corresponden idénticos honores y consideraciones que al de la nación. O más, toda vez que éste es, cual asegura, una cuerda de comunistas que quieren destruir España precisamente. Pero, en fin, el caso es que, dejando a un lado sus grotescas aseveraciones de que se llevó la comida en un táper, que cenó una noche en el pueblo pagando de su pecunio y que compró algo en el Covirán, lo cierto es que ese chalet adquirido por la Comunidad hace menos de dos años por cuatro millones trescientos mil euros, bien que incluídas en el precio las hectáreas de bosque anexas, era o sigue siendo un sitio horrible con peces muertos y astas de cérvidos decapitados decorando, es un decir, las paredes. ¿Qué vieron en ese Valpurgis los subordinados de Ayuso que lo compraron para sugerirles que podría ser un espacio adecuadísimo para "la protección y conservación de la Naturaleza", que es para lo que dicen que lo compraron? ¿La profusión de animales muertos por las paredes? ¿Han cambiado esa decoración heredada del anterior propietario o sigue así? Sea como fuere, Ayuso no acaba de asimilar el significado de las casas donde desde el confinamiento mora.
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