MADRID, 14 (OTR/PRESS) Creo que Pedro Sánchez acertaba cuando pensaba -si es que realmente algún día lo pensó- en marcharse. Tirar la toalla. Procurar un relevo en el PSOE y en la izquierda más o menos templada del país. Si realmente sopesó en la balanza irse o quedarse, se equivoca quedándose. El país, que va bien económicamente, que aún mantiene unas estructuras institucionales sólidas, pero ya no tanto; que aún conserva los vestigios de una Constitución que casi nadie se molesta ya en cumplir, con el presidente en primer lugar; este país maravilloso ya no puede soportar más un peso como el que Pedro Sánchez representa. Tiene que dejar ese poder que le obsesiona y por el que está dispuesto a hacer casi cualquier cosa, incluso en detrimento de la patria. Y conste que lo digo con respeto. Sánchez ha hecho cosas buenas por el país, en términos de respetabilidad internacional -al menos en Europa- y de dignidad exterior. Nadie sabe muy bien cómo, pero mantiene los datos macroeconómicos en posiciones envidiables para otra naciones de la UE. Y sigue manteniendo, dicen todas las encuestas, un suelo de más de siete millones de votos, aunque se va desgastando por sus partes más críticas, los jóvenes y las mujeres. Hoy, el votante típico del PSOE es mayor de cuarenta y cinco años, varón y funcionario u ocupado en tareas públicas. En suma, el partido necesita renovación, ilusión, coherencia y una mayor dosis de moralidad. Y de simpatía. Eso es lo que Pedro Sánchez ha restado al PSOE: simpatía y moralidad. El ejercicio de la cosa pública ha de ser impecable en el fondo y en las formas, apartando a cualquiera que no se atenga a unas reglas de conducta escrupulosas con el respeto no solo a la legalidad, sino a los mejores usos y costumbres, a la ética y a la estética, de la actividad política. 'Este' PSOE ha perdido también la simpatía que suscitaba la llegada de alguien como Pedro Sánchez: un Gobierno bonito, aquel de hace siete años. Hoy, obviamente, no lo es. Ha sido un septenio devastador, en el que se han hecho cosas que se anunció que nunca se harían -la coalición con Podemos, los indultos, el pacto con Puigdemont, la amnistía, ahora el cupo catalán-, se ha mancillado la imagen de varias instituciones, comenzando por el Tribunal Constitucional y la Fiscalía, se ha dilapidado la seguridad jurídica de los ciudadanos y se ha pervertido el concepto mismo de la separación de poderes. Es un balance triste ¿no? Ni milito ni volveré a militar en partido político alguno, y mi 'váyase, señor Sánchez' es apenas el grito de un ciudadano que además es periodista y ha visto y escuchado muchas cosas. No estoy seguro de que lo que venga sea mucho mejor, pero, al menos, habrá aprendido de los errores de quien en el presente ejerce el poder. Ya digo: esto es apenas un grito aislado porque pienso que los periodistas no estamos para poner o deponer gobiernos, como algunas veces, ay, hemos intentado, sino para denunciar ante la opinión pública lo que razonadamente nos parece que va mal. Y esto, señor Sánchez, va obviamente mal, y lo peor es que usted se aferra a las vacaciones de verano esperando que en otoño haya escampado, y luego a ver cómo llegamos al invierno, con cuántas concesiones a cuántos, con cuántas trampas e inveracidades, nos arrastramos hacia la meta imposible de 2027. Yo no quiero vivir en un país que depende de las exigencias de un forajido ni de las negociaciones de un Koldo sobre los audios que, dicen, aún atesora. No quiero vivir ni en Audiolandia, ni en Ucolandia, ni en Jessicalandia, ni en tantas 'landias' que perturban una honesta normalidad democrática. Yo quiero confiar en quien, con mi voto y mis sufragios, me representa; alguien de quien yo esté seguro de que, por patriotismo, en caso de ser conveniente dejaría el poder en otras manos menos crispadas y con menos 'historia', vamos a decirlo así. Hágase un favor, señor Sánchez, y recupere el humor y la lozanía de otros tiempos no muy lejanos, cuando la resiliencia era un valor y no una obcecación. Cúrese ese síndrome de Hubris que le hace pensar que es usted mejor que cualquiera de nosotros y, por ello, hemos de permitirle hacer cualquier cosa, por muy equivocada e injusta que sea. Y ese síndrome, mírelo en algún chat de IA, solo se cura de una manera: dejando el poder. Sé que escribir esto puede acabar costándome caro, y eso, precisamente eso, que las dos Españas te aguarden siempre con el trabuco, es lo más pavoroso. Aproveche las que quizá vayan a ser sus últimas vacaciones como presidente y medite en todo esto. Crea que, aunque en la asignatura de las buenas intenciones esté usted quizá suspendido, se lo dice alguien de buena voluntad.
|